Opinión y blogs

Sobre este blog

¿Quién ha mandado callar a quién?

28 de noviembre de 2020 21:49 h

0

En la entrevista con Carlos Alsina esta pasada semana Felipe González, de manera bastante desabrida, reprochó a Adriana Lastra que lo hubiera “mandado callar” y que lo hubiera hecho con un argumento “tan pobre” como el de la “edad”.

Había oído las declaraciones de Adriana Lastra y no recordaba que hubiera mandado callar al expresidente y exsecretario general del PSOE durante muchos años. Había interpretado las palabras de Adriana Lastra como una expresión de respeto hacia la figura de Felipe González, aunque también como una afirmación inequívoca de que el actual secretario general del PSOE y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y su equipo tenían derecho a decidir con autonomía la línea política que se debía seguir. Volví a oír las declaraciones de la portavoz del grupo parlamentario del PSOE tras haber oído la entrevista de Felipe González con Carlos Alsina y confirmé mi interpretación inicial. Mi impresión es que ha sido Felipe González quien ha mandado callar a Adriana Lastra, porque esta no ha dado su conformidad a las opiniones del expresidente. Si no me vas a dar la razón, no digas nada. A esto me sonaron las palabras de Felipe González en la entrevista con Carlos Alsina.

Pienso, además, que Adriana Lastra no utilizó el argumento de la edad, calificado como “pobre” por Felipe González. Yo, sin embargo, sí lo voy a utilizar, porque no creo que sea un argumento “pobre”, sino todo lo contrario. Y tengo dos años menos que él.

El general Franco estuvo tantos años en el poder y ejerciéndolo de una manera tan radicalmente autoritaria y antidemocrática que inhabilitó para operar en democracia a dos generaciones. Tras la muerte de Franco con más de ochenta años, la dirección del país sería asumida por personas que tenían apenas cuarenta. Hay un salto de cuarenta años entre Franco y Suárez. Por eso no serían Fraga, ni Areilza, ni Silva Muñoz... quienes dirigirían la Transición, sino que lo harían Adolfo Suárez, Martín Villa, Fernando Abril...

Prácticamente toda la cohorte de políticos que acompañó a Adolfo Suárez en los primeros gobiernos de la Transición fueron “jubilados” por Felipe González y la cohorte de políticos socialistas que lo acompañaron, casi todos con edades entre los treinta y los cuarenta años. Casi ninguno de los dirigentes políticos de UCD volvió a jugar un papel político relevante tras la llegada al Gobierno de Felipe González. Sería José María Aznar, con menos de cuarenta años, el líder de la derecha española que alcanzaría la presidencia del Gobierno. Con su llegada se produciría la jubilación no de iure, pero sí de facto, de la cohorte que había acompañado a Felipe González en el Consejo de Ministros. El fracaso rotundo de Joaquín Almunia en las elecciones generales de 2000 lo ejemplificaría de manera inequívoca. Para volver al Gobierno, había que saltar de generación. Es lo que supuso la llegada, también con menos de cuarenta años, de José Luis Rodríguez Zapatero a la Secretaría General del PSOE primero y a la Presidencia del Gobierno después.

Esa trayectoria de salto generacional se interrumpe con el final de la presidencia del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Las elecciones generales de 2011 son las primeras en las que los dos candidatos de los dos partidos de gobierno, PP y PSOE, Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba, están más cerca de los sesenta que de los cuarenta. Se produjo una prolongación de la cohorte que había acompañado a José María Aznar en el Consejo de Ministros, pero tuvo un resultado desastroso el intento de prolongación de la cohorte que acompañó en su día a Felipe González, que acompañó a Joaquín Almunia en las elecciones de 2000 y a José Luís Rodríguez Zapatero desde 2004.

No creo que nadie tenga duda acerca de la calidad como actores políticos de Joaquín Almunia y de Alfredo Pérez Rubalcaba. Ambos lo han demostrado sobradamente. Pero también ambos han demostrado que no podían ser portadores de un proyecto de dirección política del país. Las cuatro legislaturas de Felipe González agotaron una fórmula de dirección política, que tenía que ser sustituida por otra distinta, que no podía ser protagonizada por nadie que hubiera participado en aquella. Joaquín Almunia podía ser un excelente comisario en la Unión Europea. Alfredo Pérez Rubalcaba podía ser un excelente ministro. Lo que no podían ser ninguno de ellos era candidato a la presidencia del Gobierno.

Mariano Rajoy es la excepción, pero la excepción que confirma la regla. No llegó a la Presidencia del Gobierno por méritos propios, sino porque la combinación de una crisis económica brutal a partir de 2008 con una crisis de la Constitución territorial como consecuencia de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre la reforma del Estatuto de Autonomía para Catalunya le haría competir prácticamente sin adversario en 2011. Pero en una legislatura agotaría prácticamente el proyecto político de la derecha española que tuvo su origen con José María Aznar. Por eso, la derecha española está ahora mismo en la situación en que se encuentra.

Con el final de Mariano Rajoy se ha corregido la interrupción del salto generacional que se produjo tras el final del Gobierno de José Luís Rodríguez Zapatero. Todos los protagonistas de la vida política han pasado a tener veinte años menos que sus predecesores: Pedro Sánchez, Pablo Casado, Pablo Iglesias, Albert Rivera/Inés Arrimadas, Santiago Abascal...

Es un cambio que se ha producido cuando se han cumplido más de cuarenta años de la entrada en vigor de la Constitución y ha estallado la fórmula del “bipartidismo dinástico” que ha gestionado el sistema político durante estas cuatro décadas. La Constitución sigue siendo la misma, pero el sistema político español es muy distinto desde 2015. Diría que incluso desde las elecciones europeas de mayo de 2014, que es donde quedó claro el cambio de época. No por casualidad, casi inmediatamente después de estas elecciones se produciría la abdicación del rey Juan Carlos I. Abdicación gestionada por Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba. Fue el último acto del “bipartidismo”. A partir de ese momento estamos formalmente con el mismo sistema constitucional, pero materialmente con un sistema político distinto.

Y la gestión de este nuevo sistema político la tienen que hacer los y las que lo tienen que hacer. Y no pueden pretender hacerla los, ahora sobra el femenino, que hicieron la Transición. Y las enseñanzas de lo que fue la Transición sirven para lo que sirven, pero no se pueden convertir en un dogma con el que se tenga que seguir comulgando todavía hoy.

Esto es lo que educadamente dijo Adriana Lastra. No hay ninguna razón para entender que con esa expresión de manera educada de su opinión estaba mandando callar a nadie y, en consecuencia, tampoco existe ninguna razón para mandarla callar a ella.

Felipe González debería interiorizar la lección de Walter Bagehot de que quien interpreta bien una Constitución no es la generación que la hace, sino las generaciones que se educan bajo ella.

En la entrevista con Carlos Alsina esta pasada semana Felipe González, de manera bastante desabrida, reprochó a Adriana Lastra que lo hubiera “mandado callar” y que lo hubiera hecho con un argumento “tan pobre” como el de la “edad”.

Había oído las declaraciones de Adriana Lastra y no recordaba que hubiera mandado callar al expresidente y exsecretario general del PSOE durante muchos años. Había interpretado las palabras de Adriana Lastra como una expresión de respeto hacia la figura de Felipe González, aunque también como una afirmación inequívoca de que el actual secretario general del PSOE y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y su equipo tenían derecho a decidir con autonomía la línea política que se debía seguir. Volví a oír las declaraciones de la portavoz del grupo parlamentario del PSOE tras haber oído la entrevista de Felipe González con Carlos Alsina y confirmé mi interpretación inicial. Mi impresión es que ha sido Felipe González quien ha mandado callar a Adriana Lastra, porque esta no ha dado su conformidad a las opiniones del expresidente. Si no me vas a dar la razón, no digas nada. A esto me sonaron las palabras de Felipe González en la entrevista con Carlos Alsina.