Estar en un territorio de 365 kilómetros cuadrados con cuarenta kilómetros de playas bañadas por el mediterráneo puede sonar paradisíaco, pero la realidad no es esa. Además de los casi dos millones de personas que viven hacinados en ese espacio, añádale que sus habitantes no disponen de agua potable, la electricidad esta limitada y el mar esta contaminado, nuestro mar mediterráneo.
Pero si esto es trágico, que lo es, lo más sangrante es que no sólo no puedes vivir, sino que además, la salida es imposible al estar flanqueado por un muro que te aísla del mundo y donde las únicas salidas están custodiadas por los mismos que te retienen.
Vivir preso en tu propia ciudad es como negarte la vida, vivir sin poder estar vivo. Preso en una libertad controlada por otros que ahogan tu subsistencia y te obligan a mirar al cielo y esperar que una de las bombas no caiga cerca de ti. No puedes escapar, no puedes resguardarse, tan solo esperas, cierras las ojos soñando que después de la tormenta podrás volver a seguir subsistiendo.
En Gaza te castigan por tu pasado, condenan tu presente recordandote en cada acción, que no eres nadie y nada mereces, ni tan siquiera el aire que respiras o el agua que no podrás beber, y como remate al plan de destrucción te niegan el futuro impidiéndote reconstruir tu vivienda, tu hogar, tu vida.
Circular por Gaza en coche blindado es como transitar entre la devastación y la injusticia, es sentir el dolor de un pueblo arrasado y vigilado desde garitas situadas a decenas de kilómetros a través de drones, misiles, y las armas más agresivas que se prueban con una población presa y devastada.
Cuando te sitúas en el campo de refugiados de Beach Camp y miras el mar mediterráneo puedes sentir el olor de nuestra tierra, de ese mar de culturas que nos une, sin embargo al abrir los ojos sólo puedes ver que el mar que nos une, ha pasado de vida a muerte, de azul a negro, de libertad a reclusión.
Si en los territorios ocupados se vulneran los derechos humanos y la potencia ocupadora no cumple con sus obligaciones estipuladas de los tratados internacionales, en la Franja de Gaza se vulneran cada uno de los 30 artículos de los derechos humanos, todos y cada uno.
Podría relatar en este artículo un ejemplo o varios de incumplimiento de la Declaración Universal de 1948, pero me resisto a tener que dar más protagonismo a las fuerzas ocupantes que al pueblo palestino oprimido y negado por parte de Israel.
El ser humano es capaz de lo peor, y lo hemos comprobado a lo largo de toda Palestina, pero siempre encuentras a personas que son capaces de sacar lo mejor, no sólo de sí mismo, sino de una sociedad que desea ser una comunidad de libertad e igualdad.
Incluso en el desierto puedes encontrar un oasis. Nosotros lo hemos visto en el “The society of women graduates in Gaza Strip” donde hemos escuchado y sentido, a través de la voz de unas niñas ya mujeres que con su esfuerzo han conseguido graduarse en la Universidad y que además no renuncian a acabar con la violencia de la violencia más execrable, como es la ejercida contra las mujeres
Una labor continuada y firme por deconstruir dentro de la destrucción una sociedad patriarcal. Mujeres empoderadas que, en las peores condiciones del mundo, dicen basta y luchan para defender no solos sus derechos, sino además su propia vida.
Por eso, sin olvidar las violaciones de los derechos humanos por parte de Israel contra el pueblo palestino, hoy quiero pensar en la grandeza y la fortaleza de las personas, y en especial, de las mujeres que hoy en palestina vuelven a demostrar que la solución del conflicto y el futuro no podrá construirse sin ellas.
*Federico Buyolo, director general de Cooperación y Solidaridad