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CV Opinión cintillo

Joan Fuster, Bertrand Russell y Albert Einstein contra las guerras (y los sátrapas como Putin)

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Ante la inesperada catástrofe que estamos viviendo me pregunto cómo es posible que EEUU y la UE no calcularan y estuviesen alerta y prevenidos de las intenciones invasoras de Putin (véase a Merkel comprando todo el gas a Rusia con alabanza a Putin). Lo digo porque en un señor que cambia la Constitución para perpetuarse de presidente hasta 2036 alguna gran maniobra cuece su cabeza. Son muchas las noticias –y diarias- que sobre esta guerra se han escrito y difundido, y más las atroces imágenes que hemos presenciado. Desgraciadamente, el mecanismo de defensa de la mayoría de personas –y no las irresponsabilizo- es desconectar: la empatía tiene su límite en el espanto continuado.

Valga la pena apuntar que Putin, el sátrapa que se publicitaba como un superhombre campeón en múltiples deportes, lleva en su maldad todo lo contrario: un complejo de inferioridad, es decir, un sentimiento social poco desarrollado que exaspera como contrapeso su objetivo de superioridad, su incapacidad de expresar una actitud de cooperación con todos los grupos humanos sin cosificar -cuando, por ejemplo, bombardea un hospital infantil- a las personas. Los complejos son trastornos y tienen una neurosis asentada que utilizará por compensación estrategias para resolver los problemas de la vida basadas en el egocentrismo y no en el sentido común. Y si estas personas tienen mucho poder elaboran delirios de grandeza. La evolución natural de esta conciencia acomplejada y perversa en el mecanismo de funcionamiento del psiquismo destruye la base de que el ser humano es por naturaleza un ser social, y suele para adaptarse generar una lucha interna desde niños tanto de origen orgánico como social. Es su propio sentimiento de inferioridad el que les catapulta a un complejo de superioridad que aflora en suprema soberbia.

A Putin, dicho sea de paso, le han defendido durante años, antes de la guerra –y está grabado- dos ‘personajes’ como Jiménez Losantos y Marhuenda: este último en numerosas ocasiones recientes ha ensalzado a Putin y sus posiciones nacionalistas e imperialistas. Para Marhuenda “Crimea y Ucrania son rusas”, y “Putin es un tío preparado, brillante”. Ahora se desdice, y con desfachatez y falsedad que afirma que Putin y los suyos “son comunistas, ese es el problema´” (cuando son las izquierdas las que desde hace más de veinte años manifestaban que Putin era un dictador… y de derecha homófoba). La manipulación política de la derecha es propia de Goebbels. Dada la escalofriante escalada militar voy a dar unas pinceladas de lo que contra las guerras escribieron tres sabios: Joan Fuster, Bertrand Russell y Albert Einstein. El espacio me impide extenderme, pero es necesario hoy afilar y recordar argumentos por la paz.

Joan Fuster ya advertía de la amenaza del “fantasma de unas recíprocas agresiones a escala planetaria”, de que “la paz en que vivimos –allá donde todavía no vivimos en guerra- pende de un hilo” y de que debido a las bombas atómicas y los misiles es la humanidad la que está en juego. Somos el único animal que puede autoexterminarse. Pero la gente vive como si los grandes arsenales de armamento no existiesen. Para él el gran problema es que los poderosos hombres de las guerras mueven miles de millones de dólares y necesitan para continuar su negocio, construir más y más y mejores armas. Y más: como demuestran las cifras de los presupuestos de los estados, en cada sistema o modo de producción se mantiene el crecimiento gracias a que todas las economías giran alrededor de la fabricación de armas (y por supuesto grandes fortunas están detrás de traficantes de armas que lo son al mismo tiempo de trata de blancas y de drogas). “Pero estamos inmersos en una ‘producción de guerra’ tremendamente articulada. La gran paradoja de hoy es que si la ‘pau’ se impusiera de verdad, el paro se multiplicaría”. Tras razonar que por distintas variables y factores la guerra ha sido un denominador común de la historia de la humanidad, Fuster se muestra pesimista: “¿La paz? Una tregua todo lo más. Y simulada. El negocio y las armas son el secreto de todo”. También considera que en el fondo late que toda guerra es una “guerra santa”. Si bien, pues, es muy pesimista lanza su apuesta: “Hace falta ser pacifista, aunque solo sea para joderles. A ‘ellos’”. Es una apuesta moral a recobrar constantemente.

Bertrand Russell, que vivió tanto la Primera como la Segunda Guerra Mundial, tuvo un conflicto interior entre ser pacifista o ser antimilitarista. No obstante, tras acabar la II Guerra Mundial, y conseguir el Premio Nobel –y ante la aparición de las bombas atómicas- fue un pertinaz e infatigable activista pacifista, valorando las contradicciones entre la desobediencia civil a un gobierno que ha declarado una guerra, y cuando un pueblo decide ir a la guerra porque debe defenderse de otro que le ataca. Analiza Russell la distinción entre “guerras de prestigio” –como la I Guerra Mundial, donde se opuso cual pacifista-, y “de valores” cuando vio inevitable oponerse al nazismo. Russell también era pesimista y entre sus muchas reflexiones advertía que en una guerra “la utilidad económica, si la hubiera, finalmente beneficiaría tan solo a las élites del bando vencedor”. Y más: tanto la poblaciones combatientes y civiles del bando perdedor como la del bando ganador habrían visto sensiblemente mermada su felicidad. Clasificó las guerras en cuatro clases: 1- “de colonización”; 2- “de principios”; 3- “de autodefensa; y 4- ”de prestigio“. Encontraba justificables las dos primeras clases, ocasionalmente la tercera, y nunca la cuarta. Russell, pues, pasó de predicar un pacifismo racional o relativo a un necesario enfrentamiento al nazismo y al fascismo, para acabar tras la II Guerra Mundial y la amenaza nuclear en un rotundo e incuestionable pacifismo (fundando el Tribunal Russell de Crímenes de Guerra). El poso de sus muchas razones a favor del pacifismo estaba también en el pensamiento político anglosajón del contrato social y en su principio de que los humanos somos seres motivados por un común temor a la muerte. Si la legitimidad de un gobierno, según los utilitaristas, depende de su voluntad y capacidad para incrementar la mayor felicidad posible para el mayor número posible de ciudadanos, para Russell además, siguiendo a Hobbes –más modesto en sus aspiraciones- la justificación de la existencia de gobiernos está en impedir que las personas se maten entre sí.

Albert Einstein fue también un convencido y militante pacifista, aunque, como Russell vio que había que derrotar por las armas al fascismo y al nazismo. Cuando le preguntaron por qué dio su firma para la investigación de la energía nuclear al final de la II Guerra Mundial aseveró que nunca pensó que era para fabricar una bomba atómica. Realizó muy preocupado escritos contra el nazismo y por la paz. Quizás el párrafo más contundente de su antimilitarismo sea este: “¡Qué cínicas y despreciables me parecen las guerras! ¡Antes dejarme cortar en pedazos que tomar parte en una acción tan vil! A pesar de lo cual tengo tan buena opinión de la humanidad que creo que este fantasma se habría desvanecido hace mucho tiempo si no fuera por la corrupción sistemática a que es sometido el recto sentido de los pueblos por obra de personas e instituciones interesadas política y económicamente en la guerra”. Einstein siempre vivió abrumado por las bombas atómicas y, ante la espiral armamentística de destrucción a la que nos encaminamos, se le preguntó antes de morir cuáles serán nuestras armas en una Tercera Guerra Mundial. “No tengo ni idea”, respondió. “Pero puedo decirle cuáles se utilizarán en la cuarta: las piedras”.

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