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La mutilada Bienal de Mercosur y la deriva de los grandes eventos artísticos

Gastón Ugalde (La Paz-Bolívia, 1944) New $100 Bill (2015)  Divulgação

Juan José Santos Mateo

Mercosur es un marco económico originado tras la firma del Tratado de Asunción en 1991. La intención; generar un bloque comercial entre Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay (posteriormente Venezuela y Bolivia) que potencie el mercado entre ellos. Cuatro años después, se empezó a gestar una bienal de arte en la casa del empresario brasileño Jorge Gerdau Johannpeter. En esa reunión estaban el gobernador del Estado, el secretario de Estado de Cultura y otras autoridades junto a artistas, coleccionistas, empresarios y representantes de los sectores culturales. Decidieron invertir en ese evento cultural, llamarlo Bienal del Mercosur (ya que los artistas provendrían de los países del bloque económico), y ubicarlo en Porto Alegre. Tiene gracia, o ninguna, que ahora su futuro esté en entredicho por motivos de plata.

La edición actual, la décima, iba a ser colosal. Casi 700 obras de arte de más de 400 artistas de toda Latinoamérica, seleccionadas por el curador jefe Gaudêncio Fidelis, junto con un equipo formado por Márcio Tavares, Cebreros Urzaiz, Fernando Davis, Raphael Fonseca, Ramón Castillo y Regina Teixeira de Barros. Nadie se preguntó si era cabal la propuesta, dado el contexto económico de los grandes patrocinadores del evento; el Gobierno brasileño y la empresa Petrobras.

La realidad se fue haciendo hueco; no había posibilidad de pagar el transporte de las obras que venían de fuera de Brasil. No se informó a los artistas foráneos, y la situación explotó. Tres curadores, Fonseca, Castillo y Davis, renuncian, y varios artistas afectados se agrupan para exigir, más que explicaciones, compensaciones económicas (muchos de ellos habían ya comprometido presupuestos e incluso pagado la producción de sus obras).

Ante la pregunta de si no lo veían venir, Raphael Fonseca se pronuncia: “Creo que el proyecto curatorial me parecía ambicioso, pero fue un proyecto posible hasta cierto punto. Mi problema con la Bienal no fue ese, sino el tratamiento con los artistas que estaban invitados y comprometidos con el evento. Cuando se perdió el respeto a su trabajo y la transparencia del proceso curatorial, se perdió también el sentido, para mí, de seguir en el proyecto”.

Tras los reajustes, la Bienal se inauguró el pasado viernes, con 263 artistas en vez de 402. La gran mayoría, brasileños.

Invitado virtual, virtual invitado

El problema económico es comprensible, aunque se podía haber previsto. Lo que no se entiende tan bien es la ausencia de comunicación con los artistas. Simón Vega fue uno de los afectados: “Recibí una notificación e invitación por parte de la Bienal de Mercosur, una sola carta, y después de eso no he recibido ninguna otra carta, llamada, ninguna explicación, ningún enlace, nada. Eso, de todo, es lo que creo que es más indignante. Aunque la Bienal es prestigiosa, yo nunca pedí estar en ella. Al final es como que a uno lo inviten a una fiesta que dicen es muy buena y luego lo desinviten sin ni siquiera comunicárselo directamente”.

El salvadoreño Mauricio Kabistán es otro artista con dudas: “Después de ver todo lo que ha pasado, lo único que me estoy preguntando ahorita es, '¿por qué no han cancelado todo el evento?' Personalmente te debo decir que esta onda que ha pasado no la he hallado mucho sentido. Si te lo pudiera explicar gráficamente, creo que sería con una cara de Poker Face”.

El caso del peruano Fernando Bryce es aún más increíble. Se enteró de su inclusión en el evento por las redes sociales. “La primera vez en mi vida profesional que me enteré de mi participación en una bienal por Facebook... ¿Será por el número de artistas que no pudieron enviar una carta de invitación? Nunca se me dijo qué obra sería exhibida, ni nunca la bienal contactó conmigo. No sé nada. Para mí ha sido una historia fantasma que seguí por Facebook”. Precisamente las redes sociales han sido las aliadas de los artistas, que decidieron sumar fuerzas para hacer llegar sus denuncias.

La Contra Bienal

El artista colombiano Andrés Matías Pinilla lanzó, junto con otros creadores, un grupo secreto en Facebook llamado “Contrabienal”, para debatir qué medidas tomar frente a “las irresponsables decisiones de la Bienal que a tantos nos perjudicaban”. De ahí salió un documento público que se hizo común a través del sitio web Change.org., reclamando unas “justas disculpas a los artistas, una declaración pública en medios de todo lo que viene pasando detrás del telón, ya que no han hecho más que tapar con evasivas el maltrato de parte de ellos a nosotros con la indiferencia a nuestros mensajes, y una indemnización a aquellos que solicitamos becas o apoyos financieros para estar presentes en la inauguración de la Bienal, que hoy día nos traen problemas legales, de inhabilidad por un tiempo determinado para solicitar otros estímulos económicos o simplemente el tener que asumir de nuestro bolsillo el capital invertido hasta el momento”.

Matías Pinilla, ante la ausencia de respuestas por parte de la Fundación de la Bienal, decidió viajar a Porto Alegre para llevar a cabo una performance-protesta: “En Colombia existe una forma de referirse a la confrontación de una situación complicada, molesta o inesperada: debo asumir la situación con pantalones. Apropiando esta frase y evitando ser el sindicalista sin humor, comencé a coser una bandera con mis propios pantalones. El propósito de esto no es más que hacer evidente que algo pasa; no busco dinero, no quiero que me incluyan nuevamente como expositor, simplemente rechazar la indiferencia de la Bienal y representar los mensajes que nunca fueron tomados en cuenta para no quedarnos en la eterna crisis y elaborar soluciones en conjunto”.

El nombre de ese grupo, “Contrabienal”, recuerda a uno de los primeros boicots que artistas plantearon a una Bienal. Ocurrió en Sao Paulo, en 1971, para denunciar la censura y la tortura en Brasil bajo la dictadura. Uno de los artistas de esa contrabienal era Luis Camnitzer.

Mensajes de una nueva América

Camnitzer fue precisamente curador educativo de la Bienal del Mercosur del 2006. Su contraposición activa en el 71 se ha transformado en amargura cuando le preguntamos acerca de lo ocurrido en la actual edición. El artista extiende la reflexión acerca del trato a la cultura por parte de los poderes públicos y privados: “Los gobiernos piensan que es un lujo descartable. Lo identifican con el ocio y en lugar de ayudar a usar el ocio para desarrollar la creatividad, lo utilizan secundariamente para fomentar el consumo no creativo, confirmando así que la cultura es un lujo. Por lo tanto le pasan el fardo a las empresas y filantropías privadas. Estas se meten para fomentar sus relaciones públicas o el prestigio personal, y cuando se aburren del proyecto, lo dejan caer”.

Si recapitulamos y numeramos los recientes eventos artísticos en Latinoamérica, el título de la Bienal de Mercosur sufre un inquietante giro: ahora se llama Mensajes de una nueva América. A saber: en la Bienal de La Habana, boicot de un grupo de artistas y curadores, que ante la retirada del pasaporte por parte del Gobierno cubano a la artista Tania Bruguera, decidieron declinar su participación en el evento. Boicot de los artistas a la Feria Art-Lima en Perú, como protesta por la financiación de la municipalidad, cuyo alcalde ordenó el borrado de unos murales callejeros que no le gustaban (encargados por la anterior alcaldesa). Exposición de Hermann Nitsch censurada por el Museo Jumex de México, por su contenido violento. Boicot de un grupo de artistas a la pasada Bienal de Sao Paulo, denunciando el patrocinio del Gobierno de Israel. Inminente cierre de la Casa Daros de Sao Paulo, por falta de presupuesto (tras seis años de restauración y puesta a punto de un edificio con más de 11.000 metros cuadrados de área construida, con una biblioteca compuesta por más de 5.000 obras de consulta, auditorio, restaurante, cafetería y tienda).

Todos estos casos se unen a los ya tradicionales problemas para los artistas latinoamericanos a la hora de financiar el transporte de sus obras, o incluso su participación, en las grandes citas del circuito artístico internacional, como la Bienal de Venecia.

Otro artista que tuvo que cancelar su participación en Mercosur, Darío Escobar, nombra un caso más: “El tema de la Bienal de Mercosur no es distinto al de otros proyectos que no están bien administrados. Sé por buenas fuentes que por ejemplo la Trienal Poligráfica de Puerto Rico no tiene plata para los envíos internacionales”.

Ante semejante panorama, quizás cabría preguntarse más por la viabilidad, por el sentido de los proyectos megalómanos surgidos desde el continente, como esta Bienal de Mercosur, o la Casa Daros, y si es permisible que los artistas que no tengan la suerte de beneficiarse del apoyo de una gran galería de arte privada (que son casi todos), estén condenados a no mostrar su arte fuera de su país de residencia. Poniéndonos melodramáticos, parece que el arte regresa a la élite: su acceso sólo está asegurado en los centros hegemónicos del Primer Mundo. ¿Son éstos los mensajes de una nueva América?

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