Está muy difundida la creencia generalizada de que los niños de la actualidad son más inteligentes que los de antes. Es decir, más listos que sus propios padres y abuelos cuando eran niños. Sobre todo, la velocidad con que se adaptan a los entornos y sus habilidades para el dominio de teléfonos, tabletas y otros dispositivos así parecen demostrarlo. Sin embargo, es una afirmación que merece la pena poner en discusión.
Como explica el experto en nuevas tecnologías y comunicaciones Lito Ibarra, las generaciones pasadas también aprendieron “en relativo corto tiempo cómo manejar un automóvil, cómo operar un teléfono y un fax, así como sacarle provecho al control remoto, la máquina de escribir y otros adelantos de sus respectivas épocas”. Lo cual explica, en palabras de este especialista oriundo de El Salvador, que “se trata más bien del escenario en que nos toca vivir” lo que influye sobre las habilidades que desarrollamos en nuestros primeros años.
Sin embargo, existe lo que se llama el efecto Flynn, un fenómeno según el cual el coeficiente intelectual (CI) promedio aumenta de manera continua con el paso del tiempo. Debe su nombre al científico neozelandés James Flynn, quien a comienzos de la década de 1980 advirtió que las pruebas de CI se actualizaban aproximadamente cada 25 años, que se hacen cada vez más difíciles y, sin embargo, los resultados se mantienen en las mismas cifras. Es decir, si alguien realizara una prueba correspondiente a décadas anteriores, sus resultados serían mucho más altos. Conclusión: el CI de las nuevas generaciones es más elevado que el de las anteriores.
¿A qué se debe ese aumento del coeficiente intelectual?
Los científicos no han encontrado hasta ahora una explicación contundente de por qué se produce el efecto Flynn. Pero hay varias hipótesis. Un estudio realizado en Barcelona comparó el CI de un grupo de niños de siete años en 1970 con el de otro grupo de niños, que tenían la misma edad en 1999. En esas casi tres décadas el coeficiente promedio había aumentado hasta un 17%.
Los investigadores –Roberto Colom, investigador de la Universidad Autónoma de Madrid, y Josep María Lluis-Font y Antonio Andrés Pueyo, de la Universidad de Barcelona– manejaban dos hipótesis. La primera era la hipótesis nutricional, que señala que el incremento del CI se relaciona sobre todo con una mejora en la calidad de la alimentación, la higiene y la asistencia médica de los niños. La segunda sostenía que la causa principal era que los niños recibían una mayor estimulación cognitiva. Los resultados del estudio indicaron que la primera, la hipótesis nutricional, explicaba los cambios mucho mejor que la segunda.
La mayor cantidad de estímulos, de todas formas, es un elemento que no se puede soslayar. Lito Ibarra apunta que, gracias a la accesibilidad y la cultura digital, el aprendizaje de los niños se ha acelerado. “En términos generales –explica– a la misma edad, un educando contemporáneo ha recibido más contenido educativo, en forma, calidad y variedad, que una persona que recibió su educación años atrás”.
De hecho, científicos de la Universidad de Murcia demostraron que un videojuego puede aumentar el CI de los niños. En un estudio, cuyos resultados se publicaron este año en la revista especializada Frontiers in Psychology, comprobaron que el entrenamiento con un videojuego desarrollado por ellos logró mejorar las capacidades cognitivas y de aprendizaje de los niños, tanto en matemáticas como en lectura y otros aspectos.
“Una de las cosas que descubrimos tras la investigación es que seis meses después de finalizar el ensayo se había incrementado la conectividad cerebral de los alumnos”, explicó Luis Fuentes, director de la investigación. “Cuantas más conexiones cerebrales se generen en las áreas del cerebro implicadas –añadió– mejor será el rendimiento académico de las que depende”. Este hecho fue valorado como uno de los grandes logros del estudio: “Los beneficios cerebrales perduran una vez acabado el entrenamiento”.
Una visión menos optimista
Sin embargo, no todas las miradas en este sentido son tan optimistas. El documental francés Cerebros en peligro, dirigido por Sylvie Gilman y Thierry de Lestrade, estrenado en 2017, asegura que en realidad el CI de los niños desciende dos puntos cada década y que cada vez hay más niños con hiperactividad y trastornos de déficit de atención y del espectro autista.
Uno de los expertos consultados en el documental es Edward Dutton, miembro del Instituto de Ulster para la Investigación Social, con sede en el Reino Unido, y director de una revisión de varios estudios que afirman que se está produciendo un “efecto Flynn negativo”. Según este metaanálisis, el CI promedio aumentó hasta mediados de la década de 1990, pero desde entonces en varios países no ha dejado de descender.
¿Por qué? Tampoco en este caso hay respuestas concluyentes, pero las explicaciones que aparecen como más probables, según los científicos consultados por Gilman y De Lestrade, apuntan en dos direcciones. Por un lado, una carencia de yodo en las madres durante el embarazo. Por el otro, algo mucho más grave y difícil de solucionar: la presencia de sustancias contaminantes como el cromo, el flúor y el bromo en la vida cotidiana, a través de productos de plástico, dispositivos electrónicos, pesticidas y muchos otros. “Cada vez somos más estúpidos”, enfatiza Edward Dutton. “Ya está pasando, y no va a parar. Deberíamos pensar en hacer algo. Si no hacemos nada, la civilización, que se basa en la inteligencia, irá en sentido opuesto. Y todo apunta a que ya está sucediendo”.
Palabras y otros estímulos para la inteligencia infantil
Parece claro que, si en efecto los niños de la actualidad son más o menos listos que los de hace algunas décadas, no se debe a modificaciones evolutivas, pues estas demandan muchas generaciones para hacerse evidentes, sino a cambios en las formas de vida y en el entorno en el cual se desarrolla nuestra civilización.
Y no hay que pensar solo en las nuevas tecnologías y la cultura digital. Entre los estímulos que los pequeños de ahora reciben en mucha mayor cantidad que los de antaño hay elementos tan simples como las palabras: como las familias son menos numerosas, los niños están más expuestos que antes a conversaciones adultas. Y oír más palabras ejerce una influencia notoria en su desarrollo intelectual y cognitivo.
Una investigación realizada en Estados Unidos calculó la cantidad de palabras que oyeron los niños de 42 familias entre los siete meses y tres años de edad, y siguió luego su desarrollo durante una década. De acuerdo con las conclusiones del trabajo, los hijos de profesionales de buena posición económica, al llegar a sus tres años, habían oído 30 millones de palabras más que los niños de familias de menos recursos, lo cual había contribuido en su desarrollo.
Si bien estos resultados han sido cuestionados por lo pequeño de la muestra analizada (aquellas 42 familias), existe una iniciativa llamada precisamente Thirty Million Words, iniciada por la pediatra Dana Suskind, de la Universidad de Chicago, que promueve que los padres hablen más y mejor a sus hijos y contribuyan, también de esa forma, con su crecimiento.
En cualquier caso, lo conveniente es dar a los niños diversos estímulos para favorecer su desarrollo cognitivo. Además de los dispositivos digitales, con los que parece inevitable que se relacionen, la lectura es uno de los que más contribuyen, y brinda además muchos otros beneficios. Y también es recomendable, desde luego, evitar el contacto con pesticidas y demasiados plásticos, no solo por estas cuestiones.
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