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Los seres humanos hacemos la historia en condiciones independientes de nuestra voluntad.

Avanzando hacia el disparate

El candidato de ERC a la presidencia de la Generalitat, Pere Aragonès (i), habla con Laura Borràs, presidenta del Parlament de Catalunya.

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Para ser investido President de la Generalitat, Pere Aragonès necesita el voto afirmativo de todos los diputados independentistas. Una vez que la posibilidad de una mayoría con diputados no independentistas quedó descartada con el pacto de exclusión del PSC, los partidos independentistas quedaron condenados a entenderse para poder formar Gobierno. Se vuelve a repetir lo que viene ocurriendo desde las elecciones de 2015. Si en las elecciones de 2012, Convergencia y ERC tenían mayoría absoluta, a partir de las siguientes de 2015 siempre han sido necesario los votos de la CUP. Por eso, por el veto de la CUP, Artur Mas no pudo ser President en 2015 y entró en su lugar un bastante desconocido Carles Puigdemont y por eso, también, en 2018 acabaría siendo President alguien con quien no se contaba como Quim Torra.

Desde el momento en que todos los partidos nacionalistas han concurrido con un programa independentista inequívoco (en 2012 Covergència todavía concurrió con un programa ambiguo en lo que a la independencia se refiere), el Govern de “concentración” se ha convertido en la única alternativa. Hay que sumar todos los escaños de todos los partidos para alcanzar una mayoría de investidura. 

No se trata, por tanto, de una mayoría libremente constituida, sino de una mayoría impuesta por el resultado electoral. Una mayoría a palos. Y una mayoría constituida de esta manera, es muy difícil que pueda operar como mayoría de legislatura, es decir, como mayoría de gobierno. Así ha venido siendo desde 2015. En Catalunya se ha evitado tener que repetir las elecciones, como ha ocurrido en dos ocasiones en el Estado, pero la acción del Govern de concentración difícilmente se puede calificar como acción de Gobierno. El desorden ha sido la nota dominante. Con Puigdemont y con Torra.

La forma en que se están gestionando los resultados de estas últimas elecciones parece indicar que la historia de las dos pasadas legislaturas se va a repetir. Todos saben que únicamente el candidato del partido con mayor número de escaños puede ser President de la Generalitat. Pero todos saben también que hacen falta todos los diputados de los tres partidos. Parecería lógico que se hubiera formado una mesa de negociación para consensuar un programa de Gobierno, con base en el cual el candidato a President se presentaría ante el Parlament en la sesión de investidura, así como también para decidir quienes acompañarían al President como Consellers de los diferentes partidos en la gestión de dicho programa.

Y sin embargo, por la información que vamos recibiendo, no parece que se esté procediendo de esta manera. ERC ha conversado con la CUP y han cerrado un acuerdo sobre determinados puntos, pero no se ha iniciado siquiera una negociación digna de tal nombre con Junts. Vamos a tener que esperar al viernes para ver si el debate de investidura es punto de llegada de un acuerdo entre todos los partidos o punto de partida de una negociación con el límite de los dos meses fijados por el Estatuto para evitar la repetición de las elecciones. 

Lo que mal empieza, mal acaba, dice el refrán. Y la interpretación política de los resultados electorales para la formación del Govern está empezando mal. El anticipo que ha supuesto la negociación para la composición de la Mesa del Parlament y el discurso de la Presidenta de la cámara, saltando por encima del anterior President para vincularse directamente con Carme Forcadell, no son indicios de que se avanza en la buena dirección. Si el discurso de investidura de Pere Aragonès se produce en unos términos parecidos a los del discurso de Laura Borràs, la legislatura puede caminar hacia el disparate. 

Disparate para Catalunya, en primer lugar, y para el conjunto del Estado después. El desorden en Catalunya anticipa el desorden en el Estado. Lo hemos visto en la década pasada. Sin el desorden en Catalunya, sobre todo a partir de las elecciones de 2012, no se explica el desorden en España desde 2015. Y lo hemos visto esta misma semana. El resultado de las elecciones catalanas ha desencadenado mociones de censura estrambóticas en Murcia y Castilla y León, disolución anticipada y convocatoria de elecciones en Madrid, renuncia a la Vicepresidencia del Gobierno por parte de Pablo Iglesias y de Edmundo Bal a su acta en el Congreso de los Diputados y muchas cosas más a las que ni le prestamos atención ante la magnitud de las anteriores, pero que están pasando. El subsuelo del sistema político español se asemeja al subsuelo islandés en el que se han producido más de quinientos seísmos en los últimos meses, que han culminado por el momento con la erupción de un volcán. 

Mi impresión es que vamos avanzando paulatina pero incesantemente hacia el desmoronamiento de la fórmula de gobierno que empezamos a construir tras la muerte del general Franco. El proceso se está acelerando. La pandemia, de momento, nos impide pensar en otra cosa que no sea en ella. Pero, una vez que haya quedado atrás y si las cosas han ido bien en ese terreno, se nos van a venir encima todos los desequilibrios que se están acumulando.

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