Lyonel Feininger (1871, N.Y. - 1965, N.Y.) es conocido en nuestro país por su pertenencia al cuadro de profesores de la Bauhaus, por el grabado de una iglesia cercana a Weimar que es uno de los iconos de esa misma Bauhaus y por una serie de cuadros figurativos pero muy geometrizados que son un verdadero prodigio. Pero nunca ha habido en España una exposición dedicada a su trabajo y tampoco hay ninguna monografía en castellano. Sin embargo, su valoración tanto en Alemania como en Estados Unidos es muy elevada. Y ello por buenas razones que se exponen en la Fundación Juan March de Madrid hasta el 28 de mayo.
Feininger nació en Nueva York de un matrimonio de músicos de origen alemán, emigrados a Estados Unidos en busca de mejores horizontes en un país donde la cultura, amplio sensu, estaba en pleno desarrollo. En 1887 los Feininger realizaron una gira por Alemania, y Lyonel, su segundo hijo, se quedó a estudiar en la Escuela de Artes y Oficios de Hamburgo, aunque al año siguiente ya estaba en Berlín.
Siguiendo la tradición familiar, Feininger compuso algunas piezas y admiraba profundamente a Bach, pero la música no era lo suyo. Le tiraba más lo visual. Viajó y vivió en París a principios del siglo XX donde conoció a los Delaunay o a Matisse, entre otras figuras relevantes de la modernidad precubista.
Ya de regreso a Berlín, comenzó a publicar dibujos satíricos y páginas enteras de lo que hoy llamaríamos cómic, que entonces estaba en sus albores. Mientras, iba pintando, fotografiando e introduciéndose en el grabado, sobre todo xilografías, en lo que llegaría a ser un verdadero maestro. Algo que fue oficial cuando Walter Gropius le llamó para ser el primer maestro nombrado en la Bauhaus, encargado en principio de grabado.
Allí estaría entre 1927 y 1933, desarrollando una muy apreciada actividad lectiva al tiempo que iba realizando sus pinturas más conocidas e interesantes. Con la llegada del nazismo y su inclusión en la categoría de arte degenerado, Feininger, casado con una judía alemana, decidió que mejor era exiliarse-regresar a casa y volvió a Estados Unidos donde siguió trabajando hasta su muerte.
Un maestro efectivo
Lo realmente estupendo de la exposición de la March es que no solo recoge el Feininger pintor, sino lo relatado antes de dibujos, grabados, diseño gráfico, fotografías e incluso juguetes. Esto es lo que la hace de verdad interesante y permite entender que un artista figurativo, como su compañero en maestría Oskar Schlemmer, podía integrarse y desarrollar formas de trabajo que entendían el racionalismo subyacente en la Bauhaus de manera no monolítica.
Como nota, en la Bauhaus había desde casi místicos como Kandinsky a zoroastristas vegetarianos como Itten, a elementos a veces casi punks como Breuer, estetas liberales como Mies van der Rohe o marxistas como Walter Gropius. Todos ellos con su séquito de alumnos/fans. En este contexto Feininger parecía casi normal, un maestro de lo más efectivo.
La exposición se abre con El hombre blanco (1906) uno de sus cuadros tempranos más conocidos aquí, sobre todo porque proviene de la Thyssen Bornemisza. Pero aunque ese es el que se ve según se entra, hay otro, Cristales rotos (1927) que es un producto Bauhaus casi paradigmático. Esto es un poco para dejar claro que esta es una exposición seria en la cual hay pinturas, obra mayor que se dice. Porque de inmediato hay una sala dedicada a las ilustraciones y caricaturas que Feininger realizó a principios del siglo XX tanto para el Chicago Tribune como para revistas alemanas.
Las caricaturas para diversas revistas son muy buenas y están muy elaboradas, pero lo que sorprenden son las paginas para el diario norteamericano porque se sitúan en la década de finales del XIX y principios del XX, cuando nacieron Yellow Kid y el todo color en prensa periódica. Feininger no utiliza los globos de texto que separaron los ilustraciones de la antigua escuela de los nuevos cómics del siglo XX, pero su competencia en dibujo, colores, las posibilidades de lo impreso e incluso su puesta en página superaban con soltura lo que hacían la mayor parte de sus colegas.
El Wee Willie Winkie’s World pasaría a la historia, pero en tono algo menor, seguramente porque sus historias de objetos antropomorfos resultaban a veces un poco siniestras y no tuvo mucha continuidad. Pero son todo un descubrimiento y, como comentaba el responsable de la exposición y director de exposiciones de la Juan March, Manuel Fontán del Junco, ya de por sí le harían un artista muy destacable en un terreno puramente gráfico.
Un estilo propio
A continuación viene el periodo que le conduciría a la Bauhaus, con pinturas e ilustraciones de corte expresionista pero muy matizadas por otras influencias. Y también un montón de dibujos, grabados y alguna acuarela donde la búsqueda es muy evidente, pero tan bien realizada que sigue funcionando.
Ya en 1919 con Payaso Rojo, por ejemplo, Feininger avanzaba hacia su estilo más definitivo. En él tomaba prestados elementos geométricos, quizá no tanto del cubismo sino de movimientos paralelos como en el Rayonismo Rojo (1913) de Mijaíl Larionov o las Torres Eiffel de Robert Delaunay, también por esas fechas. Cabe pensar que conociera también a futuristas italianos como Giacomo Balla, Umberto Boccioni o Gino Severini.
En casi todos los casos la figura siempre está ahí, pero definitivamente más allá de las formas imitativas clásicas, empleando resueltamente la geometría y en el caso de Feininger sumada a esa relación con el expresionismo, tal vez más el cinematográfico que puramente pictórico. Algo que se aprecia también en su obra gráfica de estos años.
En esta sección están los cuadros más espectaculares de Feininger, aunque eso siempre vaya por gustos. Durante los años 20 y siguiendo su pasión por el mar, el Báltico de Rügen y Usedom, pintó una serie de cuadros de yates que son casi mágicos en su unión de técnica, concepto e inspiración. Aparte de unos extensos y delicados velados como no suelen verse en la modernidad, la elección de figuras ya de por sí tan geométricas como los barcos de vela le permite presentarlas prácticamente como abstracciones. Ese equilibrio de mucha parte de su obra llega aquí a algo parecido a la perfección. Hay otros buenos ejemplos de este estilo, como la iglesia de Gelmeroda de 1919 o las pinturas de la ciudad de Halle, aquí presentes y muy semejantes a otra serie de Erfurt, una ciudad muy cercana a Weimar.
La exposición contiene unas 400 piezas, de modo que tampoco es cosa de repasarlas todas. Pero sí que está bien destacar el detalle de que se hayan traído juguetes como trenes o pequeñas figuras para niños con un titulo ya tan evocador (cuando siempre habían sido descriptivos) como La ciudad en los confines del mundo. Hay también dibujos y grabados de paisajes, pueblos y ciudades, incluida la famosa Catedral del Socialismo (o de la Luz o Catedral a secas) que ilustraba el manifiesto y programa de la Bauhaus.
Tras su regreso a Estados Unidos, Feininger sigue trabajando y variando. Sus pinturas de esa época, aparte de esos títulos evocadores y casi melancólicos, se combina con elementos formales que parecen venir de Klee, manteniendo casi siempre la fidelidad a la linea recta.
Una exposición tan interesante como entretenida, muy en la tradición de la Juan March, una fundación donde se han visto grandes cosas de grandes nombres, del tipo de una irrepetible exposición de Rothko a finales de los años 80. Pero su especialidad es esta, presentar artistas de prestigio e influencia reconocidos pero, como es el caso, ignorados en nuestro país. Cuando menos, un buen catálogo implica que ya hay una referencia en castellano sobre un artista que la merecía hace décadas. Pero la exposición es más.