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Man Ray, el maestro del surrealismo que transformó una barra de pan azul en una preciada obra de arte

José Antonio Luna

En 1917, Marcel Duchamp subvirtió las reglas del arte en medio de una exposición de la Sociedad de Artistas Independientes de Nueva York. Allí colocó un urinario normal y corriente, como el que podría haber en cualquier bar, con un claro mensaje: “Arte es lo que el artista dice que es arte”, dando así un puñetazo contra la estética elitista de su tiempo. Man Ray, amigo de este, también fue un fiel representante de una filosofía que, por ejemplo, era capaz de convertir una barra de pan rancio con pintura azul en una preciada joya museística

Pero Emmanuel Radnitzky (1890 – 1976), nombre real de Man Ray, no estuvo tan centrado en la escultura como su compañero Duchamp. Y no porque no la practicara, como se puede comprobar en sus múltiples trabajos, sino porque su pasión artística se volcó con dos disciplinas: la pintura y, especialmente, la fotografía.

“Pinto lo que no puede ser fotografiado. Fotografío lo que no quiero pintar. Pinto lo invisible. Fotografío lo visible”, dijo el creador, una cita que abre la exposición Man Ray. Objetos de ensueño disponible en Fundación Canal (Madrid) hasta el próximo 21 de abril. Esta incluye un total de 107 obras que sirven como hilo conductor para recorrer los pensamientos del artista a través de siete secciones temáticas, que van desde los retratos realizados a sus conocidos a la importancia que como buen dadaísta le dio a un juego como el ajedrez.

La aparición de la fotografía rompió con muchos de los esquemas establecidos en el mundo del arte. Como se explica durante la muestra, los fotógrafos retratistas llegaron a ser vistos como pintores fracasados por las nuevas vanguardias. Sin embargo, el estadounidense supo dar la vuelta al prejuicio y logró ser reconocido por la alta burguesía del París de los años 20 y 30. “Man Ray consiguió generar una nueva forma de ver la realidad y la existencia de las cosas, que se valorase la fotografía por sí misma y no solo por lo que cuenta”, explica a eldiario.es Pilar Parcerisas, crítica de arte y comisaria de esta muestra.

Con su técnica y enigmática aura inmortalizó a figuras como Picasso, André Breton, Mina Loy o Jean Cocteau. “Él hace algo distinto, no la típica pose del retrato tradicional. Son muy performáticos, y en ellos aparece encendiendo un cigarrillo o en un espejo cóncavo en el laboratorio”, apunta la historiadora. Ray sabía qué podía aportar la fotografía y qué podía aportar la pintura. Distinguía entre ambas disciplinas y sacaba lo mejor de ambas para plasmarlo en sus trabajos. Precisamente, eso es lo que le hizo único.

Pero el surrealismo no le hacía levantar los pies del suelo, sino todo lo contrario. En las imágenes de Ray eran habituales elementos como su pipa, su cámara o sus propios objetos. De hecho, André Bretón le definió como “el gran escrutador de la decoración de la vida cotidiana”, algo que se puede comprobar a través creaciones como Lampshade, una simple espiral de papel transformada en lámpara.

Aun así, la técnica de Ray es diferente a la de Duchamp: mientras que el primero muestra los objetos que identifican a su mundo interior, el segundo elige un elemento creado por la industria para convertirlo en arte. “Man Ray necesita los objetos que le acompañan, una lata encontrada en la calle, un guante, una batidora... Algo que forma parte de su vida y que en un momento determinado ese objeto habla junto a otro”, apunta la comisaria sobre el tinte “cálido y emotivo” del autor. Añade que “no es la misma idea que la de Duchamp, porque él parte totalmente de la industria, de lo seriado y de la clonación de objetos”.

Cuando se rebeló contra su propia cámara

Man Ray es recordado por obras maestras como El violín de Ingres, que no se encuentra en esta exposición, pero también por inventar técnicas rupturistas y fuera de toda lógica. Por ejemplo, una que consistía en tomar fotos sin cámara, directamente sobre el papel fotosensible a la luz. Como se puede leer en la exhibición, el propio autor lo explicó: “Me rebelé contra mi cámara fotográfica y la tiré. Tomé cuanto me caía en la mano: la llave de la habitación del hotel, un pañuelo, lápices, una brocha, un pedazo de cuerda”.

Tras eso, los colocaba sobre el papel y los exponía a la luz unos segundos, algo que, según el autor, le hacía sentirse “muy excitado y le divertía muchísimo”. “Aprovechar el azar de ese proceso de laboratorio en el que los objetos se impregnan directamente del papel fotosensible y crean su propio fantasma. Es esa nocturnidad que también quieren los surrealistas”, indica Parcerisas.

Pero los rayogramas no fueron los únicos. También, como incansable que era de la experimentación, se topó con otra peculiaridad que llamó “solarización”. “Es otro azar cocreado con Lee Miller que consigue remarcar los contornos y que las zonas blancas sean más blancas y las negras más negras. Con lo cual, es otra forma de quemar la imagen, de darle otro tipo de exposición que da finalmente ese contraste”, aprecia la comisaria sobre un tipo de fotografía contorneada por una aureola que, además, conseguía resaltar el cuerpo y el rostro de los sujetos.

Actualmente podría asemejarse, aún con las abismales diferencias del proceso, al filtro belleza de algunos smartphones. Por ello, capturas como Anatomies, en la que se puede ver un cuello estirado con connotaciones fálicas, se han llegado a convertir en portadas de grupos de música actuales como Cigarettes After Sex.

En busca de una nueva Venus

Man Ray tampoco escapó de ese arquetipo del eterno femenino subyacente en gran parte de los autores masculinos de la época. Fue un movimiento mayoritariamente reservado a los hombres y que, salvo excepciones como Dorothea Tanning, solía transformar a la mujer en musa u objeto de deseo. De hecho, por la lente del fotógrafo pasaron figuras como Dora Maar, la amante de Picasso, o Adrienne Fidelin, una joven bailarina de Guadalupe (México) con la que mantuvo una relación.

Después de pasar por “la belleza del cuerpo femenino” bajo el prisma de Ray, se llega a la última zona de la exposición: un pasillo de cuadrados blancos y negros que serpentea creando un curioso efecto óptico, como si fuera un tablero de ajedrez pasado por la licuadora.

En esta parte se puede comprender el vínculo del fotógrafo con Marcel Duchamp y por qué su amistad fue una de las más fructíferas del siglo XX. De su unión y curiosidad por los instrumentos ópticos nacieron máquinas pioneras, como un visor estereoscópico en tres dimensiones que el propio visitante puede probar durante el recorrido. “Es una amistad que les lleva a experimentos ópticos y visuales que se anticipan al arte cinético”, considera Parcerisas sobre una de las muchas aportaciones que han alzado a Man Ray como uno de los artistas más importantes del siglo XX.

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