Migrantes

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Muchas personas salen cada día hacia otros países, por muy diversos motivos, dejando atrás su casa, su familia o parte de ella, sus amigos y su vida entera.

Y ¿por qué lo hacen? Son muchas las razones por las que la gente trata de reconstruir su vida en otro país. En ocasiones se trata de encontrar un trabajo o para poder estudiar, otras veces huyen de guerras que ponen en peligro su vida o destruyen su entorno; incluso, en muchas ocasiones, tienen que huir de la persecución, de la violencia o la tortura. En muchos países en los que no se respetan los derechos humanos se persigue a las personas por lo que representan o creen, por lo que son, como su etnia, su religión, su sexualidad o sus opiniones políticas. En ocasiones, por varias de estas causas a la vez.

En España tenemos a la orden del día las noticias sobre cayucos, balsas o “saltos de valla” (España y Europa se blindan ante la llegada de personas en busca de esperanza) de migrantes provenientes de África, pero realmente la mayor parte de personas migrantes llegan por otros medios. En su mayor parte son de Marruecos, Colombia, Rumanía, Venezuela, Ecuador, Argentina, Perú, Reino Unido, Francia y de Cuba y trabajan como empleados domésticos (en un 42%), peones agrarios, forestales y en la pesca (37,4%) y en hostelería (20,9%) (INE 2022). Además de todo ello, provengan de donde provengan, todas esas personas pagan un precio por su decisión, en ocasiones su propia vida.

La migración es un acontecimiento vital, subjetivo, constituye una de las experiencias vitales que moviliza más cambios. Generalmente, en ese proceso, más o menos penoso, que es el desarraigo en busca de una mejor vida, atraviesan un sufrimiento psicológico que se suele ignorar a todos los niveles. Se precipitan sentimientos de nostalgia y deseos de acceder a logros, lo que implicará admitir la necesidad de afrontar e incorporar nuevas pautas culturales y lingüísticas, poniéndose a prueba los recursos propios que poseen las personas, que van desde la capacidad de soportar la soledad, al afrontamiento de las pérdidas, pasando por la capacidad de adaptación a un nuevo entorno. Depresión, duelo migratorio, estrés postraumático, ansiedad, conflicto emocional, alteración en la identidad, etc., son algunos de los procesos que las personas migrantes experimentan durante la salida del país de origen, durante el tránsito, así como a la llegada e incorporación a la sociedad de acogida.

La migración no entiende de edades, de configuraciones familiares o de niveles educativos. El desplazamiento impacta significativamente en la emotividad de los/as niños/as y adolescentes. El grado de desintegración familiar en un hogar que experimenta el fenómeno migratorio, dependerá básicamente de los miembros del núcleo familiar que se ausenten, y aun así, el coste de la separación del entorno de referencia (sea familia extensa – abuelos, tíos -, sea familia nuclear – padres, hermanos/as) para los/as menores se manifestará con una magnitud tan elevada que la experimentación de emociones negativas como ansiedad, inseguridad, preocupación, miedo, melancolía y nostalgia, estará asegurada, en un momento del desarrollo en que las personas no cuentan con un repertorio suficiente de experiencias y/o de recursos cognitivos y emocionales para un afrontamiento eficaz.

“No tienes la menor idea de lo que es perder tu hogar con el riesgo de nunca encontrar un hogar nuevo, tener tu vida entera dividida entre dos tierras y convertirte en el puente entre dos países” (Rupi Kaur).

Otro aspecto importante de los procesos migratorios es la vulnerabilidad de las personas migrantes, especialmente de las mujeres y niñas que, en muchas ocasiones, llevan consigo la experiencia del abuso, de las violaciones y vejaciones. Según la fundación Elche Acoge, siete de cada diez mujeres migrantes que ha atendido su servicio psicológico han sufrido algún episodio de abuso sexual en su entorno desde la infancia. Señalan que este tipo de abuso se produce en todo el planeta, pero la víctima migrante, queda desprotegida, con muchas dificultades para encontrar un lugar “seguro” donde proceder a su revelación y sanación, sobre todo por las falsas creencias y tabúes sociales que la rodean.

Diferencias entre persona migrante, refugiada y solicitante de asilo

Bajo el término migrante se engloba a toda persona que abandona su hogar para ir a otro país, pero existen diferencias:

Una persona refugiada es alguien que ha tenido que huir de su propio país porque allí corre peligro de sufrir violaciones graves de derechos humanos y persecución. Los riesgos para su seguridad y su vida eran tan grandes que pensó que no tenía más opción que marcharse y buscar seguridad fuera de su país porque el gobierno de su propio país no podía o no quería protegerla de esos peligros. Las personas refugiadas tienen derecho a recibir protección internacional.

Una persona solicitante de asilo es alguien que ha salido de su país y busca en el destino protección frente a la persecución y violaciones graves de derechos humanos, pero que aún no ha sido reconocida legalmente como refugiada, pues está en espera de que se tome una decisión sobre su solicitud de asilo. Pedir asilo es un derecho humano. Esto significa que se debe permitir a cualquier persona entrar en otro país para solicitar asilo.

Una persona migrante es aquella que ha salido de su país, pero no es ni refugiada ni solicitante de asilo. En ocasiones, el motivo de migrar es la búsqueda de trabajo, estudiar, reunirse con su familia que ya está en el destino, o se huye de la inestabilidad política, la violencia de bandas criminales o los desastres naturales que está provocando el cambio climático. Aunque esta persona no cumpla las condiciones para considerarse refugiada, podría correr peligro su vida si no sale de su país o si volviera a él.

No obstante, los países desarrollados no paran de legislar para dificultar cada vez más este derecho, como es el caso del Pacto Europeo para la Migración y Asilo del que Eve Geddie, directora de la Oficina de Amnistía Internacional ante las Instituciones Europeas afirmó:

“Este acuerdo hará retroceder durante decenios el derecho de asilo europeo. Su resultado probable es un aumento del sufrimiento en cada paso del viaje de quienes busquen asilo en la UE. Desde la forma en que los países no pertenecientes a la UE traten a estas personas, el acceso de éstas al asilo y al apoyo jurídico en la frontera europea, hasta su recepción dentro de la UE, este acuerdo está concebido para dificultar el acceso de las personas a la seguridad”

El nuevo Pacto sobre Migración y Asilo de la Unión Europea ha supuesto un mazazo a la protección de los derechos humanos de los migrantes, poniendo a estas personas en un riesgo mayor de que sus derechos sean violados.

Es importante comprender que, aunque las personas migrantes no huyan de la persecución, siguen teniendo derecho a la protección y el respeto de sus derechos humanos. Los gobiernos deben proteger a todas las personas migrantes de la violencia racista y xenófoba, de la explotación y del trabajo forzoso. Las personas migrantes no deberían ser detenidas ni obligadas a volver a sus países de origen sin una razón legítima.

“Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado. [...] Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso el propio, y a regresar a su país” (Artículo 13. Declaración Universal de Derechos Humanos).

Breve historia de las migraciones

La historia de las migraciones es la historia de la humanidad. Desde que el mundo es mundo, las personas se han extendido por la faz de la tierra yendo de un lugar a otro en busca de mejor comida, mejor clima, mayor bienestar o menor número de conflictos.

Es incierto el origen de la humanidad y sus primeras migraciones, pero ya las civilizaciones griega y romana expandieron su poder por el mundo y provocaron grandes migraciones. Entre los siglos XVI y XIX al menos unos 12 millones de africanos fueron esclavizados y llevados a América y Europa a través de la trata de esclavos.

Tras la Segunda Guerra Mundial, cientos de miles de supervivientes del Holocausto y otros civiles emigraron a Europa occidental, el territorio del Mandato Británico de Palestina (que luego sería Israel) y Estados Unidos. En este siglo, l as migraciones continúan, como hemos dicho, provocadas por el hambre, los desastres naturales, los conflictos y las violaciones de los Derechos Humanos.

Según la ONU, en 2019 doscientos setenta y dos millones de personas vivían fuera de su país de origen. En el futuro, el cambio climático podría provocar muchos más desplazamientos masivos.

La historia la han escrito “los que ganan”, pero la han hecho “los que pierden”. También en la historia de las migraciones. La abrumadora mayoría de hombres y mujeres que a lo largo de los siglos han abandonado su lugar de origen para establecerse en otras tierras, voluntaria o forzosamente, no han sido precisamente los ricos y poderosos. Y, sin embargo, el conocimiento de las mayores fatigas, de la lucha de los esclavos, migrantes casi siempre, no ha perdurado a través del tiempo, a pesar del prodigio que constituye la agrupación espontánea de hombres y mujeres, en pro de la creación del pasado, presente y futuro, y que constituye la obra capital de la humanidad.

Hoy, uno de los retos que más están haciendo zozobrar a Europa es el aprovechamiento de la migración como impulso para la propagación e interiorización de los discursos incitadores al odio, que pretenden una vuelta a una Europa de fronteras. Sin embargo, es nuestro deber incidir en el mensaje que las migraciones han supuesto y deben suponer ocasiones privilegiadas para el avance de la fraternidad universal. La modernidad abrió las puertas a un mundo que cada vez camina con mayor velocidad hacia un proceso creciente de globalidad, puertas que no deben cerrarse, sea cual sea la nacionalidad, la religión, la lengua, el origen o el destino de aquellos que dejaron su lugar seguro, para ser, por siempre, señalados como “migrantes”.

De hecho, según un informe publicado recientemente por Amnistía Internacional, en España se producen detenciones arbitrarias de personas migrantes porque estas detenciones se realizan sin las salvaguardas suficientes, especialmente cuando la expulsión o devolución no se lleva a cabo (esto viola la prohibición internacional sobre detenciones arbitrarias); tengamos en cuenta que la persona que así es detenida puede perder su trabajo, en caso de que lo tenga, al ser retenido y no poder justificar su ausencia.

Esto se produce porque los jueces de instrucción suelen autorizar el internamiento de forma automática siguiendo el criterio policial sin valorar otro tipo de alternativas y sin la suficiente motivación en sus autos. A ello se suma la falta de una asistencia letrada de calidad en los procedimientos y una insuficiente formación sobre la realidad de las personas migrantes por parte de los encargados del internamiento, así como una mala coordinación entre los distintos operadores jurídicos que intervienen en la privación de libertad en un CIE.

Así pues, las personas migrantes racializadas se sienten (y lo están) hipervigiladas y estigmatizadas, porque es mucho más frecuente que la policía pare y solicite documentación a ellas que a otras personas no racializadas, al igual que en su vida cotidiana es muy fácil que sean apartados y discriminadas a la hora de encontrar vivienda o solicitar cualquier otro tipo de recursos.

*Maite Redondo Jiménez, psicóloga clínica. Comunicación Amnistía Internacional Comunidad Valenciana (Elche). Colabora Ángeles Rodes (Elche Acoge)