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Revolución en el campo

Ejemplo de agricultura industrial basada en el monocultivo.

Jordi Castro

Valencia —

El italiano Carlo Petrini, fundador de Slow Food, suele destacar en sus conferencias y entrevistas una anécdota que le llevó a impulsar este movimiento alternativo al actual modelo agroalimentario. Cuenta Petrini que un día volviendo a casa de un viaje decidió pararse en el restaurante de un amigo, famoso por preparar una peperonata buenísima. No obstante aquel día Petrini se dio cuenta de que el plato no era tan bueno como recordaba, y decidió pedir explicaciones al cocinero. El chef le dijo que había cambiado los pimientos tradicionales de la zona por otros más baratos que se importaban desde Holanda, que además eran de una raza híbrida diseñada para ser perfecta a la vista, pero insípida al gusto. Petrini preguntó a un agricultor sobre qué se cultivaba ahora en los campos donde antes se cultivaban los pimientos, y éste le contestó que ahora cultivaban tulipanes para enviarlos a Holanda. Una situación totalmente sin sentido y una locura para Carlo Petrini.

El actual modelo agroalimentario neoliberal considera el alimento únicamente como una mercancía más, sin considerar su valor cultural, ecológico y ni siquiera su valor más importante: su importancia vital para la supervivencia humana. El actual sistema se caracteriza por la industrialización de la agricultura y la hiperconcentración de todos los procesos en muy pocos grupos alimentarios, que actúan de forma global desbordando la escala de los estados. “No hay más de 10 empresas agroalimentarias mundiales que controlan todos los procesos, desde la venta de semillas, herbicidas o piensos a los productores hasta el consumo de los ciudadanos”, asegura el catedrático de Geografía de la Universidad de Valencia Joan Romero, que además destaca la dependencia de los agricultores a estos grandes grupos alimentarios en todo el mundo: “Un agricultor Mejicano o un agricultor de India tienen niveles de dependencia similares al de un agricultor de Castilla la Mancha. Todos tienen solamente un par de almacenes en los que comprar las semillas, los herbicidas o a los que vender la cosecha. Al final es un grado de dependencia total”.

Para Joan Romero los estados y los productores han perdido capacidad de maniobra ante los grandes grupos globales para dar sentido al principio de soberanía alimentaria, y considera que en esa pérdida reside la base de los movimientos alternativos que están surgiendo en todo el mundo. Es el caso del citado Slow Food, que reivindica una alimentación más justa con los productores, con el medio ambiente y con la cultura de cada pueblo. Desde Slow Food por ejemplo se oponen a la estandarización del gusto y de la producción que impone el actual modelo productivo, pues consideran que así se está reduciendo la biodiversidad de razas y especies, como en el caso de los pimientos de Carlo Petrini. “Hace tan solo 15 años había un abanico de sabores en los mercados que ahora cuesta encontrarlos. Te dicen que es lo mismo más barato pero no puede ser lo mismo continuamente más barato”, alerta la responsable de comunicación de Slow Food Valencia Irene Zibert. “A alguien se le está estrangulando en la cadena, algo se está plantando de otra manera, se están interrumpiendo los ciclos normales de la naturaleza”, asegura.

Para Slow Food la deslocalización de la producción agrícola para “poder vivir la ficción de productos más baratos” destruye identidad y cultura, y por eso la organización promueve la inclusión de productos autóctonos en peligro en sus programas de protección. Estos programas catalogan y describen las características de los alimentos y su arraigo al territorio, asesoran a los productores en su comercialización, y educan a la sociedad en su conjunto sobre la importancia de mantener estos alimentos. La variedad de arroz sénia, el garrofó de la cella negra, la ovella roja levantina, la tomata cuarentena o la gallina valenciana de Chulilla son algunos de los alimentos que se protegen o incluso se han recuperado casi de su desaparición a través de estos programas en la Comunitat Valenciana.

Son alimentos respetuosos con el medio ambiente porque se cultivan de forma tradicional y ecológica, y su producción permite “recuperar puestos de trabajo y devolver el orgullo a las personas que se involucran en la producción de estos alimentos”, asegura Zibert. En la Comunitat Valenciana el aceite de los olivos milenarios de la zona del Maestrat es el único producto incluido en el programa de máxima protección de la organización. Estos olivos históricos son poco productivos y se deben recoger a mano, y su valor estético ha conducido a muchos agricultores a arrancarlos para su venta como elementos decorativos de rotondas o jardines. Para evitar su desaparición Slow Food Valencia ayuda a asociarse a los agricultores, busca con ellos maneras sostenibles de producción rentable o les asesora en materia de embotellado y marqueting.

Para Joan Romero recuperar los cultivos autóctonos y crear mercados de proximidad entre productores y consumidores es además de una cuestión de cultura y biodiversidad una cuestión estratégica fundamental para las próximas décadas. “Los fondos de inversión están realizando compras masivas de tierra en África, América Latina y países del este de Europa porque ven en la inversión de tierras un negocio muy rentable, y muchos países como Japón, Arabia Saudí o China también están realizando compras masivas para asegurarse su provisión de alimentos”, asegura Romero, que considera que tendríamos que tomar nota de este importante fenómeno geopolítico como una alerta anticipada y repensar nuestras políticas agrarias. “El Estado debería ser consciente de que cuanto más trabaje para ganar soberanía alimentaria menos dependerá de los grandes grupos alimentarios que en estos momentos nos tienen cogidos desde arriba hasta abajo, desde el suministro de inputs (semillas, pesticidas, piensos) hasta la venta del producto”, alerta.

El acaparamiento de tierras del que habla Romero se produce además con la connivencia de las élites locales corruptas, que se enriquecen malvendiendo las tierras a estos fondos y expulsan después a comunidades agrícolas enteras. En estas tierras se sustituyen los cultivos tradicionales por monocultivos industrializados para la exportación, y se crean paradojas como el caso de Etiopía, un país con un gran potencial agrícola donde su población ha sufrido varias hambrunas, y que produce una gran cantidad de alimento que se destina a los países ricos. Joan Romero destaca que la expulsión de tierras no solo se está produciendo en los países menos desarrollados, sino que los agricultores europeos también están siendo expulsado metafóricamente de sus cultivos. “El modelo neoliberal produce expulsiones reales y metafóricas, porque un agricultor de Albacete no tiene autonomía para nada, puede comprar dos tipos de semilla y un tipo de herbicida al precio que le ponen otros, y tiene que vender su producción al precio que le han puesto los mismos”, apunta.

Los mercados de proximidad

Frente a este modelo globalizado han surgido movimientos internacionales que reivindican un nuevo modelo basado en la democracia y soberanía alimentaria de los pueblos, con nuevos criterios de sostenibilidad que incluyen la reducción de productos químicos y el consumo de alimentos locales evitando el transporte innecesario. Vía Campesina, Terra Madre, el propio Slow Food (presente en más de 150 países), y nuevos conceptos alimentarios como el km0 son algunos de los protagonistas de esta ruptura con el actual modelo.

Un restaurante km0 se caracteriza por el respeto a los productores y por incluir productos locales y ecológicos, así como alimentos autóctonos de los programas de protección de Slow Food. En la Comunitat Valenciana contamos con algunos restaurantes km0 como La barraca de Toni Montoliu en Meliana o el K'anròs en Alcàsser, que lleva año y medio aplicando el km0 en sus platos. “Al principio cuesta un poco porque no hay distribuidores, tienes que buscar a los productores directamente, pero una vez dentro es fácil, y al final también es bonito que conozcas al productor, que lo veas y hables con él”, asegura Francesc Marí, cocinero y copropietario del restaurante km0 k'anròs, que se declara “orgulloso” e “ilusionado” por poder difundir la filosofía del km0 en su restaurante.

Francesc cree que en la Comunitat Valenciana no se ha desarrollado un importante mercado de proximidad a pesar del potencial agrícola porque falta concienciación ciudadana y todavía hay dificultades para acceder a los productos locales, que en algunos casos tienen un precio superior a los productos importados. “Recuerdo cuando fui por primera vez a comprar una gallina de Chulilla y me dijeron que costaban entre 13 y 14 euros cada una, cuando un pollo en general te cuesta 5 o 6 euros. Pero claro, el pollo de Chulilla tiene 14 meses de vida y pesa más de dos kilos, mientras que el pollo normal tiene un mes de vida y pesa poco más de un kilo, y además el sabor no tiene nada que ver. ¿Entonces es caro o es barato?, pues yo creo que con el trabajo que hacen los productores es barato. La filosofía final es que tienes que pensar un poco en cómo se hacen las cosas, y por eso tienen un valor añadido”.

“Evidentemente los productos locales tienen un valor diferente en todos los sentidos” añade Patricia Restrepo, la responsable del restaurante valenciano km0 Kimpira. Este restaurante situado en la ciudad de Valencia incluye en su carta platos elaborados con productos protegidos por Slow Food Valencia como el paté de cacau de collaret, el hojaldre de manzanas de Ademuz o la lasaña con panses de Dènia. Tanto Patricia como Francesc creen que poco a poco la sociedad está cambiando y hay más demanda de productos locales. “Cada vez creo que se va a comer más sano, se va a consumir más producto de proximidad y se va a cuidar un poco más al productor, que no haya tanto intermediario porque al fin y al cabo es el que se enriquece”, asegura Francesc.

Irene Zibert, de Slow Food Valencia, cree que ahora hay más herramientas que nunca para acortar la distribución entre productores y consumidores y buscar productos más limpios y justos, pero cree que en la Comunitat Valenciana los temas alimentarios importan todavía poco, y reivindica la necesidad de reflexionar y ser más críticos. “¿Por qué teniendo la huerta de todo el Levante español en nuestro entorno, la ciudad de Valencia rodeada de huerta, por qué tenemos que comer lo que vende el supermercado bandera de la Comunitat Valenciana?”, se pregunta. Zibert considera que la verdadera energía para cambiar el actual modelo agroalimentario está en las personas, pero también cree que el apoyo público es necesario sobre todo en el tema de la educación alimentaria en la sociedad. “La educación va creando consumidores concienciados y críticos, y permite que la gente elija con libertad y con toda la información”, afirma.

La política agraria comunitaria (PAC) se podría considerar un ejemplo de política pública que va en contra del modelo neoliberal, aunque también ha recibido algunas críticas: “El modelo neoliberal puro preferiría que no hubiesen ayudas, sería su paraíso, pero creo que la PAC debería ser más ambiciosa y centrarse en los pequeños agricultores y en favorecer prácticas de consumo más próximas, y en muchas de sus últimas decisiones sigo viendo la larga mano de los grandes grupos agroalimentarios y sus lobbies”, asegura Joan Romero, que no obstante considera que si la política agraria dejase de existir una buena parte del territorio europeo se dejaría de cultivar y se produciría una catástrofe ecológica. “Sin las ayudas los agricultores no podrían hacer frente al pago exageradamente elevado de abonos, insecticidas, maquinaria, energía y mantener a la baja los precios”, concluye Romero, que cree que los poderes públicos deberían apostar para el futuro por una fase de convivencia entre formas de agricultura industrial, “cuánto más sostenibles mejor”, con formas de agricultura alternativa, “mucho más respetuosas con el entorno y más sostenibles con la proximidad a los mercados”.

Los partidarios del actual modelo alimentario esgrimen el argumento de la suficiencia alimentaria para defender el modelo neoliberal: argumentan que solo el modelo industrial puede producir suficiente alimento para alimentar a toda la población mundial. Sin embargo sus detractores creen que este modelo produce desigualdad en el reparto de alimento, es insostenible medioambientalmente y reduce la autonomía de los agricultores y los estados en beneficio de una docena de compañías internacionales, y reivindican un nuevo modelo. Sea como sea el nuevo modelo, el cambio no será de un día para otro, del mismo modo que el actual modelo industrial globalizado tardó varias décadas en implantarse. De momento cientos de millones de personas pasan hambre en el mundo a pesar de un modelo que paradójicamente se nos ha vendido como necesario para parar el hambre en el mundo. Esperemos que la revolución no sea demasiado slow para ellos.

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