Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.
¿Por qué ETA quiere que gane Podemos?
El pasado 19 de mayo el diario El Mundo abría en portada con un impactante y polémico titular digno del momento electoral: “Los presos de ETA quieren a Podemos en el Gobierno”. Aparte del intento de deslegitimar a la formación política, lo interesante es que la noticia daba a entender que también los presos de ETA ven en Podemos “el cambio”.
Son muchas las personas alarmadas por la fragilidad en que se encuentra el proceso de paz. La inactividad, consecuencia del bloqueo existente, está provocando la pérdida de grandes oportunidades para el avance, alargando en el tiempo una situación del todo insostenible. Se observan señales inquietantes de desacuerdo interno en ETA que indican la necesidad imperiosa de salir del actual punto muerto en el que el gobierno del PP ha sumido el proceso de paz. Un cambio de escenario político aparece como la única esperanza para salir de este impasse y continuar el camino hacia la paz positiva. En un año en el que la vida política y social viene marcada a ritmo de elecciones y aún bajo la resaca de las municipales y autonómicas, resulta interesante plantear algunas cuestiones relacionadas con el proceso de paz que deberá abordar de manera urgente el nuevo inquilino de la Moncloa, como también quien resulte ganador en las elecciones vascas de 2016.
La clave es el diálogo. Diálogo de distintos tipos y en varios niveles que pueden interactuar de manera complementaria. Desde una perspectiva descendente (top-down), en primer lugar, es elemental que se restablezca la comunicación institucional entre Madrid y Vitoria en términos de igualdad. La situación actual de cero intercambio es insostenible y carente de cualquier lógica. Luego, asumir que la salida del conflicto debe realizarse bajo la premisa de exclusión de la fuerza por todas las partes y por tanto recurrir a la herramienta básica en la resolución de conflictos: el diálogo -en cualquiera de sus distintas formas-, para buscar una salida consensuada. Aquí es dónde se plantean los interrogantes. Para qué, está claro. Sobre qué y con quién, no resulta tan obvio.
Empecemos por quién. Para que el pacto que surja del diálogo esté respaldado por un amplio consenso social se debe dialogar con todos los actores implicados en el conflicto, sin exclusiones. Pero todos sabemos que uno de los principales problemas registrados en numerosos conflictos, incluido el vasco, es la negativa de los actores estatales a dialogar con actores considerados “no legítimos”, escudándose en la conocida máxima “no negociamos con terroristas” para expulsarlos del proceso de paz. La experiencia histórica revela que no hay soluciones puramente “militares” a problemas políticos. Aún así, cada vez que aparece un grupo terrorista los Estados insisten en que no hablarán con él, pero tal y como expone Jonathan Powell, jefe de los negociadores del gobierno británico en el conflicto de Irlanda del Norte, “si hay una causa política entonces tendrá que haber una solución política”. Es necesario por lo tanto dialogar con todos los actores, que todos renuncien a los esquemas de victoria-derrota como forma de finalizar el conflicto y asuman que deben existir cesiones por parte de todos para alcanzar un bien común: la paz. Y no nos olvidemos de los mediadores internacionales, cuya importante misión es facilitar una salida negociada a los conflictos, y que en el caso vasco han sido acosados quedando en una posición extremadamente frágil al no estar protegidos mediante garantías de inmunidad ni de ningún otro tipo.
El esperado gobierno del cambio heredará una situación que requiere abordar dos cuestiones prioritarias de manera urgente: el desarme y los presos. La voluntad de todos en favor del desarme debe ser clara. Es un paso imprescindible para la paz. La izquierda abertzale se ha convertido en la primera interesada, le pesa demasiado, por lo que está ejerciendo una gran presión. El reto consiste en que para que el desarme sea efectivo necesita dotarse de legitimidad a través de su aceptación y reconocimiento por instituciones, partidos políticos y la sociedad. Por otro lado, aunque se pueda considerar que los pasos hasta ahora dados por ETA son insuficientes, son bastantes para provocar algún gesto por parte del Estado. En este sentido, se podrían poner en marcha las herramientas necesarias para entrar en un proceso de normalización jurídica y descriminalización en varios niveles. Primero, respecto del llamado entorno político de ETA. Es fundamental caminar hacia la normalización de la vida política para lo que resulta clave la libertad de los líderes y demás miembros de la izquierda abertzale. El segundo nivel estaría en cambio más relacionado con el proceso de disolución de ETA. Incluiría medidas que alzaran la presión sobre los presos y que permitieran su coordinación y el auxilio personal y económico para mejorar sus condiciones de vida en prisión así como el fomento de programas de reintegración que otorguen a aquellos que han iniciado un proceso de autocrítica y de elaboración personal -renunciando a la violencia, reconociendo el daño causado y comprometiéndose con el nuevo escenario- acogerse a significativos y progresivos beneficios penitenciarios que les permita ver un horizonte.
Es una cuestión de valentía, voluntad y determinación. Para desbloquear la situación actual hay que huir de las posturas alineadas con la arquitectura de la guerra contra el terror que han sido repetidas como mantras por el PP desde que llegó al poder José María Aznar. Idearios que niegan rotundamente el diálogo y la aproximación a las razones de la violencia y defienden posturas maquiavélicas en las que todo vale para aplastar al enemigo terrorista. Al mismo tiempo, hay que salir del status quo, dar pasos y tomar importantes decisiones que hasta ahora ningún gobierno ha tomado. Quizás por eso algunos ven en Podemos la llave a nivel nacional que abra definitivamente la puerta hacia la paz, quién sabe. Desde luego, si el gobierno elegido tras las generales quiere adoptar este importante papel tendrá que plantearse otras cuestiones primordiales y deberá abordar numerosos temas delicados y de escasa popularidad, como un posible proceso de-listing. No resulta lógico que el llamado entorno político de ETA siga figurando hoy en día en las listas internacionales de grupos terroristas.
Muchos se preguntarán cuál es la importancia del de-listing. Recientes estudios alertan del impacto negativo del terrorist listing para la construcción de la paz. Deslegitima, estigmatiza, genera aislamiento y deshumaniza. Crea barreras en el diálogo tanto de las élites como en la sociedad y constituye una justificación de las medidas antiterroristas. Responde a la lógica del etiquetaje que fomenta la polarización social y niega incluso el papel que estos grupos hayan podido jugar en el cese de la violencia.
Es cierto que la sociedad vasca cabalga hacia la normalidad y que mira con esperanza al futuro. También que, tal y como recoge Juan Gutiérrez, “existe vida compartida […] aunque no públicamente”. La razón: que te tachen de terrorista o te asignen a uno u otro bando. Se ha construido una relación entre el yo y el otro basada en una visión del otro como la que Ulises -el yo- construye sobre el cíclope Polifemo -el otro. Una visión del otro generada por oposición al yo, siendo polos opuestos de un mismo todo y sentenciando un efecto polarizador en su relación. Para lograr la transformación social es necesario cambiar los significados sociales basados en la preconcebida idea del otro como el mal radical expulsándole a las tinieblas, y adoptar la alteridad, la mirada del otro, empatizar.
Hay que vencer estas narrativas impuestas desde el poder y fomentar la creación de espacios para el diálogo constructivo a nivel local en los que todos tengan cabida para construir un telar de memorias inclusivas. Una perspectiva ascendente (bottom-up), complementaria a la que tiene lugar en las altas esferas y, al contrario que ésta, basada en las experiencias humanas, en las personas y en el día a día. La esperanza está en que estas experiencias que están teniendo lugar a nivel micro logren catalizar su energía de cambio impactando en los líderes políticos. Porque hoy en día la sociedad camina de la mano hacia la paz y la pelota aguarda en el tejado de la Moncloa, esperando a que alguien finalmente la recoja.
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Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.