Lucía Berlín, Pedro Sánchez y el 25

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Acaba el verano y con él mis idas y venidas en el 25, el bus de la EMT que conecta València con el Perelló. 

Viajar en el 25 supone muchas cosas. A priori, es la línea más auténtica de la red de transporte metropolitano. Desde la puerta de Mar (nombre de por sí ya sugerente), se sumerge en el corazón del Parque Natural de la Albufera, regalando amaneceres o atardeceres, a gusto o necesidad del viajero. 

Pero para mí son muchas cosas. Es el momento del año en el que me puedo sumergir en los libros porque su generoso trayecto invita a la lectura y me regala la tranquilidad que no tengo a lo largo del día. Si el verano pasado fue el del Infinito en un Junco y Trilogía sucia de La Habana, este ha sido el de Cien botellas en una pared y Manual para señoras de la limpieza. 

Lucia Berlín. Ella ha dado la voz al relato que tanto tiempo lleva latiendo en mi interior. El de mi vida. De una etapa de ella. De aquella infancia en la que mi padre se marchó de casa y dejó a mi madre al frente de un hogar con tres hijos: un drogadicto, una adolescente y una niña de cuatro años. 

A los 40 tuvo que buscar su primer trabajo. Para una mujer sin estudios (prácticamente analfabeta), la única salida fue limpiar. Trabajó en la cocina de un colegio, fregando escaleras, casas y, con mucha suerte, acabó asegurada en una empresa, lo que le ha permitido tener una jubilación digna. 

Pero hasta llegar ahí, superó madrugones para limpiar en casas buenas y en otras en las que ponían sus cubiertos al lado del cubo de la basura y le guardaban el pan duro para comer, o llegar a tiempo a preparar desayunos a familias extrañas con niños y niñas que se referirían a ella como la ‘Kelly’. 

La primera vez que oí ese término fue en segundo de carrera. Hasta que llegué a la universidad, me había relacionado con gente como yo, cuyas madres principalmente limpiaban. En un momento dado, uno de mis compañeros dijo algo sobre una Kelly. Le pregunté a qué se refería y cuando me contestó, entre risas y cara de sorpresa, que era “la que limpia en casa”, una arcada me subió hasta la boca. “Vamos, que a mi madre la llaman la kelly donde va a limpiar”, vomité y se acabó la conversación. 

Ir al trabajo en el 25 exige madrugar, pero a cambio recibes la recompensa de ver nacer el día directamente del Mediterráneo, sin más intermediarios que la paleta de colores que cada mañana se renueva y te sorprende. Esa energía que te regala la vida es la que transmite Lucia Berlín con sus mujeres que zozobran, se hunden en el fango, pero siempre, siempre, encuentran un rayo de luz hermosa, un atardecer mágico, una palabra esperanzadora, una sonrisa que las rescata. 

Lucía me ha rescatado de las garras de Gervaise. El personaje de Zola que cuando parece que consigue romper con la pobreza y la marginalidad vuelve a caer en el pozo de la miseria para siempre. Durante mucho tiempo ese determinismo social pendió sobre mí como el péndulo de Poe. Pero descubrir a Berlín ha supuesto una liberación.

Subir en el 25 antes de Lucía suponía sentir el balanceo amenazante del péndulo. Me recordaba cuando acompañaba a mi tía a Ulises, a limpiar la casa de las ‘señoritas’ para las que trabajaba. Ahora lo veo todo como un relato. Todo tiene un sesgo literario. Mi vida, la de aquella niña que pasaba los veranos acompañando a su tía y a su madre a las casas donde limpiaban porque no tenía más lugar de veraneo que la calle Daroca y la playa de las Arenas, y la mujer que hoy es periodista y puede veranear en esos mismos lugares sin sentirse una impostora, pensado que un día tendrá que volver al lugar de donde salió. 

Ahora, bajo del 25 a la misma hora en la que aquella niña subía de la mano de su tía. A la misma hora en la que una larga fila de mujeres se disponen a ir a hacerle la vida más fácil a otras familias. 

Y si en el título menciono a Pedro Sánchez es porque, por fin, las empleadas del hogar tendrán derecho a la prestación contributiva de desempleo y a todas las prestaciones asistenciales que están vigentes en el ordenamiento jurídico laboral. Por fin, se hace justicia con todas las mujeres que, para dar de comer a sus hijos e hijas y proveerles de una educación a la que ellas no pudieron acceder, han tenido que cuidar de otras familias. 

Menciono a Sánchez porque gracias a la socialdemocracia, las mujeres avanzan en derechos pero, sobre todo, sus hijos e hijas pueden dejar de estar determinados por las condiciones materiales y acceder a ámbitos de los que serían excluidos por quienes izan la bandera de la meritocracia. 

De la medida anunciada por Pedro Sánchez se beneficia Amparo, mi prima. Me alegro por ella. Me alegro por Ana, mi madre, y por Rosa, María y Bárbara, mis tías. Me alegro por Gervaise y por Lucia Berlín. Me alegro por todas las mujeres que fueron y que todavía son. Por todas las que podrán huir de ese determinismo que a las mujeres nos amenaza cada día y que nos hace sentirnos impostoras. Me alegro, de verdad, porque todas se lo merecen. Porque ya era hora de que se hiciera justicia.