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Sobre este blog

Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

La transparencia, una excusa para la corrupción

Marcos Roitman

Desde hace algún tiempo, partidos políticos, instituciones y personalidades públicas reclaman transparencia, como si fuese la respuesta a todos los males de la política actual y supusiera el fin de la corrupción. Igualmente, la relación entre partidos políticos y democracia parece unívoca. La existencia de muchos partidos se interpreta como un síntoma del buen funcionamiento democrático. Un juego entre partidos que se disputan cargos públicos para gestionar fondos y controlar las decisiones del día a día en el marco de las estructuras de poder.

A medida que el neoliberalismo ha ido asentándose cultural y socialmente, la política ha perdido su centralidad, reduciendo sus contenidos a una gestión y alternancia. Los proyectos, las alternativas y la creación de horizonte histórico desaparecen. El objetivo de los partidos y de sus representantes parece centrarse hoy en rendir cuentas de en qué, cómo, para y a quiénes se destinan los fondos que se manejan y, de paso, mostrar la desnudez económica bajo la fórmula de sueldos, salarios y declaraciones de la renta. El partido y sus dirigentes deben ser transparentes.

Fondos propios, donaciones, sueldos, pagos a terceros y gastos. Todo cae bajo esta denominación, declamando cuando se les acusa: “¡Soy transparente! ¡Acá esta mi declaración de la renta!”. Para algo existen los asesores financieros: para hacer transparente lo opaco. Las sociedades interpuestas, las donaciones, las asociaciones sin fin de lucro y las fundaciones. Todas son legales y transparentes. Esta obsesión por la transparencia ha terminado por arrinconar la acción política y el papel de los partidos a rendir cuentas sobre sus fondos y pagos.

No pongo en tela de juicio la necesidad de rendir cuentas económicas. Para eso los jesuitas inventaron los modernos libros de cuentas hace más de cinco siglos. Haberes y debes. Por tanto, sean partidos políticos, bancos, universidades o comunidades de vecinos, todos deben tener su libros en orden. Podremos hablar de cajas B, de fondos reservados, de financiación ilegal, de mala administración, corrupción, apropiación indebida, desfalco, etc. Pero la función de los partidos políticos no es administrar fondos. Bajo este principio, un partido político sería democrático y transparente si su contabilidad está saneada, sin importar que patrocine golpes de Estado, designe a dedo sus candidatos, confeccione listas cerradas para sus direcciones y la democracia interna brille por su ausencia.

No todos los partidos políticos son democráticos, ni sus dirigentes se caracterizan por tener valores éticos acordes con una práctica democrática, donde se controle sus actos, se asuman responsabilidades y dimitan.

Bajo la bandera de la transparencia se oculta una gran mentira. Una nueva generación reclama el traspaso de poderes y se proyecta como la élite política del recambio y la regeneración. Se definen como jóvenes dotados de cualidades hasta ahora desconocidas. Se consideran los aristócratas del saber y los elegidos por méritos. Currículum brillante que incluye doctorados, políglotas, emprendedores, expertos en redes sociales y el mundo digital. Se autodenominan la generación de “los mejor formados” de la historia. El poder les pertenece, se transforman en adalides de la lucha contra la corrupción y practican la política de la transparencia. La reclaman para desnudar las prácticas de los considerados políticos de la guerra fría.

Byung Chul-Han, uno de los filósofos más creativos de este siglo, apunta en su ensayo Psicopolítica. Neoliberalismo y nuevas técnicas de poder lo siguiente: “La reivindicación de la transparencia presupone la posición de un espectador que se escandaliza. No es la reivindicación de un ciudadano con iniciativa, sino la de un espectador pasivo. La participación tiene lugar en forma de reclamación y queja. La sociedad de la transparencia, que está poblada de espectadores y consumidores, funda una democracia de espectadores”.

La sociedad de la transparencia no tiene ningún color. Los colores no se admiten como ideologías, sino como opiniones exentas de ideología, carentes de consecuencias. Por eso se puede cambiar de opinión sin problemas. Un día digo digo, al día siguiente digo Diego, y al tercero ni digo, ni Diego, sino Pedro. Desde la democracia digital de consumo por twitter y facebook se habla de generaciones amortizadas y desechables. Bajo este contexto, surgen partidos políticos que huyen de cualquier vínculo con las derechas o las izquierdas. Sus nombres son ambiguos y gelatinosos. Suelen referenciar actitudes alusivas al esfuerzo individual, a la suma de voluntades. Hay que ser positivos. En la mayoría de los casos son partidos “atrapalotodo”. Tienen un punto de unión: su obsesión por la transparencia.

Sin embargo, la transparencia sólo es posible en un espacio despolitizado. Por ello son la cara amable del neoliberalismo: sustituyen a los partidos socialdemócratas y centroderecha. Nada que ver con la coalición griega de Izquierda Radical, Syriza. Nuevamente, Byung Chul Han pone el dedo en la llaga al señalar cuál es el papel de la transparencia en el neoliberalismo en su libro La sociedad de la transparencia: “Las cosas se hacen transparentes cuando abandonan cualquier negatividad, cuando se alisan y allana, cuando se insertan sin resistencia en el torrente liso del capital, la comunicación y la información. Las acciones se tornan transparentes cuando se hacen operacionales, cuando se someten a los procesos de cálculos, dirección y control (...) Las cosas se vuelven transparentes cuando se despojan de su singularidad y se expresan completamente en la dimensión del precio. El dinero que todo lo hace comparable con todo, suprime cualquier rasgo de lo inconmensurable, cualquier singularidad de las cosas. La sociedad de la transparencia es un infierno de lo igual (...) La transparencia estabiliza y acelera el sistema por el hecho de que elimina lo otro o lo extraño. Esta coacción sistémica convierte a la sociedad de la transparencia en una sociedad uniformada. En eso consiste su rasgo totalitario”.

Así, la transparencia no guarda vínculo directo con la práctica democrática. Quienes se rasgan las vestiduras exigiendo transparencia y se vanaglorian de serlo no reclaman transparencia cuando se trata de explicar con quién se reunieron, qué acordaron, quiénes deciden la agenda y cuál fue el proceso de negociación para nombrar cargos. Hablamos de la llamada “cocina política”, del poder, cuyo cartel en la puerta es claro: “Reservado el derecho de admisión”.

Así, reclamar la transparencia del dinero a través de preguntas como ¿cuánto gana un político? ¿cuál es su estado de cuentas bancario? ¿qué propiedades posee? ¿dónde pasa las vacaciones? o ¿qué compra?, no hace democracia, ni genera una sociedad más libre y participativa. Simplemente explota la transparencia obscena del capital como relación social. Más transparencia del capital conlleva menos democracia participativa. Su reivindicación nada tiene que ver con un proyecto democrático afincado en la participación, la mediación, el dialogo, la coacción, el conflicto, la negociación y la representación. Démosle la bienvenida.

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