Si escribimos el nombre de Louise Dahl Wolfe en la barra de búsqueda o en el archivo de cualquier biblioteca aparecerán decenas de miles de rostros distintos. Hubo tantas Louise como modelos se pusieron frente a su objetivo y cuentan con una de las preciadas instantáneas que hoy decoran el cartapacio de la moda. Su encanto anónimo resulta evidente para todos los foráneos en el mundillo, pero fue su técnica la que destacó entre los títulos de crédito de la revista Harper's Bazaar. Ahora, el Círculo de Bellas Artes acoge un nombre desconocido de la fotografía editorial y recupera sus éxitos en la muestra Con estilo propio, Louise Dahl Wolfe.
En una época donde las mujeres destacaban como retratistas si se centraban en los colectivos marginales o contaban con una identidad oculta, Dahl Wolfe humanizó una profesión tachada de superficial y, de nuevo, liderada por hombres. La elegancia empezaba a ser vendida como el complemento a juego con un estilo de vida opulento y unas medidas muy concretas. El fenómeno de la moda y las grandes firmas se notó en el capital de las ciudades, convirtiéndose muchas veces en el tercer sector más lucrativo de la economía.
Esta fiebre durante los años 30 dio lugar a varios estudios en los que se relacionaba la publicidad del glamour con los instintos más básicos del ser humano, como el sexual o el de la riqueza. Y, aunque la Alta Costura estaba dirigida en su mayoría a las mujeres, quienes manejaban los hilos de su promoción eran los diseñadores, editores de moda y fotógrafos como Irving Penn y Richard Avedon. A medida que avanzaron los años, las mujeres fueron metiéndose en el mundillo, pero no para salvar a las maniquíes de la dictadura de las tallas y el dinero, sino porque conocían mejor la psicología femenina.
Si el Olimpo de este nuevo movimiento se situaba en las pasarelas de París, sus escrituras divinas eran las revistas Vogue y Harper's Bazaar. Y fue en las oficinas de esta última donde se formó la santísima trinidad del estilo de aquellos años. La editora Carmel Snow, su mano derecha Diana Vreeland, y el diseñador gráfico Alexey Brodovitch reescribieron los renglones sagrados de la prensa especializada con una visión mucho más desenfadada que la de su rival Vogue. Pero todo cambió cuando llegaron a la redacción unas fotografías que mostraban el verdadero significado de la palabra “modernismo”.
La pintora reconvertida
Louise Dahl Wolfe nació en California en 1985 en el seno de una familia pudiente, que la pudo costear sus estudios de diseño, composición y color en la Universidad de San Francisco. Por aquellos años, la fotografía no ocupaba siquiera un hueco en su agenda de intereses, entre los que destacaba su pasión por la pintura. Ese espíritu bohemio la atrajo a Nueva York, donde conoció a las fotógrafas Anne W. Brigman y Consuelo Kanaga, que ejercieron como maestras y cazatalentos. Juntas retrataron Europa y el Norte de África, lo que la entrenó en el uso de la luz natural y la enamoró de la belleza salvaje de los exteriores.
Casi diez años después, Dahl aparcó las maletas, abrió un estudio de fotografía en la Gran Manzana y firmó por una vida menos nómada con la publicidad. La delicadeza de sus disparos le granjeó contratos con importantes nombres como Woman's Home Corporation y los almacenes de lujo Saks Fifth Avenue, que fueron el corredor hacia el paraíso de la moda. Así, en 1936, se incorporó a la redacción de Harper's Bazaar una mujer bajita, con gafas y un estilismo muy distinto al que más tarde retrataría con grandeza.
Dahl Wolfe no era ninguna novata insegura y sabía que si la habían contratado en la publicación de moda más importante era porque su visión fotográfica era diferente. Así que llegó y puso, literalmente, patas arriba el estudio de la Harper's. Ahora estamos muy acostumbrados a que los editoriales de las revistas de moda se realicen en paisajes abruptos, casas de campo o en el mismo mar. Y en gran parte se lo debemos a esta visionaria. Louise no concebía la idea de mujeres sin naturalidad, cegadas por un foco repleto de LEDs y encerradas en cuatro paredes con decorados de cartón piedra. De esa forma, la fotógrafa cogió a los hieráticos maniquís de la mano y las convirtió en mujeres reales con poses desenvueltas en el exterior.
Esta técnica fue bautizada como reportajes ambientales muchos años después, porque ella no lo hizo para marcar una tendencia, sino porque se adaptaba a un tiempo de mujeres cada vez más independientes. “La fotografía no es un arte”, repetía ya entrada en años cada vez que le ofrecían exponer su obra. “Es solo un medio espléndido para capturar un periodo de tiempo”. Sus conocimientos sobre el equilibrio del color también nos dejan una fantástica colección por Asia, África, el desierto de Nevada o las calles de París, que ahora se estudia en todas las escuelas de moda.
Los que la conocieron la definen como una mujer estricta, testaruda e inteligente, cuyo carácter la convirtió en una intocable del sector, incluso entre el star system. “Efectivamente, tenía mano dura con mis modelos. Supongo que vociferé mucho, pero al final siempre acabábamos tomando algo juntos”, escribía en sus memorias A Photographer's ScrapbookA Photographer's Scrapbook. Por eso muchas de las personalidades del Hollywood de la época se pusieron en sus manos para retratarse como nunca antes, entre la fotografía de laboratorio y el efecto paparazzi. De esta unión salieron instantáneas para la historia de Marlene Dietrich, Ginger Rogers, Bette Davis u Orson Welles.
Cuando Harper's Bazaar cambió de director, Dahl Wolfe decidió que estaba demasiado vieja como para permitir que le controlasen en su trabajo y abandonó por la puerta grande. “El nuevo director de arte hizo una visita sorpresa a mi estudio y tuvo la osadía de mirar a través del visor lo que estaba fotografiando. Esto no había ocurrido nunca. De repente mi entusiasmo se desvaneció”. Y así concluye en su biografía el periodo más brillante de su vida, aunque no abandonó del todo su pasión e hizo sus pinitos en Vogue y Sports Illustrated. Pero antes de retirarse definitivamente a los 65 años, lanzó un órdago inolvidable a los fotógrafos de moda actuales: “La fotografía ahora se reduce a la fantasía, y la fantasía está bien siempre y cuando esté bien diseñada. Pero deberían aprender qué hacer cuando se enfrentan al espacio”.