La historia real del pesquero de Santa Pola que inspiró la serie 'La ley del Mar'

Laura Martínez

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La ley del mar dice que el capitán es el último en abandonar el barco, que en los rescates se salve a las mujeres y niños primero y que el patrón de un buque tiene la obligación de prestar auxilio a quienes se encuentren en peligro. Es el corpus ético básico de los navegantes, un código moral y asumido por la legislación internacional que todo marinero conoce. Cuando en julio de 2006 la tripulación del 'Francisco y Catalina' salió de Santa Pola a faenar por el Mediterráneo, ignoraba que tendrían que aplicar el mandato ético. Ignoraban también que se verían confinados en el buque con otras cincuenta personas, a la deriva entre las directrices del Gobierno español y el maltés, en un conflicto diplomático y humanitario que duró una semana eterna.

El 14 de julio de 2006, cuando los diez hombres llevaban unas dos semanas de trabajo, uno de ellos avistó un cayuco. Estaban en aguas internacionales, entre La Valeta (Malta) y Trípoli (Libia), dos puertos separados por unos 350 kilómetros de mar. La embarcación precaria transportaba a medio centenar de personas, migrantes subsaharianos de distintas nacionalidades. Luego sabrían que eran en su mayoría eritreos. Y marroquís, paquistanís, tunecinos. Había ocho mujeres, dos de ellas embarazas, y una niña. Bajo las órdenes de Pep Durá, experimentado patrón, los pescadores hicieron una votación rápida y no dudaron en que había que rescatarlos. La estampa no les dejaba otra opción: no cabía abandonar a cincuenta personas a su suerte en el Mediterráneo. Pasaron seis horas intentando contactar con las autoridades, sin obtener respuesta dada la falta de señal. Así que los subieron al pesquero y pusieron rumbo a La Valeta, el puerto más cercano. Trípoli no era una opción.

El rescate de 2006 ha inspirado la miniserie de Televisión Española y À Punt Media La ley del mar, que también recoge parte del documental Malta Radio. Protagonizada por Luis Tosar y Blanca Portillo, la coproducción se estrenó el pasado lunes en la televisión valenciana y desde este domingo estará disponible en TVE.

A tierra llegó la noticia el mismo día del rescate. Durá habló con su mujer, Pepi Irles, y le narró lo sucedido. Pepi, que se encargaba de la administración de la empresa pesquera, se convirtió rápidamente en la portavoz de la familia, en mediadora y en punto de apoyo de las demás. En tierra, las mujeres lo pasaban mal. Apenas podían hablar con sus maridos y temían que pudieran meterse en un lío. “Las mujeres estaban perdidas, no sabían qué preguntar”, recuerda Irles, que hoy sigue ejerciendo de voz de la familia sobre el rescate.

Mientras, en el mar, un patrullero maltés impide el paso al Francisco y Catalina. Les niega el acceso a puerto. Poco después entra en juego la acción diplomática de la Embajada española en Malta. Asiste un barco con personal para identificar a los rescatados, asiste otro después con unas provisiones ínfimas. Apenas un par de paquetes de pan de molde y de arroz, narra Pepi, aún con indignación. Mientras, 60 personas conviven en un barco de 24 metros de eslora, unos 50 metros cuadrados con buena parte ocupados por la maquinaria pesquera. En tierra, las familias se encargan de movilizar a la opinión pública.

El primer día es puro nervio. Más de veinte llamadas que se interrumpen a los pocos segundos. Imagina, dice Pepi: “Te llama tu marido y te dice: he encontrado una patera... Era algo que oías en Canarias, nunca en el Mediterráneo. Estaba muy inquieta. Me llamaba y se cortaba, pensaba que pasaba algo”. Las mujeres empezaron a hablar en el pueblo entre ellas, con las cofradías de pescadores y con el resto de marineros. Ahí, cuentan, la impotencia fue bestial: “Ves que todos quieren ayudar, te agobias... pensamos que los iban a meter en la cárcel”, recuerda.

Los Durá nunca habían visto una patera, nunca fuera del periódico o el televisor, pero sabían lo que era pasarlo mal en el agua. Diez años antes sufrieron una avería y tuvieron que ser rescatados por un pesquero italiano. Esa angustia no se olvida. Por entonces, la ruta migratoria habitual hacia España pasaba por Canarias desde el Sáhara Occidental. Libia, bajo el gobierno del dictador Gadafi, ejercía de dique de contención en la frontera y prometía a los gobiernos europeos seguridad, pese a los reproches internacionales por no respetar los derechos humanos.

La presión ciudadana y mediática fue necesaria para resolver el conflicto diplomático, que aun así los mantuvo una semana en el mar. Los medios de comunicación hicieron un seguimiento exhaustivo de la situación a bordo, con conexiones telefónicas y un reportaje desde el navío de Televisión Española. Los marineros enviaban fotografías y vídeos a sus familias, que estas pasaban al ordenador, llevaban a revelar y mostraban a la prensa.

48 horas después del rescate, los informativos de Canal 9 indican que las autoridades maltesas no se hacen cargo de las personas a bordo. Apuntan que hay negociaciones entre España e Italia para llevarlos a tierra, que el destino de la embarcación era Sicilia. Al cuarto día escasean los víveres y el patrón exige provisiones. La salud de los migrantes empeora; especialmente la de las mujeres embarazadas. Dos policías y un intérprete llegan para identificar a los migrantes. Mientras tanto, desde Santa Pola, Pepi informa en Canal 9 que el barco ha solicitado arroz, macarrones, pollo, leche, aceite y pañales para la niña para poder subsistir más tiempo. “Algunos estaban malos porque se marean en el barco, llegaron en malas condiciones... dormían todos en el suelo y como podían”, cuenta Irles.

Muy enfadado, Pepe exige más provisiones. Mano a mano con el cocinero, Durá transmite a las autoridades una lista de la compra de alimentos básicos. “Cuando lo vio [el primer envío] Pepe se cabreó. Dijo que lo mandaran y que ya lo pagaba él. Pidieron platos, cubiertos, papel higiénico, compresas”, relata Pepi. A medida que pasan los días, con su teléfono móvil los marineros envían imágenes a la televisión pública para denunciar la situación a bordo. “El patrón lo primero que hizo fue cumplir con una serie de regulaciones internacionales y con las más elementales leyes humanitarias”, dijo la embajadora española en Malta a Canal 9.

Pasado el quinto día, las autoridades sacan a las dos mujeres embarazadas y a la menor del barco. La moral de la tripulación ya se tambalea, creen que los han dejado a su suerte y sienten que los están castigando por su labor humanitaria. “Pasaban los días, y no había novedades. Nos llamábamos y sin novedades. Así la moral se hunde. Solo sabíamos que estaban en negociaciones. Era un castigo”, recuerda Pepi. La embajada, mientras, cuenta a la televisión pública valenciana que están a la espera de la respuesta del Gobierno de Malta y el Ministerio de Asuntos Exteriores valora realizar el traslado. En conexión telefónica con la televisión valenciana, Durá dijo: “Estamos negociando un acto humanitario, no hay que calcular nada”.

El diario El País recoge el 21 de julio la angustia de la tripulación y de los rescatados. Según el relato, el sexto día, a las siete de la tarde, Durá recibe una llamada de la patrullera que vigila el barco a cincuenta metros que le ordena dirigirse al puerto de La Valeta. Apenas un cuarto de hora más tarde, les llega la contraorden: que no se muevan. La rutina, descrita en el reportaje, es la siguiente: por la mañana colacao y galletas, ducha; de comer, un arroz a la cubana, luego la siesta y la cena. La tripulación reparte el tabaco y vigila si hay alguien enfermo. En los días previos los marineros se vuelcan con la niña, a la que le cuesta comer: le dan galletas y helado y le ponen películas infantiles con un reproductor de DVD portátil, contarían a la vuelta. En los nueve días que pasan juntos empiezan a entenderse, pese a la diversidad lingüística: unos hablan gallego y valenciano, otros inglés y francés.

La agencia Europa Press informaba el 20 de julio del final de la operación: “El Gobierno español ha enviado a Malta dos aviones para recoger a los 51 inmigrantes –dos mujeres y un bebé habían sido desembarcados el martes por problemas de salud– y ”redistribuirlos“ a continuación por varios países”, dice la nota, que sigue: “Según precisó el segundo patrón del pesquero, Bautista Molina, la noticia del desembarco de los inmigrantes la transmitió la embajadora en torno a las 18:00 horas, no mucho tiempo después de que el cónsul español en la isla mediterránea llegara al barco acompañado de un equipo de TVE para grabar un reportaje y señalara que no había novedad en la búsqueda de posibles soluciones a la situación de los inmigrantes”. Finalmente, el 23 de julio se completa el rescate.

Después del 'Francisco y Catalina', los pesqueros alicantinos se volcaron con la crisis humanitaria. En dos años rescataron cinco embarcaciones con 128 personas que viajaban a la deriva por aguas del Mediterráneo, concretamente frente a las costas de Malta y Libia. En 2018 su hijo, Pascual Durá, protagonizó el rescate del Nuestra Madre Loreto, con 12 personas a bordo cerca de las costas libias. La tripulación recibió la medalla al mérito civil de la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega y otro galardón de la Cruz Roja. El Ministerio español de Exteriores destacó la “implicación plena” de la Unión Europea en este acuerdo y recalcó que su contenido refleja los esfuerzos desplegados por el Ejecutivo español en favor de una política migratoria común europea.

Pese a los reconocimientos, la familia indica que con lo que se queda es “con el cariño de la gente”: la movilización del pueblo, las cartas anónimas y las llamadas telefónicas de apoyo. Y lanzan una reivindicación: “El reconocimiento es bonito. Pero que arreglen las leyes”.

En la conversación telefónica, los Irles-Durá no transmiten la sensación de haber llevado a cabo una heroicidad, como les dijeron sus vecinos. Tampoco su hijo, que exige actuar en los conflictos de origen que mueven a las personas a huir de sus países. Hablan como si no hubieran podido actuar de otra forma: “Eso no se lo haces ni a tu peor enemigo”.