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Votos en la papelera

Chus Villar

Lo ocurrido a Izquierda Unida en estas elecciones puede equipararse con lo que le pasó al PCE en la Transición, que a pesar de haber liderado la oposición al franquismo se vio ampliamente superado por el PSOE y reducido a fuerza marginal. Hoy, es Podemos fundamentalmente quien fagocita a IU, incluso siendo su líder, Alberto Garzón, uno de los mejor valorados, por encima de Pablo Iglesias, si hacemos caso de los datos del CIS y no siendo ambas propuestas de programa demasiado diferentes.

A Izquierda Unida-Unidad Popular se le han juntado varios escollos. Uno de ellos es el llamado “voto útil” de los progresistas que, ante la previsión de mayoría para el Partido Popular, se han decantado por apoyar al PSOE y a Podemos. “Mi voto se ha ido a la papelera”, me comentaba ayer un amigo votante de IU-UP, frustrado por ver cómo la coalición no había sacado ningún escaño por la circunscripción de Valencia. Lo mismo pasó en las autonómicas, donde en absoluto se vio reconocida la solvente labor de oposición de Ignacio Blanco. Esta situación hará, en muchos casos, que los electores cambien su voto en función de su posibilidad real de obtener representación y provocar un cambio, en el caso de que haya elecciones anticipadas ante la imposibilidad de formar coaliciones estables de gobierno.

En segundo lugar, la formación de izquierdas ha topado con la ley electoral, que infravalora la representación de los partidos minoritarios y establece diferencias territoriales, de forma que en las provincias más pobladas es más difícil obtener cada escaño. Así, por ejemplo, Democracia y Libertad (heredera de CIU) ha obtenido cuatro veces más diputados (8 frente a 2) con casi la mitad de sufragios (565.501 frente a 923.105). De hecho, al partido de Alberto Garzón es al que más le cuesta conseguir un representante parlamentario: para obtener un diputado le han hecho falta 461.552 votos, mientras que el PNV es el que necesita menos, sólo 50.264 papeletas.

Dadas las dos circunstancias anteriores, que eran previsibles antes de los comicios, la mejor opción de IU hubiese sido concurrir junto a Podemos y las mareas, de forma que hubiera conseguido unos 14 diputados más. Esto no sólo habría tenido ventajas para Izquierda Unida, sino también para las fuerzas progresistas en general, ya que Podemos sería la segunda fuerza política y un eventual acuerdo de gobierno con el PSOE sería más factible, a pesar de que ambos no sumarían la mayoría absoluta y seguirían dependiendo del voto a favor o la abstención de, al menos, los nacionalistas. Garzón es consciente de ello y ha declarado que sigue apostando por la “unidad popular” que, sí o sí, deberá pasar con una alianza con Podemos de cara a las próximas elecciones, anticipadas o no, si no quiere verse condenado a que su partido se convierta en una formación totalmente residual o incluso sin representación, como le ha ocurrido a UPyD.

En cualquier caso, a EU le vendría muy bien una reforma de la ley electoral, pero la composición del parlamento que ha salido de las urnas no facilita que la Ley D’Hont pase a mejor vida, dado que es un escenario que no interesa a PP, PSOE ni a los nacionalistas, aunque quizás podría ser una condición de Podemos y EU a un pacto con los socialistas y también cuenta con el beneplácito de Ciudadanos.

Esta reforma se impone como una regeneración necesaria para profundizar en la democracia, siendo el actual momento muy diferente a aquellos años 70 en los que la necesidad de estabilidad para cambiar de régimen justificaba en parte que se favoreciera la concentración en torno a partidos mayoritarios. Es el momento de una segunda Transición.

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