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La degradación de la crítica

12 de septiembre de 2021 20:57 h

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El pasado 19 de julio Antonio Avendaño rescató en El Plural la carta de un lector de El País enviada a su director a propósito de un artículo publicado por Juan Luis Cebrián que decía lo siguiente: “Soy suscriptor de El País y no acabo de entender por qué su periódico sigue publicando los artículos de Juan Luis Cebrián. Y no porque sean malos, sino porque en las páginas de este periódico chirrían. El problema no está en el contenido de los mismos, sino en el tono. Sin duda conocerá usted el viejo chiste: 'No me molesta que me diga hijo de puta. Lo que me molesta es el tonillo con el que me lo dice'”.

“No dudo, más bien todo lo contrario, de la solvencia intelectual y periodística del exdirector de El País, cuyas nuevas ideas respeto sin reservas y cuyas viejas fobias sobrellevo sin protesta, pero desde hace ya algún tiempo sus artículos encajarían mucho mejor en 'La tercera' de ABC que en el diario que con tanto éxito y acierto dirigió durante tantos años”.

Recupero esta carta tras haber leído el pasado sábado en Babelia la crítica de Juan Luis Cebrián de los libros de Gerardo Pisarello y Ernesto Ekaizer ('Dejar de ser súbditos', 'El fin de la restauración borbónica' y 'El rey desnudo. Historia de un fraude'), con el título 'La degradación del panfleto'. Le va como anillo al dedo.

Como Juan Luis Cebrián no da puntada sin hilo, comienza su crítica con la cita de un artículo mío para agredir, sin mencionarlo expresamente, a este periódico, al que califica de “uno de los diarios digitales más obsecuentes y sectarios de los muchos que pueblan el ciberespacio hispano”.

Lo de sectario es una opinión subjetiva y en cuanto tal inverificable. Pero lo de obsecuente no lo es. El Diccionario de la RAE, de la que Juan Luis Cebrián es miembro, define obsecuente como “obediente, rendido o sumiso”. ¿Cómo puede decir desde El País sin que se le caiga la cara de vergüenza que este periódico es “obediente, rendido o sumiso”? ¿Dónde empieza y acaba la degradación de la crítica?

Pero vayamos al fondo del asunto. 'La degradación del panfleto' se inscribe en la campaña de rehabilitación del llamado rey emérito, que se va acentuando a medida que va adquiriendo visibilidad la trayectoria de don Juan Carlos de Borbón como rey. Se puede hacer de manera correcta, como lo hace López Burniol en La Vanguardia ('Ostracismo real en España' 1 y 2), recurriendo a la opinión de varios hispanistas, fundamentalmente ingleses, para situar la figura del rey Juan Carlos en el contexto político de la Transición y poner en valor su contribución a la salida del régimen del general Franco. Debería hacerse, en su opinión, una “valoración compensada” de la ejecutoria de don Juan Carlos de Borbón, que debería conducir no a su rehabilitación, pero sí a que se le dejara en paz.

La posición de Juan Luis Cebrián es, por el contrario, la defensa de la monarquía parlamentaria española como si de una república coronada se tratara. “…para desesperación de los promotores de 'republiquetas' (Felipe González dixit) vivimos en un mundo de paradojas en el que la monarquía parlamentaria española representa y defiende mejor que nadie en nuestra historia los valores republicanos”. Estas son las palabras finales del artículo de Babelia.

El 12 de septiembre de 2020 publiqué un artículo con el título '¿Es posible republicanizar la monarquía española?', en el que debatía la propuesta de Daniel Innerarity de incorporar “valores republicanos” a la monarquía. He publicado varios más a los largo de estos últimos cuatro años, muy señaladamente con ocasión del discurso del rey del 3 de octubre de 2017 sobre Catalunya y en el libro recién editado por Sebastián Martín y Víctor Vázquez, 'El Rey como problema constitucional', figura un capítulo VII escrito por mí con el título 'El ajuste de cuentas con la Monarquía como premisa para la edificación del Estado Constitucional', en el que explico de manera detallada la “verdad a medias” de la monarquía parlamentaria de la Constitución de 1978 y la limitación que esa “verdad a medias” supone para la democracia española.

Dejo a la inteligencia del lector que saque la conclusión que le parezca oportuna.                                                                                                                                                            

El pasado 19 de julio Antonio Avendaño rescató en El Plural la carta de un lector de El País enviada a su director a propósito de un artículo publicado por Juan Luis Cebrián que decía lo siguiente: “Soy suscriptor de El País y no acabo de entender por qué su periódico sigue publicando los artículos de Juan Luis Cebrián. Y no porque sean malos, sino porque en las páginas de este periódico chirrían. El problema no está en el contenido de los mismos, sino en el tono. Sin duda conocerá usted el viejo chiste: 'No me molesta que me diga hijo de puta. Lo que me molesta es el tonillo con el que me lo dice'”.

“No dudo, más bien todo lo contrario, de la solvencia intelectual y periodística del exdirector de El País, cuyas nuevas ideas respeto sin reservas y cuyas viejas fobias sobrellevo sin protesta, pero desde hace ya algún tiempo sus artículos encajarían mucho mejor en 'La tercera' de ABC que en el diario que con tanto éxito y acierto dirigió durante tantos años”.