Les propongo un experimento: tecleen en el buscador de Internet “titiriteros Madrid”. Yo lo he hecho y me han aparecido 660.000 resultados. A continuación busquen “operación Taula”; se encontrarán sólo con 175.000. Es decir, nos importa o escandaliza mucho menos que una red mafiosa tome las instituciones para robar dinero público (incluido el destinado a la educación de nuestros hijos) que unas decenas de pequeños asistan a unas escenas no más violentas que las que ven a menudo en los telediarios, en los programas del corazón o incluso en los dibujos animados. Si probamos con otros aspectos directamente relacionados con la infancia, como la pederastia o los muertes de menores que huyen de la guerra, la cosa no mejora: las búsquedas “abusos Maristas” o “menores refugiados fallecidos” no ofrecen resultados superiores a las de los imbatibles cómicos diabólicos.
Resulta paradójico ver en la cárcel a los titiriteros y en la calle al autor confeso de los abusos sexuales en el colegio catalán. Para Jueces para la Democracia y la Unión Progresista de Fiscales la primera medida es discutible, pues supone un uso desproporcionado de la prisión preventiva, pensada para cuando haya riesgo de fuga, de destrucción de pruebas y de cometer más delitos. Tampoco ven claro el supuesto enaltecimiento del terrorismo por exhibir un cartel alusivo a ETA sin entrar a valorar el contexto, ya que en ese caso, cualquier película u otra producción en la que un personaje manifieste su simpatía por el terrorismo podría ser considerada de igual modo. En la obra, el cartel es colocado sobre uno de los personajes para implicarlo en un delito, con lo cual no supone, ni mucho menos, una opinión vertida por los autores. El resto de acciones que tan duramente se han criticado consisten en que la bruja, siguiendo la tradición de la Comedia del Arte y los títeres de cachiporra, golpee a personajes que simbolizan valores contra los que se hace una crítica, como la banca o la justicia. Ahorcar a un personaje ante un público infantil o, sobre todo, apuñalar a una embarazada es de un evidente mal gusto y poco apropiado para esa edad, pero incluso el ataque a la gestante se puede circunscribir en un contexto crítico, al margen de que las acciones de los personajes no implican la asunción de sus conductas y opiniones por parte de los autores.
Se nos llenaba la boca defendiendo la libertad de expresión en el caso de Charlie Hebdo, pero olvidamos aquí que se trata de un derecho que nuestra Constitución consagra como “fundamental” y, por lo tanto, especialmente protegido, sin que ello signifique que sea ilimitado, pero parece que en este caso la limitación puede haberse excedido.
A mí lo que realmente me indigna es ver al ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, aprovechar políticamente lo ocurrido para cargar contra el adversario y que su interés en proteger a los menores no se extienda a otro asunto de su competencia, como el de los niños refugiados, puesto que en su opinión sus padres (seguramente para el ministro incluso ellos) son potenciales yihadistas.
El PP busca temas que desvíen la atención de su incapacidad para formar gobierno, su pringue en la corrupción, su falta de agallas para pedir la dimisión como senadora de la, al menos, responsable política del escándalo de Valencia, o de la presidenta popular Isabel Bonig, que se llena la boca hablando de regeneración cuando se la vincula a la petición de donaciones para el partido que luego eran presuntamente blanqueadas y cuando fue asesora de uno de los detenidos en la trama. Unos echan el telón y otros despliegan cortinas de humo.