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Cazadores de cabezas humanas: la obsesión por decapitar a lo largo de la historia

Cerámica Moché (100-700 d.C)/ Museo de América

Mónica Zas Marcos

“Bastará solo un instante para cortar su cabeza, pero serán necesarios cien años para que surja otra igual”, dijo el matemático Lagrange ante la muerte por guillotina de su amigo y genio de la química, Lavoisier, en 1794. Desde mucho antes de la Revolución Francesa, la decapitación ha sido una de las penas más suculentas de la Historia por su componente de dominación ante el enemigo. 

En el rostro se encuentran los elementos más reconocibles del ser humano, mientras que el cráneo alberga un órgano de pensamiento inimitable, como dijo Lagrange. Por lo tanto, como se hace con los animales de caza, exhibir la cabeza inerte es el símbolo de poder definitivo sobre “el rival más débil”. Y ese alarde responde a una naturaleza primitiva que se remonta hasta el Neolítico, como demuestra la última exposición del Museo Arqueológico Nacional de Madrid. 

Cabezas cortadas. Símbolos de Poder se centra en el periodo celtíbero de la Península y en los hallazgos de los yacimientos de Ullastret y de Puig Castellar, en Catalunya. En el primero de ellos, en 2012, aparecieron quince cráneos pertenecientes a los siglos III y IV a.C, de los cuales dos estaban atravesados por un clavo de 23 centímetros. No era la primera evidencia de que nuestros antepasados de la Edad de Hierro hacían rodar cabezas, pero sí de que se sumaban al fenómeno de exhibirlas como trofeos.

“Queríamos explicar la dualidad del significado de las cabezas cortadas. Por un lado, las cabezas de personas importantes para la comunidad se cortaban para venerarlas y para mantener su esencia cerca. Por el otro, se muestran como símbolo de victoria y poder”, explica Gabriel de Prado a eldiario.es, comisario de la exposición y director del Museo Arqueológico de Catalunya. No hace falta un clavo para adivinar que la motivación de los íberos, sin duda, respondía a lo segundo.

Los cráneos que se muestran en el MAN no pertenecen solo a los habitantes del este peninsular, sino que es una práctica que atraviesa a todas las épocas y continentes. Desde la Edad Media hasta los narcotraficantes de México. Desde Juego de Tronos a Los inmortales. Desde la prudencia de los romanos hasta el espectáculo guionizado del ISIS. Esta perspectiva universal es el gran atractivo de Cabezas cortadas. Símbolo de poder.

¿Ha respondido siempre a la misma motivación? ¿Tiene un trasfondo espiritual o, al contrario, es la forma de asesinato más brutal? De Prado escoge cinco momentos de la Historia para analizar un fenómeno que ha traído “de cabeza” a los expertos desde hace más de 10.000 años. 

La decoración hogareña de los íberos

Tal y como explica el experto, el ritual de decapitación de los íberos se hacía después de la muerte del enemigo: “Esas personas murieron de forma igualmente terrible por heridas en extremidades o en el resto del cuerpo. Después, separaban la cabeza y la convertían en un instrumento mediático, en símbolo de victoria bélica o de dominio de la fuerza”. Por otro lado, este fenómeno solo se ha hallado en el golfo de León, que comprende desde Marsella (Francia) hasta la frontera con Catalunya.

El cráneo más importante de la exposición no tiene nombre, pero tiene rostro, y es el de un hombre de unos 16 o 18 años que ha sido reconstruido por un artista forense. “Es interesante que la gente le ponga cara, creo que así se acercan un poco más a una realidad cruenta pero que forma parte de nuestra historia”, dice el antropólogo. Las cabezas se colgaban en el dintel de la puerta o en el muro de la casa del vencedor de la contienda y, a menudo, junto con las armas del enemigo derrotado.

Gloria al César y a las cabezas

Cuando los romanos llegaron a la península ibérica, quedaron horrorizados por las prácticas bélicas de los habitantes, o al menos así lo reflejan algunos autores clásicos en sus textos. Pero, como indica De Prado, la decapitación no les resultaba ajena en absoluto. De hecho, era un sistema punitivo “compasivo” que estaba reservado a los ciudadanos romanos de primera y a los soldados, e incluso las llegaban a momificar para adorarlas y acariciarlas.

Un caso distinto era el de la Antigua Grecia, cuya obsesión por la integridad física humana les hacía considerar la decapitación como un acto infame y abominable. Así lo demuestran mitos griegos como el de Medusa, que ni siquiera sin cabeza dejaba de resultar poderosa y aterradora. Aún así, como en Roma, era el castigo reservado para los nobles.

“Además, se ha documentado una técnica militar que consistía en cortar la cabezas desde el caballo a los guerreros de a pie”, explica De Prado. En ese caso, se exponían públicamente para generar escarnio o incluso eran vendidas en los mercados.

Un Halloween medieval

En numerosos testimonios recogidos en la Edad Media, la decapitación aparece como método de ajusticiamiento común, normalmente realizado con un hacha. Fueron los primeros en hacer uso de este arma en lugar de la espada porque “es mucho más contundente para separar una cabeza ya que el corte solía ser limpio”, como asegura De Prado. 

Aunque casi siempre se establecía como castigo, unos huesos encontrados hace dos años en una aldea medieval de Yorkshire, en Inglaterra, revelaron que en ocasiones las cabezas cortadas podían responder a un ritual de purificación. En la Edad Media había una creencia popular según la cual los cadáveres podían salir de sus tumbas y vagar por las aldeas, propagando enfermedades y asaltando a los trasnochadores. Para evitar que volviesen de entre los muertos, los quemaban, desmembraban y decapitaban antes de enterrarlos. 

La “doncella” arranca-cabezas

“Todos los monstruos devoradores e insaciables creados desde que la imaginación pudo registrar sus fantasías se han fundido en este engendro único: la Guillotina”, escribió Charles Dickens sobre la famosa herramienta. Aunque se la relacione con Francia, fue en Reino Unido donde consta su aparición, aunque allí se conocía como gibbet en Inglaterra y Maiden (doncella) en Escocia.

Sin embargo, la fama francesa le precede debido a la transformación social que desató en Europa durante la Revolución. Con la ejecución de Luis XVI el 21 de enero de 1793, dio comienzo el “reino del terror ” que envió a la guillotina a cientos de aristócratas y a todo ciudadano que fuera acusado de actividades contrarrevolucionarias: en total, 15.000 personas fueron decapitadas durante los primeros diez años de guillotina.

Al igual que en la Antigüedad, el doctor Joseph Guillotine la creó porque detestaba las ejecuciones públicas y consideró que aseguraba una “muerte limpia”. Aún así, para De Prado “el acto de guillotinar tenía un elemento simbólico de puesta en escena y de apropiarse del espacio público. Aristócratas que lo fueron todo morían ultrajados y con la turba tirándoles cosas”.

El show del terror actual

show Una de las misiones de la muestra es recordar que las decapitaciones están lejos de ser una práctica prehistórica ni medieval. Ya en la Segunda Guerra Mundial existen testimonios del empleo de la guillotina con 40.000 personas en la Alemania nazi, o de los estadounidenses que llevaron a cabo la apuesta de la carrera de las cien cabezas cortadas contra los japoneses. “En la guerra de Vietnam cortaban las orejas de los soldados y se hacían cinturones para llevar la cuenta de cuántos enemigos habían matado”, pone De Prado como ejemplo de las mutilaciones modernas.

Además, la puesta en escena heredada de la Revolución Francesa se puede ver hoy en día en las ejecuciones llevadas a cabo por el ISIS o los narcotraficantes. “Hemos tenido que ver muchos vídeos de los extremistas para la exposición y es increíble cómo se recrean en la producción, delante de la cámara y en el guion”, recuerda el experto.

En su opinión, todo responde a una estrategia de propaganda para sembrar el terror que, aunque sea percibida el mayor atentado de la actualidad, encuentra su origen mucho antes de lo que imaginábamos.

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