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Mi primera, y única, película porno

Raquel Miralles

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Éramos adolescentes y antes de que nos recogieran para ir a la discoteca del momento, la hermana mayor de mi amiga puso una película de Rocco Siffredi. Azotes, bofetadas, arcadas, escupitajos, humillaciones. Todo un variado catálogo de violencia disfrazado de sexo. Aquello me debió de dejar tan traumatizada que no he vuelto a ver una película porno nunca. Ahora, gracias a internet, se consume más pornografía y desde más pronto. El tráfico de estas páginas es mayor que el de Twitter, Amazon y Netflix juntos. La edad de inicio es de once años y uno de cada tres niños de 10 a 14 consume pornografía de manera regular, algo preocupante, ya que es la información más concreta que reciben sobre el sexo.

El esquema de estas producciones siempre es el mismo: un hombre tiene un deseo y la mujer es el objeto que utilizará para satisfacerlo, sin importar lo que ella piense, sienta o desee. En la pornografía hegemónica, producir dolor físico es excitante; violar a una mujer que esté dormida, borracha o en estado de shock, es excitante; rodear a una chica y penetrarla por cualquier agujero de manera simultánea es excitante; obligar a una mujer a tragar semen es excitante; forzar o presionar para que el “no” inicial deje de ser “no” es excitante. En resumen y como asegura Gabriel Núñez, la pornografía solo se hace una pregunta: ¿Qué más se le puede hacer a una tía?

La pornografía hegemónica reproduce una visión misógina de lo que es el sexo y construye un deseo masculino en el que el placer no es incompatible con la violencia. ¿Cómo se explica si no que los vídeos de la violación de La Manada sean los más buscados? ¿Cómo se explica que en lo que llevamos de 2018 haya habido más violaciones en grupo que en todo 2017? ¿Cómo se explica que casi el 16 por ciento hayan sido grabadas por parte de los agresores?

Que los hombres disfruten con vídeos que muestran a mujeres llorando, gritando y sufriendo es solo el primer paso para poder ejercer la violencia. En palabras de Robin Morgan, “la pornografía es la teoría y la violación, la práctica”. El límite entre lo que es violencia sexual y lo que no se ha difuminado tanto que muchos hombres todavía son incapaces de verla en todo aquello que no sea una violación violenta en algún callejón. Sabemos, sin embargo, que las violaciones no son casos aislados con fines sexuales, sino que son crímenes de poder que responden a todo un entramado social apoyado por la pornografía y la masculinidad hegemónica. Los hombres construyen y demuestran su identidad en el terreno de la sexualidad.  

Es cierto que no hay una postura unitaria dentro del feminismo respecto a la pornografía, pero todas coinciden en señalar que la industria se ha adueñado de la sexualidad y la ha convertido en odio. La solución, para unas, pasa por la abolición; y para otras, por la reapropiación del mensaje para mostrar cuerpos y sexualidades no normativas. En cualquier caso, hasta que lleguemos a una conclusión, necesitamos con urgencia una educación sexual de calidad, porque mientras he estado informándome para este artículo, hay seis nuevos violadores.

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