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Sobre este blog

Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

Érase una vez hace cuarenta años en Argentina

Wolfgang Kaleck

  • Este artículo, junto con el publicado ayer, forma parte del homenaje de Contrapoder a las víctimas de la dictadura argentina. 

Hace 40 años en Argentina, el 24 de marzo de 1976, una junta militar dirigida por el general Jorge Rafael Videla tomó el poder tras un golpe de Estado. Hacía años que los esbirros de Videla venían torturando y ejecutando extrajudicialmente a cientos de opositores políticos. Pero ese día, en nombre del anticomunismo y de la lucha contra la guerrilla, comenzó una de las más sangrientas dictaduras militares del siglo XX, que dejó hacia fines de 1983 un saldo de 30.000 personas asesinadas o “desaparecidas”.

Cuando ocurrió el golpe de Estado, la guerrilla se había rendido hacía años, de modo que la represión afectó a estudiantes, abogados y periodistas. Sin embargo, quienes pagaron el precio más alto en sangre fueron los entonces fuertes movimientos laborales y sindicales argentinos, pues ellos se opusieron a la reforma neoliberal del país propulsada por la junta militar argentina en conjunto con la elite económica.

Los que dieron “el espaldarazo” a la dictadura

Las potencias occidentales y sus empresas jugaron un papel funesto en esta y en otras dictaduras sudamericanas, como lo demuestra por ejemplo el reciente debate que gira en torno a la secta chileno-alemana Colonia Dignidad. Así, el entonces embajador alemán en Buenos Aires, Jörg Kastl, comentó en un telegrama dirigido al Ministerio de Asuntos Exteriores cómo y cuánto se mezclaban las ideologías autoritarias con “el Ministerio” desde el final de la Segunda Guerra Mundial. En ese documento el embajador señala que la “toma” del poder por parte de los militares en Argentina es “la piedra angular de un sistema de seguridad, de un mercado y de un suministro de materias primas a nivel transatlántico; es el hogar de muchos colonos y capitales alemanes, y hasta un fiel amigo de nuestro pueblo. El que ofrece el único camino para abandonar este callejón sin salida”.

Por su parte, el periódico Frankfurter Allgemeine Zeitung y otros medios alababan a la dictadura militar, porque era un aliciente para el ingreso de nuevos capitales. Incluso el presidente de la industria alemana y de la cámara de comercio, Otto Wolff von Amerongen, consideraba que el ministro de Economía de la junta era digno de elogios, admiración e imitación.

Aún queda mucho por ver

Mucha agua ha pasado bajo el puente y Argentina ha hecho mucho desde el fin de la dictadura. Debe reconocerse lo hecho por los Gobiernos peronistas de izquierda de Néstor y Cristina Kirchner: en lo relacionado con la superación de las violaciones de los derechos humanos, la sociedad y el propio Estado argentino han sido un ejemplo para el mundo. No solo se ha juzgado a muchos militares, policías y agentes de inteligencia desde el año 2005, sino que además gran parte de la sociedad buscó diversas formas de superar la sangrienta violencia de Estado de los años setenta: a través de la literatura, el arte, las películas o el teatro. Para eso, los académicos, artistas y activistas utilizan el material documentado y seleccionado en los procesos judiciales de derechos humanos, como por ejemplo los testimonios de sobrevivientes de tortura, de familiares de “desaparecidos” y otros testigos. Está claro que si hubiese habido más recursos se habría podido hacer más, pero en cualquier caso el trabajo de superación de la dictadura arroja un balance positivo.

Aún no sabemos si con el nuevo presidente argentino, Mauricio Macri, los tribunales podrán seguir con la tarea de investigar las torturas y las desapariciones, pero los jueces y fiscales están preparados para seguir con el trabajo. Cabe esperar algunas maniobras de los círculos ideológicos de derecha, pero no intromisiones en los procesos democráticos o hacer fracasar el discurso de la protección de los derechos humanos, pues esos serían ataques demasiado directos. Lo que es menos alentador son los despidos masivos y la reducción de personal en áreas como los derechos humanos, afectando justamente a la gente que ha trabajado de forma más intensa por la superación social de la dictadura.

Por mi parte, estoy muy expectante para ver cómo será la respuesta de los movimientos de derechos humanos y qué ocurrirá con las numerosas exposiciones y manifestaciones que se realizarán en las semanas venideras en Buenos Aires.

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