Una nube convertida en copa de árbol. Notas musicales que caen como hojas. Lápices de madera que hacen de hoguera. El mundo onírico de Chema Madoz, uno de los artistas más importantes de nuestro tiempo, es uno en el que las reglas del reino animal, vegetal y mineral no son a las que estamos acostumbrados. Lo cotidiano se transforma, genera asociaciones inauditas que parecen reales y el resultado son fotografías monocromáticas que despiertan extrañeza y fascinación a partes iguales.
Madoz ha recibido el Premio Nacional de Fotografía, ha expuesto en los museos más importantes del mundo, pasando por el Pompidou parisiense o el Reina Sofía, y todavía hoy, a pesar de llevar en activo desde mediados de los 80, continúa despertando la mirada inquieta de quienes aprecian sus instantáneas.
Es lo que se puede comprobar en la exposición de La naturaleza de las cosas, enmarcada en la 23ª edición de PHotoESPAÑA y disponible hasta el 30 de agosto en el Pabellón Villanueva del Real Jardín Botánico de Madrid. Se trata de un recorrido a través de 62 fotografías con un tema en particular: el diálogo del autor con la naturaleza.
“La mayoría de las veces que nos hemos referido a la obra de Chema Madoz ha sido con relación a su utilización de los objetos, por eso queríamos plantear una vuelta para mostrar cómo, sin ni siquiera habérselo propuesto, también ha trabajado con elementos de la naturaleza prácticamente desde sus inicios”, explica a eldiario.es Oliva María Rubio, experta en arte contemporáneo y comisaria de esta exposición.
De hecho, las imágenes expuestas están realizadas entre el 1982 y 2018, por lo que bien podría tratarse de una retrospectiva de un autor que fue el primer sorprendido al comprobar la influencia de la naturaleza en sus creaciones. “Chema pensaba que no tenía obras suficientes, pero cuando le pasé el primer listado de las que podían entrar en esta temática comprobamos que la naturaleza estaba presente incluso en sus primeras creaciones de los años 80, cuando todavía utilizaba la figura humana”, aprecia María.
Su modo de trabajar con la naturaleza es el mismo que con los objetos: busca asociaciones, parentescos o encuentros fortuitos para, en definitiva, hacernos ver la fragilidad del mundo que nos rodea. Aquello que nos parece eterno e inmutable adquiere en Madoz un nuevo matiz. ¿Y si las mariposas fueran flores? Es la otredad de las cosas, un prisma que a veces no es demasiado amable porque, entre otras razones, nos hace ser conscientes de la debilidad nuestra identidad.
“Está en cierto modo relacionado con cómo la pandemia nos ha hecho reflexionar a todos sobre la fragilidad de nosotros mismos y del mundo que nos rodea. Todo lo que parecía firme e inalterable de repente se hace pedazos”, observa la comisaria. Y añade que a la hora de mirar una fotografía de Madoz se suelen atravesar dos fases: una primera, de extrañeza e incertidumbre ante lo que muestra; y una segunda, donde ya se reconoce el juego propuesto por el autor de la obra. “En ese sentido no engaña. Cuando reconoces esa pequeña manipulación entonces ya te sientes identificado con él. Nos hace partícipes al 100% de su obra”, añade la especialista en arte.
En la mente del creador
Además de las fotografías de Madoz, la exposición reúne una selección de objetos personales de su taller para explicar su proceso creativo, desde la concepción de la idea original hasta que consigue la fotografía final. “Como todo creador, toma notas y bosquejos, y tiene montones de cuadernos en los que va apuntando ideas que a veces se quedan ahí y otras se plasman en un objeto”, afirma Oliva María.
La comisaria considera que era importante facilitar una ventana al banco de trabajo del autor porque, de esta manera, se puede comprender mejor la exhaustiva elaboración tras cada instantánea. “Mucha gente puede pensar que trabaja con mecanismos digitales de manipulación, pero en realidad solo usó Photoshop en una foto, la de la jaula y la nube, para evitar que se vieran algunos barrotes. Él lo que hace es crear artesanalmente el objeto y luego fotografiarlo”, asegura la especialista en arte.
Ninguna de sus fotografías tiene título porque, según el autor, “corta las alas” a imágenes que deben ser un ejercicio poético por parte de quien las mira. Es el espectador en quien recae la tarea de dar sentido a aquello que ve y detalles que, a pesar de lo sutil, están cargados de significados.
“Cuando cogió un tubito de colonia y le puso una jeringuilla, lo hizo en un momento en el que el problema de la droga era tremendo. O cuando con tres cubitos de hielo construye un podio que se derrite, nos está diciendo que las cosas no son eternas, que un día puedes ser el número uno y al siguiente caerte de ahí”, pone María como ejemplo.
Por razones como las anteriormente señaladas, Madoz se ha convertido en un autor de referencia, uno que ya aparece habitualmente como materia de estudio en las escuelas de fotografía. “Su obra se ha ido sedimentando a lo largo del tiempo y por eso es una referencia, porque no ha decaído y sigue teniendo cosas que decir”. También, como añade la comisaria, por otra razón: “Porque su vocabulario, que son los objetos de la naturaleza, es interminable”.