Pongamos que hablo de Madrid
No nos vamos a liar con cifras y datos que entonces ganamos por goleada sin bajarnos del autobús en el que hemos transitado toda la noche por la A3. He leído algunos informes discriminatorios sobre la infrafinanciación valenciana y he visitado gráficos clarificadores que dan cuenta del expolio al que somos sometidos por la administración que se asienta en la capital de España. He podido corroborar el agravio que padecemos los otros españoles de segunda división que poblamos el espacio exterior de la periferia por culpa de la voracidad presupuestaria española. Ahora, encima, va y resulta que porque una ministra habla de armonización fiscal para que Madrid no vaya a su bola con sus bonificaciones, con sus impuestos condonados a los más pudientes, para que no haga de paraíso fiscal a la sombra de un madroño, va y los populares madrileños, los dueños del cotarro centralista, ofendidos, ¿será posible tal desfachatez?, se alzan contrariados e insolentes contra el resto del mundo.
La capital de los funcionarios, de las sedes de las grandes empresas, del poder financiero de las grandes corporaciones y de la maquinaria del Estado se siente molesta por algunas reivindicaciones del extrarradio, que ellos califican de osadas y que piensan que rompen España (al parecer, ellos nunca han roto un plato, ¡cuánta fragilidad!). La tripulación popular corsaria, que no suelta el timón de la nave nodriza pirata así la maten, puede permitirse saquear varias veces el Canal Isabel II, la empresa que gestiona el agua esa que cuece tan bien los garbanzos para el cocido. Se les perdonan los robos perpetrados desde la Puerta del Sol, desde el Kilómetro Cero, y les vuelven a entronizar erre que erre al frente del gobierno autonómico. Pueden preguntarle si lo desean a los expresidentes de la Comunidad de Madrid envueltos en una maraña de casos judiciales, la mayoría vinculados al latrocinio y la rapiña. Esta historia de victimismo recuerda, casualidades de la vida, los interminables años del Pujolismo, el sesgo galleguista actual de Feijóo o la turra de Camps con el agua del Ebro y la California europea. La confrontación siempre depara buenos réditos electorales.
Esa megalópolis, creada con el dinero de todos, concentra las redes ferroviarias (el corredor mediterráneo es secundario, ¿saben?), las autopistas radiales de toda la vida y los armazones económicos de todo el país. Esa gigantesca trama de áreas metropolitanas superpuestas, amontonadas en el centro de la meseta, está vaciando la España rural, la España interior y la España que agoniza. Ellos además concentran las esencias patrias. En Madrid reposa el espíritu más rancio del franquismo preconciliar, justo se han hecho fuertes en el emblemático escenario del No Pasarán. Atizan con la intransigencia y agitan el miedo, jaleados por una prensa sectaria, a una España abierta, diversa y dialogante. A VOX aquel enjambre de personas reaccionarias les mola. Los del NO-DO lo utilizan de pasarela de la moda retro, de rampa de lanzamiento sideral. Este partido ultra quiere una España uniforme y si puede ser calzada con botas militares. La derecha, sin embargo, ahora lo tiene un pelín crudo: deben salvar Galicia, puntuar en el País Vasco con el cambio de cartel electoral y no hacer el ridículo en Cataluña, donde Ciudadanos en solo dos años y medio ha pasado de ser la primera fuerza política a la cuarta y, en noviembre, en la última consulta electoral, a la octava, el farolillo rojo. Todo un récord Guiness de la señora Arrimadas. ¡Vaya trago les espera! ¡Maldita periferia!
El dumping futbolístico al Valencia ya lo hizo el Real Madrid una vez con Mijatovic, con un cheque expedido con el pelotazo de la Ciudad Deportiva. Por favor, dejen de intentar recentralizarnos. Las aldeas galas no pueden soportar más presión centrípeta (solo faltaba Errejón pidiendo Más Madrid). Esa megaciudad es ya un problema capital para todos que se ha vuelto insostenible. La patria chica de alcaldesas funestas como Ana Botella no puede pedirnos más. Ya basta de encastillarse, ¿no les parece?
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