Hoy mi hijo de 11 años ha acudido al cole con una camiseta “de chica”. Ayer por la mañana, justo antes de irme a trabajar, dentro de su infantil costumbre de decirme las cosas importantes a última hora, me preguntó si teníamos purpurina en casa. A mí, con la llave de coche en la mano, se me activó la antena de “¡alerta!, tarea escolar anunciada con poco tiempo”, lo que se confirmó cuando añadió: “esta tarde tenemos que coger una camiseta y ponerle un corazón con mucha purpurina”. Solté la llave y suspiré, sabiendo que ese día yo llegaría un poco tarde. El pequeño me explicó que en clase estaban asistiendo a un taller de igualdad y prevención de la violencia de género, con motivo del 25 de noviembre, y que la formadora que lo impartía les había propuesto llevar ropa que socialmente se asocia a lo femenino a los chicos, y viceversa.
La camiseta ideada por mi hijo no podíamos hacerla por una cuestión logística (la idea artística original era bastante compleja para que la purpurina permaneciese en su sitio y su madre ese día llegaría de trabajar entrada la noche) pero le propuse como idea alternativa prestarle una camiseta mía con gatitos y algo de purpurina. Tuvo suerte, porque creo que es la única cosa brillante que tengo en mi armario.
Hoy yo esperaba expectante su vuelta del cole para que me contara la experiencia: venía eufórico, todos los compañeros y compañeras habían aceptado “el reto” de ir toda la mañana con esa ropa puesta y volver a casa con ella, algo por lo que la formadora que imparte el taller los felicitó, elogiando su valentía. Tiene mucha razón. Hay que ser valiente para ser diferente con tanta presión social: hace sólo una semana, mi otro hijo, el pequeño, a punto de cumplir cinco años, que hasta hace poco mostraba en público su amor por Frozen y al que no le importaba elegir una camiseta rosa o una cocinita como juguete, me sorprendió diciendo que le gustaba una muñeca de la tele pero que era “de chicas”. A los pocos días, me hizo un comentario similar sobre la ropa rosa y “las princesas”. En casa no lo ha oído, tampoco en la escuela. Pero los anuncios y los catálogos de juguetes siguen separando por colores, por secciones y por fotografías con niños o niñas los juguetes que quieren vender estas navidades, al igual que los anuncios, y que las tiendas. Y los niños, lógicamente, perciben perfectamente los mensajes no verbales.
Qué decir de las tiendas de ropa. Este mismo mes una cadena de establecimientos de moda deportiva muy conocido, me han sorprendido cuando he ido a preguntar por unas prendas de baño para mi pequeño: en la primera llamé por teléfono preguntando si tenían camisetas de licra para el baño para niños de 5 años para no hacer el viaje en balde. Me dijeron que sí, y cuál no fue el impacto cuando, al llegar, me dicen que no tienen: “es que usted preguntó por camisetas de niño, y estas son de niña”, dijo señalando una prensa rosa fucsia con una jirafa de colores y sin entender el masculino genérico del idioma español.
No compré la camiseta con jirafita multicolor (que encima es el animal favorito de mi nene) no por miedo a “amariconar” a mi hijo, como parecía sugerirme la dependienta con reiterados comentarios a cada cual peor que el anterior, sino porque me negué a hacerle negocio a empresa tan sexista. Estas cosas existen, nos rodean, condicionan a nuestros hijos e hijas muy a nuestro pesar y en contra de nuestra lucha educativa y de la de sus docentes. Son eso que llamamos “micromachismos” o “microseximos”, de los que yo cada día dudo más de su calidad de micro. Hay que seguir educando y, sobre todo, todos y todas, pequeños y mayores, hemos de ser muy valientes. La próxima, me trago el enfado y le pongo a mi hijo la camiseta fucsia.