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Running excesivo: ¿cuáles son los riesgos de correr sin control?

Foto: Deb@deb-gray.com

Cristian Vázquez

El running es el deporte de moda. Es algo que parece claro desde hace tiempo, pese a que la última Encuesta de Hábitos Deportivos, publicada en 2015 por el Consejo Superior de Deportes, lo situó en el cuarto lugar entre las acitividades más practicadas, detrás del ciclismo, la natación y la dupla senderismo-montañismo. En cualquier caso, la carrera a pie reúne algunas características que la dotan de un atractivo especial: no exige conocimientos específicos, ni tampoco el uso de equipamiento especial más allá de la indumentaria, puede realizarse en entornos urbanos y de manera gratuita.

Así es como, en los últimos años, nos hemos habituado a ver por las calles gente que corre. Pero el hecho de que esta actividad no requiera de conocimientos técnicos puede ser contraproducente. Muchas personas se aficionan al running de tal manera que se exceden en su práctica y quedan a merced de los numerosos riesgos de correr sin control. Unos riesgos que van desde las lesiones en los tendones, los huesos o las articulaciones hasta los problemas cardiacos, pasando por la “runnorexia”, la adicción patológica por salir a correr.

Las lesiones más comunes de los corredores

Correr es una deporte de impacto. Cada paso es en realidad un salto: cada vez que el cuerpo entra en contacto con el suelo, trabajan los pies, las rodillas, los múltiples tendones, los huesos, la cadera. Los encargados de absorber ese impacto son, en una primera instancia, los músculos. Pero cuando los músculos se agotan, los que se hacen cargo del esfuerzo son los tendones. Y la sobrecarga de trabajo para estas piezas vitales para el mecanismo del cuerpo redunda en dolorosas consecuencias.

El primer resultado es la tendinitis, que consiste en la inflamación de los tendones. La inflamación es el proceso a través del cual los tejidos comienzan su proceso de autorreparación. Pero si la sobrecarga del tendón es mayor a su capacidad de reparación, el problema derivará en una tendinosis, que es un proceso degenerativo y que ocasiona dolores crónicos y muy intensos en las partes afectadas.

Otro problema frecuente son los esguinces. Es una lesión que afecta los ligamentos, es decir, los tejidos que unen unos huesos con otros en las articulaciones. Esos ligamentos son muy resistentes, pero cuando se fuerzan hasta su límite (por un esfuerzo excesivo) o sufren un movimiento muy brusco (a causa de una torcedura), se produce esta afección, que también es muy dolorosa. Si es más grave y el ligamento no puede por sí solo estabilidad la articulación en su posición normal, se habla de una luxación.

La espalda es otra de las zonas del cuerpo más comprometidas cuando el running se practica de manera excesiva. En particular, la región lumbar, la zona inferior de la espalda, que absorbe el esfuerzo cuando la forma de correr no es la correcta, cuando se utiliza calzado inadecuado o cuando la persona que corre padece sobrepeso u obesidad.

La lumbalgia, el problema menos grave, puede derivar en una protusión o una hernia discal, trastornos muy dolorosos y a menudo crónicos que reducen la calidad de vida. Y eso no es todo: correr demasiado también puede producir fascitis plantar, problemas en el suelo pélvico (y, como consecuencia, trastornos relacionados con la orina), estiramiento del ligamiento de Cooper (lo cual produce una flacidez prematura en el pecho de las mujeres) e incluso fracturas óseas.

Para prevenir estas complicaciones, la clave radica en tener paciencia para ir poco a poco, calentar y estirar lo suficiente y -como afirma el atleta de alta competición Neal Gorman- “escuchar a tu cuerpo”. Saber interpretar las señales es fundamental para evitar los excesos que pueden acarrear consecuencias indeseables.

No correr más de lo que permite el corazón

Las personas que practican una actividad deportiva intensa presentan mayor incidencia de muerte súbita que los no deportistas. Así lo asegura la Sociedad Española de Cardiología (SEC) en un comunicado, en el cual especifica que el deporte intenso “incrementa sensiblemente” el riesgo de sufrir ese problema. La tasa de muerte súbita entre quienes lo practican es de 1,6 por cada 100.000 personas, mientras que entre los que no hacen deporte ese índice no llega ni a la mitad: 0,75 por cada 100.000 personas.

De acuerdo con Araceli Boraíta, jefa del Servicio de Cardiología del Centro de Medicina del Deporte de la Agencia Española de Protección de Salud en el Deporte, “las miocardiopatías, entre ellas la miocardiopatía hipertrófica, son la primera causa no traumática de muerte súbita asociada al deporte” en personas jóvenes. La miocardiopatía hipertrófica es una enfermedad que aumenta el tamaño del músculo cardiaco. La mayoría de las personas que padecen este problema tienen una expectativa de vida normal, pero para ellas practicar un deporte intenso equivale a poner su vida en riesgo, literalmente.

Por otra parte, un estudio realizado por científicos daneses en 2015 llegó a la conclusión de que correr más de cuatro horas por semana puede causar daños estructurales en las arterias, y de que la expectativa de vida de quienes corren demasiado resulta similar a la de las personas sedentarias, que no realizan actividad física alguna. De acuerdo con este trabajo —cuyos autores enfatizan que necesita de nuevos estudios para corroborar sus resultados— lo recomendable es correr entre 1 y 2,4 horas semanales, distribuidas en no más de tres días a la semana. Otro estudio aún más reciente, de 2017, determinó que correr maratones resulta perjudicial para los riñones.

¿Cómo deben hacer entonces para prevenir problemas de este tipo quienes gustan de salir a correr? La prueba elemental es un electrocardiograma: el 95 % de las personas con miocardiopatía hipertrófica presentan anomalías en esa prueba. Pero no es suficiente. Boraíta explica que, para detectar ese problema, “la técnica diagnóstica por excelencia es el ecocardiograma”. Existen además otros estudios, como el llamado holter electrocardiográfico, que permite estratificar el riesgo, y la prueba de esfuerzo, que sirve para valorar la respuesta al ejercicio. De esta forma, se puede estar más tranquilo al momento de salir a forzar —además de los músculos, las articulaciones y los tendones— el corazón. Aunque el consejo es, de nuevo, tener mucho cuidado para evitar los excesos.

Runnorexia, la obsesión por correr

Correr, como toda actividad física, tiene beneficios a nivel psicológico. Sobre todo, contribuye en la reducción del estrés y la ansiedad y, por lo tanto, ayuda a prevenir la depresión. Pero en este mismo plano un exceso de actividad puede tener también un efecto perjudicial: uno se puede hacer adicto al running. A esta obsesión por correr se ha dado el nombre de runnorexia, que se puede definir, en palabras del psicólogo y entrenador personal Jonathan García-Allen, como “la pérdida de perspectiva del rol del ejercicio físico en la vida de la persona”.

La adicción al running es posible debido a que, cuando alguien corre, su cerebro libera sustancias químicas que proporcionan placer, como dopamina y endorfinas. De esta manera, se activa el mismo área cerebral que en los casos de adicción a las drogas, al alcohol o al sexo. ¿De qué manera es posible darse cuenta de si alguien se ha convertido en un adicto a esta actividad? La persona runnoréxica siente mucho placer al correr.

Pero necesita ir aumentando la frecuencia e intensidad de su entrenamiento para alcanzar esa misma sensación. Y cuando no está corriendo experimenta síntomas como agotamiento, fatiga, debilidad, irritabilidad, depresión y soledad. Si se sospecha la existencia de una posible adicción a salir a correr, la recomendación es acudir a terapia con el fin de superarla.

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