El arte de Núria Güell (Gerona, 1981) no está concebido para exhibirse en una sala de museo. Al menos, no de la forma convencional. La obra de Güell incluye historias tan impresionantes como un intento -fallido- de dejar de ser española, el acuerdo con un museo de Medellín para contratar a varias menores víctimas de trata de personas, o un concurso de cartas de amor en Cuba para casarse con el ganador y ayudarle a entrar legalmente a nuestro país.
Apátrida por voluntad propia, La feria de las flores y Ayuda humanitaria son tres de los muchos ejemplos con los que Núria Güell desafía las convenciones consensuadas. Y se preguntarán: ¿qué se ve en sus exposiciones? Peticiones oficiales de renuncia a la nacionalidad, pasaportes, registros de una boda civil, fotografías o conversaciones de Whatsapp interceptadas a los proxenetas de las adolescentes colombianas.
En definitiva, fragmentos desarraigados de un discurso artístico mucho más amplio, pero que paradójicamente son lo único que los galeristas le permiten colgar en una pared.
Consciente de esa limitación, Núria ha reconvertido su obra en una instalación de videoarte en Patria y Patriarcado, la muestra que se expondrá en la Musac de León hasta el 14 de octubre. “Voy a presentar solo los vídeos que documentan las acciones. Son cinco y una proyección en gran formato con la obra nueva, De putas. Un ensayo sobre la masculinidad”, nos cuenta la artista por teléfono.
En esta última, Güell se reunió con trabajadoras sexuales de León y Catalunya para que diseccionasen la mente del putero delante de una cámara. “El conocimiento que tienen las prostitutas subvierte totalmente la idea de un estado heterosexual”, dice su creadora. De las nueve mujeres del documental, seis trabajan en un piso y tres en la carretera de su pueblo, todas ellas son autónomas y entienden la prostitución como una identidad política.
La artista decidió abordar el tema de la masculinidad el año pasado como catarsis de una situación social, judicial, económica y personal sin precedentes. “Le di vueltas y, hablando con amigos, llegué a la conclusión de que las prostitutas son quienes mejor podían hablar de las demandas de la masculinidad, porque se pasan el día rodeadas de hombres”, revela.
De esa forma, Güell las contactó a través de una página de prostitución y concertó entrevistas con las seis que trabajan en su apartamento. Algunas han estado con casi nueve mil hombres y cuentan con una muestra estadística mucho mayor de la que Núria hubiese obtenido jamás. “Sus testimonios ponen en crisis la idea de una masculinidad hegemónica, y eso no interesa ni a la Iglesia ni a los poderes políticos”, asegura, pues detrás de la puerta de esas mujeres, los roles se subvierten y la cama se convierte en el diván de una consulta psicológica.
“La masculinidad está en riesgo”
De putas. Un ensayo de la masculinidad está dividido en doce fragmentos que pronto darán lugar también a un libro. Conceptos como ego, putero, violencia, poder o puta ofrecen formas muy variadas de acercarse a la realidad de estas mujeres, pero sobre todo a la de los clientes que pagan por sus servicios.
“Ellas me decían que, cuanto más poder tiene el hombre (económico y social), más busca que la prostituta le humille y más vulnerable se muestra en la intimidad. En cambio, un currante explotado quiere dominar en el espacio sexual y ejercer sobre ellas el poder que no tiene en el entorno público”, explica Núria.
Los primeros son directivos de bancos, deportistas e incluso políticos que les piden “ser sodomizados con paraguas, pepinos, berenjenas o que les vistan con tacones y con ropa de mujer”. Los segundos, en cambio, “suelen ser los más violentos”.
Cuando hablan a cámara, las prostitutas -que en ningún momento muestran su cara ni se identifican con un nombre- se muestran poderosas y conocedoras de un secreto inimaginable para la mayoría de la sociedad. “Algunos duran diez minutos en el acto y el resto del tiempo quieren que les digas palabras bonitas, que les escuches y que les beses con ternura”, dice una de ellas. Pero, a la vez, “buscan un reconocimiento continuo en el sexo, sentirse como actores porno y que les digas que nunca te lo han hecho tan rico como ellos”.
“Están tranquilos porque saben que una puta no es como una amante y que nunca vas a ir a una televisión a contar sus chismes”, explica otra. “Se desinhiben y sacan una parte que solo saben ellos”, cuenta una tercera sobre las muchas peticiones de sadomaso que recibe. Núria Güell dice que descubrió que la mayoría de los clientes de sus entrevistadas son hombres casados, “por eso van a un piso y no a un burdel, donde corren el riesgo de ser descubiertos”.
Desconcertada por la cantidad de testimonios sobre la vulnerabilidad masculina que recibió de las prostitutas de piso, Núria probó con las de carretera por si le contaban algo distinto. “Pero no”, confiesa. Todas ellas insistían en separar su experiencia de la de los clubes nocturnos, mucho más violentos y alienados que otros escenarios.
“Para empezar, por la presencia del proxeneta, y porque muchas veces los hombres acuden a los prostíbulos en grupo y allí se da una competición de virilidad que puede llegar a ser violenta”, explica Güell.
Sin embargo, eso no exime al piso y a la carretera de las agresiones sexuales, golpes e incluso intentos de asesinato que muchas han padecido en propias carnes. “A mí me han roto los dientes”, confiesa una de las mujeres de la calzada. “También intentaron pasarme por encima con el coche más de una vez”. En su casa, una advierte que ella siempre tiene un spray antivioladores en un cajón, mientras que otra ha tenido que usar un palo de descargas eléctricas hasta tres veces.
Esto es porque, como explica la más elocuente de todas, “el trasfondo del hombre que viene y se comporta bien contigo, te paga el dinero y parece que te trata con respeto, nunca es bueno. Porque socialmente, interiormente, él piensa que eres una puta, que no vales nada. La sensación más humillante que puede tener una mujer es dedicarse a la prostitución y ver que los demás la juzgan y la cuestionan. Hasta el hombre más agradable y más amable te va a mirar por encima del hombro”.
La abolición, fuera del foco
La intención de De putas era poner el foco en las masculinidades, no abrir el melón de la abolición o la regulación de este oficio. Eso no significa que Núria Güell sea menos sensible a este debate, “sino que no quise centrarme ahí en esta ocasión”. A título personal, la artista se posiciona a favor de la regulación en el caso de mujeres como las que ha entrevistado en su proyecto.
“Las prostitutas me decían que preferían esto a estar explotadas ocho horas en un bar, aguantando a un jefe machista y ganando en todo el mes lo que cobran en un día en la prostitución. Si ellas reclaman sus derechos laborales, creo que se tendrían que apoyar”, argumenta Núria.
Aunque marca una línea respecto a su anterior proyecto, La feria de las flores, con las víctimas de explotación infantil, también reconoce que “tendría que erradicarse la relación de la prostitución con el sistema capitalista”. Y, por supuesto, “las mujeres que quieran salir deben tener una opción segura de hacerlo”.
Al final, el sistema heteropatriarcal diseña unas etiquetas para cada uno de nosotros y deshacerse de ellas no es tarea fácil, aún menos para las prostitutas. Pero tampoco para los hombres, quienes Núria Güell espera que se sientan interpelados e identifiquen esa relación entre poder y masculinidad que a veces resulta tan dañina.