Sé de sobra que estamos viviendo una etapa muy dura, pero creo que hay una reflexión que todos los trabajadores a los que les falten más de diez años para jubilarse deberían hacer: ¿va a ser mi puesto de trabajo sustituido por un robot?
Lo más probable es que sí. El avance de la ciencia y la tecnología está alcanzando muchos de los niveles que el cine imaginó en los años 70 y en breve, en muy poco tiempo, ver robots realizando toda clase de actividades profesionales será de lo más normal. De hecho, ya se han infiltrado en nuestros hogares y es habitual que la gente conozca a Alexa, Siri o que tengan un robot limpiando su salón. Muchas grandes empresas poseen actualmente un elevado porcentaje de robots en sus fábricas o centros logísticos.
Pero la cosa va a ir a mucho más. En el plazo de unos cinco o diez años como mucho, la mayor parte de trabajos que no requieran una elevada especialización serán realizados por máquinas. Los taxistas y transportistas serán robots. También los trabajos agrícolas, los servicios de atención al cliente o de limpieza, así como puestos como cajeros o reponedores serán realizados principalmente por máquinas (tal vez con un humano supervisando el trabajo).
Otros empleos tardarán más tiempo en ser sustituidos. Entre estos, es posible destacar las profesiones sanitarias (desde auxiliar de enfermería a médico), el sector del fitness o la belleza, el de la publicidad y el diseño o las profesiones culturales y artísticas. De igual modo, el profesorado o el funcionariado no serán inicialmente sustituidos por máquinas. Obviamente, dueños de empresas o políticos tampoco serán robots en un plazo corto de tiempo. También algunas de las nuevas “profesiones” emergentes (los llamados nómadas digitales) como influencers o gamers mantendrán su carácter humano durante algunas décadas al menos.
¿Qué consecuencias traerá este cambio en el que estamos inmersos y es imparable? Hay dos teorías: que se generarán nuevos puestos de empleo (como sucedió en el siglo XVIII con la Revolución Industrial) o que una gran masa de trabajadores serán expulsados del mercado laboral y tendrán que vivir de pírricos subsidios pagados por el Gobierno. Imagino que la realidad conllevará una mezcla de ambas, pero creo que a quien le queden más de diez años para jubilarse (y sobre todo si son treinta), tal vez debería prepararse para un escenario bastante duro.
Porque, desde mi punto de vista, esta futura crisis y la que se vivió en la segunda mitad del siglo XVIII no son comparables. El desarrollo tecnológico ha avanzado tanto que los posibles puestos que se generarán requerirán de una elevada preparación o de un dominio nativo de la tecnología. Es difícil imaginar que, por ejemplo, un taxista de hoy con unos cincuenta años se vaya a convertir en Youtuber dentro de diez cuando su trabajo sea realizado por un coche autónomo. Tampoco creo que pueda pasar a ser ingeniero de software de la noche a la mañana. Ambos cambios requieren o de una versatilidad tecnológica que no todo el mundo posee o de años de preparación.
Una de las cosas más tristes de esta realidad es que de nuevo, o como siempre, sus efectos se focalizarán en las clases trabajadoras y mientras que los dueños de las empresas ganarán más dinero, el proletariado (sí, rescato esta palabra) verá mermadas sus posibilidades económicas. Y este efecto no se producirá únicamente durante su carrera profesional, sino que gracias al cómputo que se realiza para calcular el pago de las pensiones, afectará también a su vejez.
Por tanto, se generará un mayor índice de desigualdad entre quienes tengan un puesto de trabajo y quienes no posean la oportunidad de trabajar.
Sé que vivimos una época muy dura, pero creo que es necesario hacer esta reflexión lo antes posible para intentar estar preparados y tratar de aprovechar nuestro tiempo para evitar vernos en la situación de que una máquina pueda hacer nuestro trabajo mejor que nosotros y eso conlleve una notable pérdida de calidad de vida para la clase trabajadora.
La única buena noticia es que el cambio no va a ser mañana (aunque será más rápido de lo que la mayoría pensamos) y todavía tenemos tiempo para intentar prepararnos. Ojalá no sea demasiado tarde.