Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.
Su independencia es nuestra catástrofe: Nakba 2014
“Su independencia es nuestra catástrofe” es una de las frases más repetidas durante la primera quincena de mayo, cuando al tiempo que el Estado de Israel celebra su fundación impuesta a Palestina, el pueblo palestino sufre un año más su catástrofe, simbolizada en la devastación de 418 aldeas y en la expulsión del 70% de su pueblo desde 1948. La conmemoración de 2014 tiene como añadido la nueva exigencia israelí de ser reconocido como “Estado judío”; algo que en el contexto de la conmemoración de la Nakba es, simplemente, un recordatorio de que la catástrofe palestina no se ha acabado.
Durante los últimos 66 años, el pueblo palestino ha vivido ya sea en el exilio o bajo ocupación militar. Lo reconozca Israel o no, esa es la realidad. Desde los tiempos en que Golda Meir negaba la existencia del pueblo palestino hasta el día de hoy, la política de sistemática negación por parte de Israel de la catástrofe palestina no nos ha puesto más cerca de lograr la paz. Después de tantos años de colonización y de la imposición de un régimen de apartheid, nada ha podido cambiar una realidad incontestable: que el pueblo palestino se encuentra fuertemente enraizado en su tierra. Ello no quiere decir que el Estado de Israel no exista o que no tenga derecho a la seguridad. Simplemente refuerza la convicción de que no puede existir paz solo para un pueblo: una paz justa y duradera pasa porque los derechos de todos sean respetados.
Pedir que el pueblo palestino reconozca a Israel como un “Estado judío” es pedir que Palestina niegue su propia historia, su propia narrativa y su propia esencia. Es diferente lograr un acuerdo de paz que reconozca el derecho de cada parte a existir a imponer la narrativa de uno sobre el otro. Sobre todo cuando sus consecuencias son tan patentemente negativas: sobre la base del ideal de consolidar un Estado judío, hoy en Israel existen 30 leyes que atacan directamente a la población palestina, del mismo modo que los derechos internacionalmente reconocidos de los refugiados palestinos se mantienen en el limbo por el mero hecho de que no son judíos.
Lo realizado por Israel durante los nueve meses que debería haber durado el proceso de negociación no es la actitud de un país que busca la paz, sino la de uno que busca consolidar el apartheid. No es la forma proceder de quien busca la cooperación, sino de quien persigue la sumisión. No es la conducta propia de alguien que busca un acuerdo para vivir juntos, sino de alguien que quiere que Palestina firme su propia esclavitud. Durante nueve meses de negociaciones, Israel construyó casi 14.000 viviendas exclusivas para judíos en sus colonias, demolió 196 hogares palestinos y dio muerte a 61 palestinos. Ello es un complemento para la estrategia que busca la sumisión máxima a través de la negación de nuestra propia historia y de la imposición de la narrativa del que interrumpió la existencia de una nación entera y la borró de los mapas, como confesó el líder israelí Moshe Dayan en 1973 cuando afirmó: “ya no hay más Palestina, se ha acabado.”
Hoy, cuando el proceso de negociaciones ha sido suspendido por decisión y acción israelíes, es importante recordar que los 66 años de exilio y opresión no han pasado en vano. El acceso de Palestina a 15 tratados internacionales, incluyendo los más importantes tratados de derechos humanos, debe servir como una indicación de la responsabilidad que la comunidad internacional debe asumir para reparar lo que su inacción ha permitido durante más de medio siglo. Palestina debe dejar de ser la excepción a la regla, donde un mundo espectador le exige a un pueblo bajo ocupación que negocie con una potencia ocupante, mientras esta última goza de relaciones de avanzado beneficio con el resto del mundo, no solo consolidando una cultura de impunidad que incentiva el crimen, sino permitiendo el lucro con la colonización de un país ocupado.
La independencia de Israel continuará siendo la catástrofe de Palestina hasta que la injusticia cometida no sea reparada. Ello se logra con la consolidación de dos Estados soberanos y democráticos para todos sus ciudadanos sobre la frontera de 1967, con Jerusalen Este como capital de Palestina, y con una solución justa y basada en el derecho internacional a la situación de los refugiados palestinos. Pero esto no será posible mientras el mundo continúe tratando a Israel como un Estado por encima de la ley, y mientras Israel continúe aspirando a consolidar un régimen de apartheid y a imponer su propia narrativa sobre Palestina y su pueblo.
“Su independencia es nuestra catástrofe” es una de las frases más repetidas durante la primera quincena de mayo, cuando al tiempo que el Estado de Israel celebra su fundación impuesta a Palestina, el pueblo palestino sufre un año más su catástrofe, simbolizada en la devastación de 418 aldeas y en la expulsión del 70% de su pueblo desde 1948. La conmemoración de 2014 tiene como añadido la nueva exigencia israelí de ser reconocido como “Estado judío”; algo que en el contexto de la conmemoración de la Nakba es, simplemente, un recordatorio de que la catástrofe palestina no se ha acabado.
Durante los últimos 66 años, el pueblo palestino ha vivido ya sea en el exilio o bajo ocupación militar. Lo reconozca Israel o no, esa es la realidad. Desde los tiempos en que Golda Meir negaba la existencia del pueblo palestino hasta el día de hoy, la política de sistemática negación por parte de Israel de la catástrofe palestina no nos ha puesto más cerca de lograr la paz. Después de tantos años de colonización y de la imposición de un régimen de apartheid, nada ha podido cambiar una realidad incontestable: que el pueblo palestino se encuentra fuertemente enraizado en su tierra. Ello no quiere decir que el Estado de Israel no exista o que no tenga derecho a la seguridad. Simplemente refuerza la convicción de que no puede existir paz solo para un pueblo: una paz justa y duradera pasa porque los derechos de todos sean respetados.