“Además, en lugar de entregarnos al nostálgico deseo de regresar al mundo de solidaridades de ayer, más valdría asumir que la actual atomización de la sociedad seguirá su curso y que tanto ciudadanos como clases se han esfumado como fuerzas de cambio, dejando paso a un mundo de individuos unidos por su condición de consumidores de bienes e información, que confía más en Internet que en sus representantes políticos o en los expertos que ven por televisión (...) Así, mientras aguardamos una redención procedente de algún rincón todavía ignoto, los jefes de Estado mundiales seguirán apiñándose en la Asamblea General de las Naciones Unidas, donde tendrán lugar conferencias periódicas y declaraciones tan rimbombantes como, en general, incumplidas”.
El extracto recogido sobre estas líneas pertenece a la última página del ensayo más reciente de Mark Mazower, 'Gobernar el mundo. Historia de una idea desde 1815'. La pequeña editorial Barlin Libros acaba de publicar la primera traducción al castellano de esta obra, presentada este jueves en un coloquio con los historiadores Joan Romero y Anaclet Pons. Aunque Mazower no es exactamente un historiador, se ha especializado en contar la historia de las relaciones diplomáticas y los organismos internacionales. Sus ideas, aunque publicadas en 2012, están tan vigentes que el año de la primera edición pasa desapercibido.
En sus 500 páginas examina distintos intentos por dar respuesta a la pregunta que le da título. Pons, en el coloquio, planteaba una similar “¿Acaso se puede gobernar el mundo?” Para el profesor, la respuesta del autor es polémica, a menudo contradictoria, pero da forma a una preocupación global, mezclando historia de las instituciones con historia del pensamiento para llegar, precisamente, al origen de esta idea.
“El mundo actual, desde el 11S a Bush, a Trump, el Brexit, Putin... no son una moda. Es un terremoto complejo”, considera el profesor. “El mundo marcha hacia el Pacífico y las instituciones también. Y eso va a reescribir la historia”, apuntaba, respaldado por Romero. Catedrático de Geografía Humana, considera la de Mazower una obra imprescindible para entender el siglo XX junto a la obra de Stefan Zweig.
Tras la Segunda Guerra Mundial proliferaron organismos de control del mundo. Muchos camuflados apelando a los derechos humanos o bajo el disfraz de la solidaridad, de evitar desastres económicos que arrasaran con países.
Roosevelt, Churchill y Stalin diseñaron en la histórica reunión de Yalta, en la todavía hoy disputada Crimea, la estructura del nuevo orden mundial que habría de regir tras la guerra. En aquella conferencia se produjo el reparto mundial del poder entre los vencedores de la histórica conflagración mundial. Siete décadas después y una guerra fría de por medio, el mundo parece encontrarse inmerso en un cambio del paradigma unipolar y en una desviación hacia el Pacífico del eje de poder. La potencias asiáticas emergentes, con la pujante China a la cabeza, reclaman hoy el pedazo de pastel del que fueron excluídos
Las siglas, coincide la pareja de historiadores, están prácticamente caducas. O funcionan de una forma obsoleta. “Las nuevas instituciones evidencian fatiga de materiales. ¿Cuánto tiempo pueden subsistir organizaciones con vocación global con vetos de 1945?”, planteaba Romero, apelando al poder del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
La historia de los organismos internacionales es la historia de los conflictos y este hecho no alumbra un futuro optimista ni una solución a los problemas de las democracias contemporáneas. La pérdida de seguridad, de soberanía y las injerencias de otros poderes a menudo difíciles de ubicar hacen tambalear el poder de los Estados. El triunfo de las ideas neoliberales, que campan a sus anchas desde el consenso de Washington, unido al cambio tecnológico, son para Romero los indicadores de la nueva ventana de la historia.