Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.
España y la memoria del Holocausto
El Holocausto forma parte de la memoria global de nuestro tiempo. Como señalaban Daniel Levy y Natan Sznaider la Shoá resulta imprescindible a la hora de explicar el desarrollo de una memoria cosmopolita cada vez más extendida. Esta cultura se difunde a través de ensayos, congresos y memoriales, pero también mediante películas y novelas. La conmemoración del día del Holocausto constituye un momento importante en la construcción de esta nueva memoria global.
La memoria del Holocausto juega una función diferente según la experiencia histórica de cada colectivo y también dependiendo de las políticas públicas de memoria de cada país: así, la narración del Holocausto ha tenido un papel muy importante en la construcción de las identidades de países como Alemania, Estados Unidos, Israel o Francia. Últimamente también se busca legitimar el proyecto europeo sobre la base especialmente de la historia de la Segunda Guerra Mundial.
España claramente pretende participar de esta memoria colectiva mundial. Pero en mi opinión lo hace presentándose con unas supuestas credenciales que, de acuerdo con lo que dicen libros y archivos sobre su actuación en la Guerra y en la deportación, no le corresponderían. Todo lo contrario que Alemania, que sí ha confrontado su pasado en este punto y ha construido con él una conciencia antifascista.
España sí participó en el conflicto bélico mundial. Al apoyo de Franco a la industria de guerra alemana hay que sumar el envío de la División Azul al frente de Rusia y la responsabilidad por acción o por omisión del Estado español en la deportación de españoles republicanos a los campos nazis, así como la colaboración con las autoridades alemanas en la deportación de judíos españoles y no españoles. Se ha destacado el papel de algunos diplomáticos en la salvación de judíos, pero se omite decir que, hasta 1944, estos pocos funcionarios contravenían las instrucciones de Madrid que ordenaban pasividad ante las peticiones de protección de los judíos españoles porque, según el Ministerio de Exteriores, no podían ser equiparados a los españoles “nacidos en España, hijos de españoles y educados en el ambiente y el espíritu de España”. Solo al final de la guerra y para congraciarse con los Estados Unidos se decidió aprovechar la labor de algunos diplomáticos y se repatriaron unos trescientos judíos. Pero ni en esa ocasión se permitió que se quedasen en España y se ordenó que atravesasen el país “como la luz atraviesa el cristal”. España no quería un “problema judío”.
Es por todo ello que debemos preguntarnos qué papel juegan la deportación de republicanos y el Holocausto en la memoria colectiva de España. El cinismo de Franco le llevó a tapar su colaboración con el nazismo y a destacar los actos individuales de esos diplomáticos. En 1945 se construye un relato en el que se presenta a Franco como salvador de miles de judíos del Holocausto en Budapest, en Grecia y en España. Este relato no sirvió para que la España de Franco fuese admitida en la ONU, pero sí para adaptar la fachada del régimen después de la derrota del nazismo.
Este relato oficial no se modifica ni durante la transición ni en democracia. No hubo reconocimiento público de las víctimas españolas del nazismo, fuesen republicanos o judíos. A día de hoy todavía no hay un día oficial de conmemoración de las víctimas del franco-fascismo.
Eso explica que, cuando a finales de los 90 se globaliza e incluso se comercializa el relato del Holocausto, España apueste por participar en esta nueva memoria cosmopolita partiendo del relato fabricado por el propio franquismo. En lugar de reconocer la alianza con Hitler y la responsabilidad española en la deportación de republicanos y judíos, se presenta a España como país que ayudó a estos últimos. Se utilizan las acciones de algunos diplomáticos de los años finales de la guerra para poder presentar a España como cuna de varios Justos entre las Naciones: los no judíos que se arriesgaron para salvar vidas judías.
Esto se percibe en la exposición “Visados por la libertad” del Ministerio de Asuntos Exteriores y Casa Sefarad. Pese al excelente trabajo del investigador Alejandro Baer, el Ministerio de Exteriores, uno de los impulsores de la exposición, evita en sus discursos referencias al como mínimo ambiguo papel de Franco. También encontramos este relato que sitúa a España al lado de los Justos entre las Naciones en el preámbulo del reciente proyecto de Ley que reconoce la nacionalidad española a los sefarditas: nula referencia a la alianza hispano-alemana en los años treinta y cuarenta, y nuevamente utilización de las acciones de algunos diplomáticos españoles.
A España le cuesta abandonar un relato que omite la participación de España en la Segunda Guerra Mundial y en la deportación y el Holocausto, igual que le cuesta recuperar la memoria del proyecto de exterminio del enemigo interior. Pretende aparecer del lado de los Justos en este relato global que se va construyendo. Esto también supone una forma de burlar a las víctimas y de banalizar el Holocausto. En lugar de educar y prevenir, el Estado español se aprovecha de la terrible experiencia de la Shoá para pulir su “Marca” en el ámbito internacional.
Y esto tiene obviamente consecuencias en la construcción de la identidad colectiva. La democracia y la “marca” de un país también se pueden construir reconociendo que en España hubo un régimen fascista y antisemita que colaboró con la deportación de españoles, republicanos y judíos, y que asesinó a cientos de miles en el interior. También se mejora la imagen de España dando justicia, verdad y reparación a las víctimas. Pero plantear la memoria de esta manera supone revisar la dictadura e indirectamente también la transición.
El Estado prefiere una conmemoración del Holocausto vacía de contenido. Y esto se da precisamente en un país en el que crecen el antisemitismo y la extrema derecha. A estos fenómenos se les combate cultivando un relato oficial y una memoria que asuma el pasado oscuro y reconozca a las víctimas del franco-fascismo en España y en los campos nazis. De lo contrario se corre el riesgo de cultivar la memoria banal construida a costa de las víctimas judías del nazismo.
El Holocausto forma parte de la memoria global de nuestro tiempo. Como señalaban Daniel Levy y Natan Sznaider la Shoá resulta imprescindible a la hora de explicar el desarrollo de una memoria cosmopolita cada vez más extendida. Esta cultura se difunde a través de ensayos, congresos y memoriales, pero también mediante películas y novelas. La conmemoración del día del Holocausto constituye un momento importante en la construcción de esta nueva memoria global.
La memoria del Holocausto juega una función diferente según la experiencia histórica de cada colectivo y también dependiendo de las políticas públicas de memoria de cada país: así, la narración del Holocausto ha tenido un papel muy importante en la construcción de las identidades de países como Alemania, Estados Unidos, Israel o Francia. Últimamente también se busca legitimar el proyecto europeo sobre la base especialmente de la historia de la Segunda Guerra Mundial.