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Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

Los votos de Valls a Colau sí son a cambio de algo

Ada Colau: "En ningún caso iniciaré una negociación para un acuerdo con Valls o Artadi"

Albert Noguera

La candidatura de Manuel Valls fue financiada por empresarios y fondos buitre. En las elecciones barcelonesas, Valls era el representante de las élites económicas y ello hace que, a la hora de decidir a quién otorgar su voto para la investidura de alcaldía, su razonamiento no pudiera ser otro que dárselo a aquella candidatura que garantizara una mayor conservación de la seguridad jurídica para las empresas de sus mecenas y el statu quo. Partiendo de esta premisa, ¿por qué optó por investir a Ada Colau y evitar una alcaldía de ERC? ¿son sus votos “a cambio de nada”?

Esta pregunta no puede responderse sólo desde el eje social. El programa social de ERC no supone, para los poderosos, una amenaza mayor ni menor que el de BeC, ambos se asemejan, con lo cual les debería dar igual uno que otro. La pregunta sólo puede responderse, en consecuencia, desde la profunda conexión existente, hoy en el país, entre lo social y lo nacional. De hecho, el argumento de Valls para facilitar el gobierno de BeC fue evitar un gobierno independentista. Entender la conexión entre lo social y lo nacional permite comprender por qué para las élites, impedir un Gobierno local independentista es una cuestión social o de lucha de clases.

Si bien existen varias ideas de nación, la única que nos permite entender tal conexión entre lo nacional y lo social que explica el voto de Valls es la noción histórico-materialista de nación. Esta se construye de manera opuesta a las tres grandes corrientes que, tradicionalmente, han dominado la idea de nación: las teorías metafísicas desarrolladas por los románticos alemanes y Hegel, según la cual cada nación está dotada de un espíritu nacional (Volksgeist) que determina su modo de ser, de tal manera que la historia no es otra cosa que la actualización de ese espíritu. Las teorías psicológicas que identifican la nación con los fenómenos subjetivos de la conciencia y de la voluntad de pertenencia, una nación existe porque sus miembros se auto-identifican con la misma. Y las teorías empíricas que enumeran un conjunto de elementos cuya agregación constituyen la nación: un territorio habitado, una lengua y cultura común, etc.

Frente a estas, la idea histórico-materialista de nación considera que el elemento de la identificación o de la lengua común, etc. no son originarios de la nación, sino que son elementos subordinados al factor histórico-social, que es la causa primera que determina y produce a los demás. El devenir de la nación está primariamente constituido por las condiciones histórico-materiales en que los hombres han luchado con la naturaleza para su subsistencia, por la modalidad e instrumentos de trabajo, por el desarrollo de las fuerzas productivas, por sus relaciones sociales de lucha, etc. Por tanto, los factores constituyentes de la nación surgen fruto de las acciones humanas realizadas en y a través de las relaciones sociales y de poder de la historia. La nación, la española o cualquier otra, no es más que aquella formación social en la que se concretiza en el ámbito cultural la estructura de clases y de poder que hemos heredado fruto del precipitado histórico. O dicho de otra manera, la nación es la objetivación en el ámbito cultural de la correlación de fuerzas sociales y de poder a la que hemos llegado.

Es a partir de esta idea histórico-materialista de nación que podemos explicar y entender los dos razonamientos de Valls para apoyar a Ada Colau como alcaldesa:

El primero es que sabe que en el siglo XXI, la naturaleza de los movimientos de masas que ponen en peligro los cimientos de los regímenes nacionales ha cambiado. A diferencia de las sociedades industriales con una centralidad de la cuestión obrera y de los partidos-sindicatos socialistas como principal núcleo de amenaza, las nuestras son sociedades con múltiples y nuevas identidades que hacen que puedan existir movimientos que a pesar de no tener origen ni auto-identificación en el socialismo y la clase, como el feminismo, el 15M, etc., son capaces de actuar como nuevos centros multitudinarios de movilización que ejecutan aquellas funciones de ruptura que la teoría clásica asigna, históricamente, a la clase obrera. El independentismo catalán es hoy en España uno de estos movimientos.

Y el segundo es que también sabe que el ascenso político-social del independentismo puede provocar un nuevo desafío democrático como fue el 1-O de 2017 que ponga, de nuevo, en jaque al Estado. Y que si tuviera efecto, un supuesto cierre histórico de la nación española en su forma actual y su sustitución por otra de nueva, ya adopte la forma de Estado plurinacional, República catalana, etc., es a la vez, una sustitución de la estructura de clases y distribución de poder en su interior, de la cual ellos son los beneficiarios.

Por eso había que evitar un gobierno independentista a toda costa. No es cierto que los votos de Manuel Valls y las élites económicas para facilitar la alcaldía de Colau no sean “a cambio de nada”. Los poderosos no dan nunca nada a cambio de nada. Colau no quería ser el trofeo de nadie, sin embargo, ha acabado siendo instrumentalizada como la pieza útil de las élites para enfrentar un movimiento que, como decía antes, a pesar de no tener origen ni auto-identificación en el socialismo y la clase, es capaz de llevar a cabo aquellas funciones de ruptura que la teoría clásica asigna, históricamente, a la clase obrera. En este caso, a través de la ruptura de la nación española, que es también la ruptura con la estructura de clases y el sistema de distribución de poder de los cuales ella es su objetivación.

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Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

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