Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.
Apartheid y propaganda israelí
Cuando el secretario de Estado estadounidense James Baker arrastró contra su voluntad al primer ministro israelí Yitzhak Shamir a la Conferencia de Paz de Madrid, éste -responsable de una serie de crímenes, incluido el asesinato de Folke Bernadotte, mediador de Naciones Unidas- pronunció unas palabras que a muchos se les olvidan: “Negociaré durante 10 años y no tendrán su Estado. Durante este tiempo construiremos más colonias y habremos llevado allí medio millón de almas (es decir, colonos ilegales)”. El portavoz de Shamir era un joven discípulo del radicalismo sionista, Benjamin Netanyahu, quien a todas luces ha rendido homenaje a las palabras de su maestro.
Uno de los puntos centrales de la estrategia de Netanyahu desde aquel momento ha sido el uso de las comunicaciones. Bajo su mandato se ha consolidado más que nunca la Hasbara (o propaganda) como uno de los principales activos de Israel. Compuesta básicamente por una serie de “activistas” pagados, su rol ha pasado de ser una simple demostración de “diplomacia pública” a una suerte de batallón de avanzada. La coordinación con diplomáticos israelíes y otros funcionarios de ese gobierno es evidente. Sin embargo, como me dijo un antiguo encargado de comunicaciones de Nelson Mandela, “con su estrategia Israel solo puede asustar a editores de medios, pero no gana los corazones de la opinión pública”. Dicho en otras palabras, el uso de la propaganda no evita que haya por lo menos dos preguntas que gran parte del mundo se hace y que carecen de una respuesta directa por parte de Israel o sus propagandistas: ¿cuál es el plan de paz de Israel?; y, ¿qué han de hacer con los palestinos?
Esto no lo evitan ni siquiera con los manuales que distribuyen a sus propagandistas. ¿Por qué? Sencillamente porque el objetivo de la propaganda israelí es esconder lo que Israel hace sobre el terreno: un régimen de apartheid. Ello intenta esconderse a través de una serie de frases manidas (talking points) o de un equipo de futbol que muestre “el otro lado de Israel”. Pero todos son, al fin y al cabo, parte de la misma estrategia con la cual la ultraderecha sionista ha logrado dominar el discurso de la gran mayoría de los israelíes.
Probablemente Netanyahu esté entre los líderes israelíes que más han hecho para evitar el cumplimiento de los derechos del pueblo palestino. Si bien su propaganda hoy no tiene los efectos que solía tener en sus tiempos con Shamir, la estrategia es interesante. Se usan frases reciclables que buscan llevar la discusión a un abstracto que permita justificar las políticas de anexión israelíes y su impunidad. Buenos ejemplos se dieron durante la última agresión masiva a Gaza, cuando los oficiales israelíes dedicaban su tiempo en presionar para retirar corresponsales de prensa y explicar que los asesinatos de niños palestinos son “un hecho trágico provocado por Hamas que estamos investigando”. A ello se agrega la afirmación de que “el ejercito israelí es el ejército más moral del mundo”. Pero, ¿cuántos israelíes están detenidos por la muerte de 504 niños en Gaza entre julio y agosto de 2014? Ninguno.
Netanyahu ya traspasó los objetivos de Shamir. Hoy no hay medio millón de colonos, sino más: en torno a 600.000. La colonización del territorio ocupado -un crimen de guerra según la IV Convención de Ginebra- ha sido la política sistemática de todos los gobiernos israelíes desde 1967, incluyendo el desplazamiento forzado de población palestina, otro crimen. Entendiendo que el mal llamado “proceso de paz” ha sido encumbrado como un fin en sí mismo por las acciones de la comunidad internacional, la hasbara ha mantenido paralizada Europa con argumentos tales como “no deben fijarse precondiciones para negociar” (es decir, que Israel respete sus obligaciones internacionales) o “no deben adoptarse actos unilaterales” (es decir, que Palestina haga efectivo su derecho a ingresar en organismos internacionales). Netanyahu ha logrado que la estrategia europea sea la de “relanzar las negociaciones”, más que conseguir la solución de los dos Estados o garantizar los derechos inalienables del pueblo palestino. Esto se refuerza con la certeza que tiene Tel Aviv de que, con independencia de las acciones que realicen, Europa no tiene la voluntad de aplicar sanciones.
Si Israel quiere dos Estados, entonces construir colonias no se justifica siquiera bajo la excusa de las “negociaciones”. Si Israel quiere un Estado democrático para todos sus ciudadanos, entonces su campaña para ser reconocido como “Estado judío” no sirve. De hecho, lo que Israel está construyendo sobre el terreno es un Estado con dos sistemas diferentes: uno para israelíes judíos y otro para palestinos cristianos y musulmanes. Así no lo reconoce la hasbara, que insiste en hacer de la “paz” un abstracto eslogan y en afirmar que “los palestinos van a tener su Estado” (como si fuese un regalo de Israel, más que un derecho inalienable palestino reconocido por el Derecho internacional). Es muy fácil caer en la trampa porque es lo más cómodo, pero la realidad sobre la consolidación de un régimen de apartheid en Palestina no puede ser ocultada mediante una serie de eslóganes.
Así las cosas, cuando ya no se puede justificar más, hay que desviar la atención: reportajes sobre avances agrícolas, turismo y cine. Acuerdos de cooperación y viajes de compañías de teatro y equipos de fútbol. Pero aun con todo ello, si bien busca mostrar un hipotético “otro lado de Israel”, no se logra ni evitar ni responder a la pregunta central: ¿qué quiere Israel?
Aunque el nuevo gobierno israelí seguramente hará el trabajo más difícil para sus propagandistas, lo cierto es que esta empresa continúa. Sin embargo, tal y como me dijo aquel asesor de Nelson Mandela, son pocos los corazones fuera de su zona de influencia que pueden ganar. Israel se quiere vestir de democracia y aspira a tener una prensa controlada al mejor estilo de las dictaduras, pero esto ya no surte efecto, debido en gran parte a las redes sociales. Independientemente de los millones que gasten en propaganda, la realidad no se puede cambiar. Todavía no son capaces de explicar cuál es la solución que Israel busca. Y esta incapacidad se debe simplemente a que lo que Israel construye sobre el terreno, el apartheid, es precisamente lo que ellos, a través de eslóganes y presión a medios de comunicación, intentan esconder.
Cuando el secretario de Estado estadounidense James Baker arrastró contra su voluntad al primer ministro israelí Yitzhak Shamir a la Conferencia de Paz de Madrid, éste -responsable de una serie de crímenes, incluido el asesinato de Folke Bernadotte, mediador de Naciones Unidas- pronunció unas palabras que a muchos se les olvidan: “Negociaré durante 10 años y no tendrán su Estado. Durante este tiempo construiremos más colonias y habremos llevado allí medio millón de almas (es decir, colonos ilegales)”. El portavoz de Shamir era un joven discípulo del radicalismo sionista, Benjamin Netanyahu, quien a todas luces ha rendido homenaje a las palabras de su maestro.
Uno de los puntos centrales de la estrategia de Netanyahu desde aquel momento ha sido el uso de las comunicaciones. Bajo su mandato se ha consolidado más que nunca la Hasbara (o propaganda) como uno de los principales activos de Israel. Compuesta básicamente por una serie de “activistas” pagados, su rol ha pasado de ser una simple demostración de “diplomacia pública” a una suerte de batallón de avanzada. La coordinación con diplomáticos israelíes y otros funcionarios de ese gobierno es evidente. Sin embargo, como me dijo un antiguo encargado de comunicaciones de Nelson Mandela, “con su estrategia Israel solo puede asustar a editores de medios, pero no gana los corazones de la opinión pública”. Dicho en otras palabras, el uso de la propaganda no evita que haya por lo menos dos preguntas que gran parte del mundo se hace y que carecen de una respuesta directa por parte de Israel o sus propagandistas: ¿cuál es el plan de paz de Israel?; y, ¿qué han de hacer con los palestinos?