A Patrimonio Nacional no le gusta el nombre del museo que acumula siete años de retraso en su inauguración. Tal y como ha podido saber este periódico, el pasado marzo inició una búsqueda de un nombre alternativo para la institución nonata. La presidencia acudió a tres empresas para encontrar un nuevo bautismo del Museo de las Colecciones Reales y se decantó por El nombre de las cosas, entidad fundada por el poeta y nombrador de cosas Fernando Beltrán. Entre sus éxitos figuran Rastreator.com, La Casa Encendida, Amena o el museo TEA (Tenerife Espacio de las Artes).
Patrimonio Nacional ha pagado casi 18.149 euros por las labores de naming con el objeto de un “estudio de propuestas para la denominación del futuro museo de las Colecciones Reales”. El contrato se firmó el pasado marzo y, tal y como ha sabido elDiario.es por fuentes de Patrimonio Nacional, hace un mes el creador presentó ante más de una decena de personas cerca de 20 posibilidades para revitalizar un proyecto varado y con fecha de inauguración para finales de 2022, si no se anuncia otro nuevo retraso antes.
La institución busca una identidad que se adapte a las nuevas premisas de una misión que ha ido alterándose con cada nuevo presidente, desde los años noventa cuando arrancó el proyecto de un museo que debía honrar a la Casa Real. En estos momentos, el museo debe “brindar una oferta cultural única tanto en sus salas de exposición de colecciones como en las muestras temporales, mediante un recorrido a través de la labor de mecenazgo y coleccionismo de los distintos reyes de España, articulado históricamente por reinados”.
Crisis de identidad
Entre las propuestas de nuevo nombre hay un abanico completo entre las más conservadoras y las más atrevidas, siempre manteniendo la expresión “colecciones reales”, porque es la marca de la casa. La presidenta de Patrimonio Nacional Ana de la Cueva tiene sobre la mesa las ideas desde hace un mes y, por ahora, han elegido tres de las opciones presentadas. La última palabra debe ser consensuada con Félix Bolaños, ministro de la Presidencia, Relaciones con las Cortes y Memoria Democrática del Gobierno. Este periódico ha tratado de conocer el motivo por el que la presidencia de Patrimonio Nacional ha decidido cambiar el nombre al Museo de las Colecciones Reales, pero no ha obtenido respuesta.
La identidad del Museo de las Colecciones Reales está redactada y publicada. Pretende difundir “la continuidad de la monarquía simbolizada en las colecciones reales”. El museo que se pensó en los años noventa debe ser una institución al servicio de la propaganda de los Borbones. Es el “principal instrumento para la conservación, investigación, gestión y difusión del legado histórico y artístico de la Corona”. Álvaro Fernández-Villaverde fue el presidente de Patrimonio Nacional que propuso el museo, en el que solo habrían tapices y carruajes... De eso ya no queda nada y tampoco está claro que se puedan vaciar los Reales Sitios para llevar los bienes a Madrid.
En plena crisis de identidad, en las propuestas entregadas por El nombre de las cosas no desaparece la expresión “colecciones reales”, a pesar de que ese perfil de museo ya existe con el Museo Nacional del Prado, formado por los bienes coleccionados por la monarquía. En la cúpula de Patrimonio Nacional quieren tratar el renombramiento con mucha cautela porque “hay muchas sensibilidades a flor de piel”, cuentan las fuentes consultadas cercanas a la operación de Patrimonio Nacional. “En presidencia se mueven entre el ánimo a un nombre más atrevido y el susto. Es muy complicado”, añaden.
Vacío de contenido
El edificio de 40.000 metros cuadrados (el Prado tiene 42.000) y 160 millones de euros de presupuesto lleva años vacío. Le han dado varios premios de arquitectura, entre ellos el Premio FAD 2017 por su “ausencia de lirismo”. El continente es impecable, pero ¿y el contenido? En Patrimonio Nacional dudan de cómo ocupar tantos metros cuadrados. En estos momentos Leticia Ruiz, directora del museo, se encarga de ubicar piezas en las tres plantas (con salas de 140 metros de largo y ocho metros de altura), sobre las dos dinastías de reyes que durante 15 siglos ocuparon España. Los almacenes ya se utilizan, pero en ellos no hay joyas enterradas.
Entre las cerca de 154.000 piezas catalogadas no hay nada nuevo que sacar a la luz. Tienen Salomé con la cabeza de Juan el Bautista (1609), de Caravaggio; Cristo en la cruz (1654), de Bernini; o El Calvario (1457 y 1464), de Roger Van der Weyden, pero no tienen un icono, unas meninas o un guernica. A pesar de esto, los cálculos de la institución es que serán capaces de generar 1,5 millones de visitas anuales, el mismo volumen de visitas que genera el vecino Palacio Real, también gestionado por Patrimonio Nacional.
Para reflotar el proyecto, llegó hace siete meses a Patrimonio Nacional Karina Marotta (Madrid, 1967), historiadora del arte y antigua Coordinadora General de Conservación y Jefa del Área de Exposiciones del Museo del Prado. Ahora desempeña el cargo de Consejera Técnica de la Presidencia en el Consejo de Administración de Patrimonio Nacional. Es la mano derecha de Ana de la Cueva y entre sus objetivos está darle un sentido propio del siglo XXI al museo que los arquitectos Tuñón y Mansilla (1959-2012) entregaron en diciembre de 2015. Su llegada ha supuesto una revolución en el seno de la institución monárquica, que le debe la idea de buscar un nuevo nombre para encajar un homenaje a la monarquía en el peor momento de la Corona.