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Durante casi toda su vida, Dimitri Papagueorguiu (1928-2016), maestro del grabado, artista polifacético, importante pieza clave en las relaciones culturales entre Grecia y España durante el siglo XX, editor y traductor, fue conocido simplemente como Dimitri.
Así se referían a él en la Universidad, en los círculos artísticos madrileños y en el panorama literario desde que llegase a la capital española. Porque aunque en nuestro país revolucionase la estampa e impulsase todo tipo de iniciativas artísticas en torno al grabado, siempre se mantuvo cómodo a un paso del anonimato. Entre la comodidad del aula y el compromiso absoluto con potenciar el talento de los demás.
Así lo presenta el Centro Cultural Conde Duque de Madrid, que le dedica la exposición Dimitri, más allá de la leyenda. Una retrospectiva que se podrá ver hasta el 20 de octubre y que repasa su vida y obra, así como su influencia en el arte contemporáneo español.
Papagueorguiu llegó a Madrid en 1954, tras sobrevivir a los estragos de dos guerras mundiales. Formado en la Escuela Nacional de Bellas Artes de Atenas, vino con una beca del Ministerio de Asuntos Exteriores, y aquí se convirtió en profesor de la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid.
Su primer contacto con la estampa, un arte del que luego sería pionero, aconteció, sin embargo, de forma sobrevenida. Su hermano era partisano y él se vio obligado a involucrarse en la organización para la resistencia griega ELAS. “Colaboré con mis dibujos en la prensa clandestina”, contaba el propio artista en una entrevista realizada por Gina Panalés en 2008 e incluida en el catálogo de la exposición. En aquellas publicaciones, repartidas de forma amagada y esquivando la censura, el artista hizo sus primeros dibujos e imágenes públicas. “Teníamos un grupo de teatro y música para animar al pueblo y, de paso, podíamos difundir propaganda contra el invasor”, recordaba.
El artista gustaba de recordar que en octubre de 1940, Mussolini entró en Grecia justo cuando él debía empezar sus clases de bachillerato. En su primer día les dijeron que apenas había profesores dispuestos a dar clases, pues la mayoría habían sido reclutados o estaban huyendo del país. Así que no tenían mucho que hacer allí.
Más tarde, los nazis también entraron a ocupar su tierra, y sus antecedentes izquierdistas se convirtieron en una mancha en el nombre de su familia. Gracias a unos papeles falsos que consiguió a través del alcalde de su localidad, y que afirmaban que era afín a una ideología de derechas, pudo seguir viviendo y estudiando en su país.
Sin embargo, la cultura de la clase trabajadora, el arraigo familiar por las tradiciones del cultivo y la siembra, le llevó a interesarse durante muchos años por ese mundo agrario. Uno de tradición griega clásica elevada a mitos universales pero destruida por naciones ajenas, guerras, hambre y miedo. La tierra y la leyenda se convirtieron en dos de sus temas recurrentes. “No se puede olvidar la guerra”, afirmaba Papagueorguiu, ni tampoco el lugar en el que uno nace.
Dimitri llegó a Madrid, como decíamos, en 1954. Por entonces empezó sus estudios de grabado y pintura en la Escuela Superior de Bellas Artes pero la insuficiencia de recursos allí le obligó a tomar clases extra en la Escuela de Artes Gráficas. Allí se produciría un encuentro decisivo para la tradición de la litografía -técnica de grabado en piedra o plancha de metal-, en España: el del artista griego y Carlos Pascual de Lara, uno de los pintores más destacados de la llamada Escuela de Vallecas -el nombre que recibieron una serie de artistas vanguardistas de la capital en el 27-.
“No hay apenas litografía en el primer tecio del siglo XX”, afirma Alfredo Piquer Garzón, profesor titular de la Facultad de Bellas Artes en la Universidad Complutense de Madrid, en un artículo sobre la litografía de posguerra incluido en el catálogo de la exposición. Y la dedicación de Dimitri a esta técnica del grabado es esencial, como se puede comprobar en la retrospectiva de Conde Duque, para comprender gran parte de su obra.
Cuando se conocen, Lara le confía a Papagueorguiu “todo tipo de conocimientos, propocionándole una vocación, asumida por éste con entusiasmo, por la litografía, y que Dimitri se encargará de transmitir a muchos otros”, cuenta Garzón. El pintor español le enseña una serie de técnicas que despiertan en el griego una pasión que cultivaría toda la vida, y que le llevaría hasta la docencia, a la que dedicaría gran parte de su vida.
“La trascendencia de la tarea docente de Dimitri”, cuenta el profesor Garzón, “consiste en haber animado a tantos [artistas] a manifestarse en y con los medios de la obra gráfica estampada”. Según él, “el efecto multiplicador de su enseñanza [...] redunda en una difusión de los lenguajes, las técnicas y la valoración de la obra estampada”, muy por encima de lo visto en nuestro país hasta su llegada.
Por su taller pasaron y aprendieron Benjamín Palencia, Eduardo Chillida, Eusebio Sempere, Águeda de la Pisa, Maruja Mallo, Juan Genovés, Fernando Zóbel y muchos otros nombres que hoy forman parte esencial del arte español contemporáneo.
“Fue viendo una representación de Bodas de sangre, de Federico García Lorca, en Atenas al inicio de los cincuenta, cuando sintió una irreprimible necesidad de conocer España”, escribe Tomás Paredes, comisario de la exposición, “primero aprovechando una beca del Ministerio de Asuntos Exteriores y cuando se acabó, por libre, a su albur”.
Según el comisario de Dimitri: más allá de la leyenda, el artista “se vino, sufrió y penó hasta ir situándose en el mundo laboral. Se casó, tuvo dos hijos e hizo esta obra considerable e importantísima que queremos dar a conocer a la sociedad”.
Y aunque en las paredes del centro cultural Conde Duque podemos descubrir grabados, litografías, xilografías, planchas y pinturas... también podemos ver mucha letra. Dimitri Papagueorguiu cultivó un amor por la literatura, la poesía y el teatro, que le llevó a ejercer de editor y traductor.
Por eso, se le reconoce también como un importante introductor de la lengua española y la poesía en el siglo XX en Grecia, y viceversa. No en vano tradujo versiones del español al griego de obras de Machado, Juan Ramón Jiménez y Federico García Lorca entre otros. También del griego al español:Papagueorguiu fue uno de los primeros autores en atreverse a traducir a Kavafis -cuyo Ítaca sigue inspirando a generaciones enteras de creadores-, que se conocen en nuestro país.
Tanto por su labor en el ámbito literario, como en el artístico, Dimitri Papagueorguiu fue galardonado con la Medalla de Oro de la Agrupación de Artistas Grabadores en 1960, el Premio Nacional de Grabado en 1967 y la Medalla de Oro del Ateneo de Sevilla en 1977. Hoy podemos estudiar su obra y hasta el 20 de octubre, observar en la retrospectiva de Conde Duque hasta qué punto fue un maestro de maestros del arte en nuestro país.
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