Contra la omnipresencia de los ordenadores en la enseñanza

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Se llama escribir. ¿Te acuerdas? Sabes, muchos niños ya no saben cómo hacerlo. Escriben en el teclado o imprimen. O chatean en el móvil” (Toni Morrison).

Me rompí el dedo en un accidente y no pude usar la máquina de escribir durante unos meses, y entonces empecé a hacer como en mi juventud y volví a escribir a mano. Cuando mi dedo sanó y pude volver a usar el teclado otra vez, descubrí que mi poesía era más sensible cuando escribía a mano; sus formas plásticas podían cambiar más fácilmente. La poesía debería escribirse a mano. La máquina de escribir me separó de una intimidad más profunda con la poesía, y mi mano me acercó otra vez a esa intimidad. (Pablo Neruda).

Cuando en 2001 el escritor Marc Prensky acuñó los términos –hoy ya obsoletos- “nativo digital” e “inmigrante digital”, la comunidad educativa mundial se imbuyó en la idea de la necesidad imperiosa de utilizar para la enseñanza y el aprendizaje las nuevas tecnologías educativas digitales. Cegados, olvidaron que la educación requiere algo más que tecnología y que ésta por sí misma no supone un cambio educativo cualitativo fundamental, e incluso puede propiciar un enmascaramiento del aprendizaje de los contenidos. La educación requiere mucho más que tecnología y no puede olvidar herramientas básicas del pasado. Por otra parte, las diferencias dentro mismo de la llamada “generación digital” son tan importantes como las diferencias entre una generación y la siguiente (o la anterior), y hoy las nuevas culturas de participación han sido construidas por jóvenes y adultos trabajando juntos a través de los ordenadores, de los blogs y de las redes sociales, donde todos interactúan cotidianamente sin tener en cuenta sus respectivas edades. La franja etaria que propuso Prensky para categorizar a quienes manejan las nuevas tecnologías depende hoy más del uso cotidiano y resolución de problemas de estas tecnologías.

No voy a replantear aquí que las tecnologías bien utilizadas por el profesorado permiten atraer la atención del alumnado, ya que están inmersos en un mundo de imágenes. No voy a poner en cuestión las virtualidades de las TIC en el aula (por otra parte, siempre han existido tecnologías educativas: ¿qué era sino el ábaco?). La revolución de las TIC y sus numerosas herramientas aumenta la motivación del alumnado con un aprendizaje activo e indagatorio, y permite crear entornos flexibles y colaborativos para el aprendizaje y hasta reestructuran los escenarios formativos tradicionales, entre otras bondades. Dicho lo cual creo que es negativo que todos los trabajos las y los alumnos los realicen con el ordenador. Ellos lo prefieren (y una razón es que pueden traspasarse ‘pendrives’ de alumnado del curso superior con trabajos ya realizados: y lo hacen). Como quiera que mis compañeras y compañeros siempre encargan todos los trabajos a ordenador, yo siempre les encargo como mínimo resúmenes a mano. Ellos protestan porque, ciertamente, así requiere más concentración.

Es un grave error pedagógico que pasada la educación primaria la escritura manuscrita cada vez quede más relegada. Está demostrado por numerosos estudios psicopedagógicos y neurológicos que la escritura manuscrita pone en marcha más y mejores procesos cerebrales que la escritura a ordenador. Cada letra que trazamos tiene su propia forma y una dinámica de ritmo que la diferencia de las otras letras: nuestro cerebro al establecer ligados o uniones de letras trabaja la asociación de pensamientos, de ideas, de imágenes y obliga a la concentración. En la escritura con ordenador todas las letras son iguales –una tecla-, todas tienen la misma dinámica –un golpecito en la tecla-, y por tanto no existe vínculo entre una letra y otra perdiéndose la asociación y memorización de ideas. El volumen de activación mental es mucho mayor en la escritura a mano estableciendo más conexiones neuronales y entre los dos hemisferios cerebrales. En la escritura a ordenador el proceso es autónomo, ‘mecánico’ monótono, nada espontáneo y mucho menos creativo que la escritura manual.

La escritura a mano tiene muchas más propiedades positivas: trabajamos entretejiendo un mapa mental en donde procesamos el análisis y la síntesis favoreciendo la comprensión lectora y el aprendizaje, ordenando las ideas. Todo ello propicia que el razonamiento lógico y la construcción lingüística racional se active y se enriquezcan los conceptos y el pensamiento. El tejido neuronal también se expande al fusionarse la conexión inmediata del cerebro con la actividad grafo-motriz y visual. Nuestro cerebro funciona mejor y más rápido. Está también comprobado que fomenta la perseverancia y es terapéutica pues la escritura calma la ansiedad y el estrés, y relaja haciéndonos olvidar otros problemas. Y quien no olvida escribir a mano con cierta asiduidad, no pierde calidad y rapidez caligráfica. Sin embargo, muchos profesores y peritos saben lo mal que escriben hoy caligráfica, ortográfica, gramática y sintácticamente los alumnos en los exámenes. Creo que es muy importante que al alumnado se le encarguen también trabajos hechos a mano. Hoy en día tampoco se escriben cartas a mano, pero la frialdad de los emails o correos electrónicos nunca conseguirán la calidez y romanticismo de una carta a mano reflejo también de tu personalidad. Me parece simbólico y significativo que la firma manuscrita, que es personal y única, sea exigible en un acta notarial o en un testamento.

Son muchos los grandes escritores que han escrito a mano dejando a un lado el ordenador o antes la máquina de escribir. Por citar unos pocos: Adolfo Bioy Casares, Cecilia Ahern, Pere Guimferrer, Simone de Beauvoir, Miguel Delibes, Miquel Martí i Pol, Junot Díaz, Carlos Fuentes, Neil Gaiman, Graham Greene, Kazuo Ishiguro, Pablo Neruda, García Lorca, Miguel Hernández, Eduardo Mendoza, Toni Morrison, Valle Inclán, Salvador Espriu, Camilo José Cela, Joyce Carol Oates, Michael Ondaatje, Orhan Pamuk, Richard Powers, JK Rowling, Juan Rulfo, John Steinbebeck, Neal Stephenenson, Truman Capote, Tom Wolfe, Marc Granell… La lista es larga, y hay otros grandes escritores que han realizado escritos tanto a mano como a máquina: es el caso de Joan Fuster, Jean Paul Sartre, Vicent Andrés Estellés, Umberto Eco, Vargas Llosa; o Ernest Hemingway… que además lo hacía siempre de pie. El escritor W. G. Sebald escribía sus apretados libros a mano, llamando a la escritura “la pintura de la voz” y despreciando “el traqueteo de las teclas”. Y Paul Auster afirma: “Los teclados siempre me han intimidado. Nunca he logrado pensar con claridad con los dedos en esa posición. Un lápiz o bolígrafo es un instrumento mucho más primitivo, pero sientes que las palabras salen de tu cuerpo y luego entierras las palabras en la página”.

Tienen también los escritores sus ritos y manías –objetos que debe haber sobre la mesa- y escogen bolígrafos de diferentes colores cada cual, o lápices o plumas estilográficas. Rarezas las ha habido al punto que Henry James no escribía: dictaba. Muchos han realizado una primera versión a máquina y después muchas correcciones y tachaduras a mano. Por supuesto siempre ha habido también escritores con letra ilegible: a Karl Marx solo le entendían su mujer y Engels, por lo que a la imprenta enviaban sus libros copiados con sus respectivas letras. Juan Goytisolo decidió comprarse una máquina de escribir porque tenía problemas para encontrar a nadie que entendiese su letra.

Abundantes estudios de investigación desvelan que hay tres tareas de reflexión que plantean problemas a los alumnos a la hora de hacer trabajos por escrito: 1) generar la oración que recoja el tema central del trabajo; 2) ordenar el contenido siguiendo una secuencia lógica, estructuras de los argumentos incluidas –tanto inductivos como deductivos-, descripciones, explicaciones y narraciones; 3) generar la oración de la conclusión que hace avanzar la redacción. Por ejemplo, inventar o crear una nueva afirmación a la pregunta: “¿Y ahora qué?”. Está comprobado que hacer trabajos escritos a mano soluciona mejor este problema, siempre que tenga el alumnado tiempo suficiente para realizar un proceso de pensamiento con destreza, apoyado en unos sólidos hábitos de la mente: la redacción depende en parte de la solvencia del acto reflexivo que se oculta detrás. Para lograr la competencia de la lecto-escritura el acto de pensar está integrado en el proceso de escribir. El proceso de realizar manuscritos se considera uno de los enfoques más eficaz de enseñar y aprender. A la eficacia redactora se llega a través de cinco fases que a mano ordenan mejor el pensamiento: la previa a la escritura, borrador, revisión, corrección y publicación del producto final. Es por ello que realizar un trabajo manuscrito apuntala los conocimientos. El alumnado estará más atento a la estructura de las frases y a la elección de las palabras –ni demasiado específicas ni demasiado genéricas-, buscará mantener el estilo, la coherencia del lenguaje, la distribución de las informaciones…

La escritura evolucionó desde sistemas de representación meramente mnemotécnicos o contables –como está testimoniado en Mesopotamia- que inicialmente representaban objetos en forma de pictogramas, hasta sistemas más abstractos que acabaron representando sonidos o logogramas abstractos. Para la tradición aristotélica, la escritura es un conjunto de símbolos de otros símbolos. Para esta tradición lo escrito no representa directamente los conceptos sino las palabras fónicas con las cuales se denominan los conceptos. Este fonocentrismo fue criticado por Jacques Derrida, quien consideraba de especial importancia el puro estudio de la escritura y el constructo. Como bien señaló Roland Barthes, la escritura ha significado una revolución en el lenguaje y en el psiquismo, y, con ello, en la propia evolución humana, ya que es una “segunda memoria” para el ser humano. No olvidemos que se distingue la prehistoria de la historia porque en la primera se carecía de escritura y solo existía la tradición oral.

Desde la psicología, Gordon Wells exploró en 1987 cuatro niveles de uso de lo escrito que no se deben considerar funciones en el sentido lingüístico: ejecutivo, funcional, instrumental y epistémico. Otro genio de la psicología, Vygotski, sostiene que el lenguaje escrito a mano genera procesos psicológicos distintos del oral y más profundos, y que, por ende, también son distintos los procesos psíquicos que se involucran en la educación con uno u otro tipo de lenguaje y escritura. Tras milenios de escrituras, con sus decenas de alfabetos o caracteres, jeroglíficos y pictogramas, según países, épocas y culturas, no podemos dar por finiquitada la escritura manuscrita que tanta sabiduría legó al mundo gracias a escribas y amanuenses. Debemos, también, escribir a mano.

  • Carles Marco es pedagogo y psicólogo.