Bob Dylan disecciona con lucidez la canción moderna, pero se olvida de las mujeres
Las canciones tienen vida propia, universal e infinita. Esconden historias, generan otras, conmueven, recuerdan y se sienten. También retratan las épocas en las que se crearon, hablan de quienes las compusieron y de quienes las escuchan. Funcionan como legados, tanto individuales como colectivos. Por ello, analizarlas más allá de sus letras y acordes permite tener una visión aún más profunda sobre todos sus porqués. Concede la oportunidad de vincularse con ellas de otra forma, no necesariamente mejor ni peor porque la experiencia de la escucha es muy personal; pero sí que la amplía. Y esto es precisamente lo que Bob Dylan ha realizado en Filosofía de la canción moderna (Anagrama). Un libro que reúne 66 ensayos centrados en composiciones de artistas como Elvis Costello, Bobby Bare, The Who y Johnny Cash.
El músico, que llevaba sin publicar un libro desde 2004, comenzó a trabajar en este ejemplar en 2010. Entre medias, en 2016, fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura. “Lo aprendí todo de Don Quijote, Ivanhoe, Robinson Crusoe, Gulliver; la lectura típica de la escuela que te da una manera de ver la vida, una comprensión de la naturaleza humana y un estándar para medir las cosas”, pronunció al recogerlo. Alcanzado 2022, su nuevo texto llega por fin a las librerías, aunque acompañado de polémica.
La editorial del volumen, Simon & Schuster, puso a la venta una edición limitada de la obra firmada por el autor, cuyo precio ascendía a 600 euros. Una vez comenzaron a repartirse los 900 ejemplares de la esta serie única, los lectores se dieron cuenta de que el prometido autógrafo del cantautor no había sido realizado a mano. Al hacer públicas sus dudas, comprobaron en foros que las firmas eran demasiado parecidas y uniformes como para ser reales. De ahí a que no tardaran en denunciar lo sucedido. Las quejas llegaron a la compañía, que terminó dándoles la razón. “Queremos pedir disculpas. Resulta que los libros de la edición limitada contienen la firma original de Bob, pero en forma de réplica”, compartieron en sus redes sociales, anunciando que iban a devolver el dinero “de inmediato”.
Un homenaje a las canciones
Más allá de la polémica, el texto de Dylan es un homenaje algo anárquico a las canciones seleccionadas. Sus análisis son agudos y lúcidos, y se avanza sobre ellos con ritmo, pero apenas se explica el porqué de haber escogido estos temas y sus respectivos artistas. Tampoco se describen las fotografías que los acompañan y se echa en falta que incluya a más mujeres. De los 66 temas escogidos por Dylan, solo cuatro fueron interpretados por voces femeninas: Come rain or come shine de Judy Garland, Don't let me be missunderstood de Nina Simone; Gypsies, tramps & thieves de Cher y Come on-a my house de Rosemary Clooney.
“Cher tuvo una infancia difícil. Su padre las abandonó cuando solo tenía nueve meses. Su madre se casó otras cinco veces. Esta canción es una metáfora algo velada sobre la relación de sus padres”, relata sobre Gypsies, tramps & thieves. De Come on - a my house expresa que es “una canción ominosa disfrazada de éxito pop despreocupado”. “Un tema tipo Caperucita Roja, cantado por un espiritista, un hechicero”, dice.
“Come rain or come shine es una declaración de fe, un juramento solemne. Cuando amas a alguien tu afecto es verdadero, tu devoción es incondicional”, afirma Dylan sobre la canción de Garland, que fue publicada en 1946 para el musical St. Louis Woman. El músico explica que no alcanzó las listas de éxitos, pero que sin embargo ha generado numerosas versiones. “Quizá uno de los motivos sea la honestidad de su letra”, valora al respecto. Martin Scorsese la usó dos veces en su película El rey de la comedia (1982) y tuvo gran influencia en Phil Spector. El productor musical tomó su tercer verso “High as a mountain and deep as a river”, y lo convirtió en una de los temas más laureados de Tina Turner, River deep - mountain high.
Este es uno de los grandes hallazgos del libro de Dylan: la manera en la que conecta las composiciones y conquista con lo anecdótico, aprovechando para reflexionar sobre el acto de componer en sí. “El trabajo de escribir canciones, como todos los demás tipos de escritura, se basa en buena medida en la edición: reducir los pensamientos a su esencia”, comenta y añade que “los escritores noveles suelen esconderse en filigranas”. “A menudo, el arte reside en lo que no se dice. Como dice el dicho, un iceberg se desplaza con elegancia porque casi todo él está bajo el agua”, zanja.
Dinero, intrahistoria y popularidad
Elvis Costello es otro de los protagonistas del libro. Para Dylan, su tema Pump it up, lanzado en 1978, es “la canción que cantas cuando estás a punto de estallar”. El escritor alaba del cantante su “alma musical gigantesca” por cómo “se pasea por los géneros como si ni si quiera existieran. Pump it up es lo que le dio permiso para hacer todo eso”. También analiza el Money honey (1956) de Elvis Presley, que aprovecha para argumentar que, “en última instancia, el dinero no importa”. “Ni las cosas que puede comprar. Por más sillas que tengas, solo tienes un culo”, apunta.
El autor considera que los fans de Costello se dividen entre los empedernidos y seguidores obsesivos de todos sus discos; y los que “no saben nada más allá de que canta una canción que acompañó una ruptura particularmente devastadora”. “Raras son las canciones joviales de boda e infinitas las de ruptura”, concluye sobre las temáticas imperantes en las composiciones, y cómo estas se convierten en compañeras de vida y recuerdos.
Otro de los aspectos sobre los que el músico arroja luz es la forma en la que la biografía de los artistas se entremezclan con sus obras, y viceversa. Eso sí, aclara que “conocer la vida de un cantante no ayuda particularmente a entender una canción”. “Se supone”, añade, “que I'm a fool to want you se refiere a los sentimientos de Frank Sinatra por Ava Gardner, pero eso no son más que bagatelas. Lo importante es lo que la canción te hace sentir sobre tu propia vida”.
Dylan reflexiona igualmente sobre la capacidad de las canciones de convertirse en himnos, de calar en el público y tornarse en imprescindibles. Aunque no haya una fórmula clara para lograrlo. “Pocas canciones se popularizan, pero parece que no podemos vivir sin las que lo hacen”, opinan en su comentario sobre Without a song de Perry Como.
My generation de The Who, por su parte, le vale para sostener que “cada generación acaba seleccionando y escogiendo lo que lo que quiere de las anteriores, con la misma arrogancia y presunción ególatra que las generaciones previas mostraron al apropiarse de lo más selecto de los que estuvieron antes”. La más reciente es la 'Z', a la que pertenecen quienes hayan cumplido veintidós años en 2019. “La gente bromea sobre los millenials, pero ese grupo ya es historia, tan obsoleto como lo fueron los anteriores: baby boomers, la generación X, la frágil, los intermedios, los neutrales, los fiables, los impasibles, los que empiezan de cero”, enumera.
Una a una -y hasta llegar a las 66 canciones que completan el volumen-, Dylan va entrelazando sus descripciones y reflexiones en un análisis nutrido, profundo y enriquecedor. Y lo hace para hablar sobre música, pero sobre todo de la vida, de las historias a las que tantos artistas han dado voz y cuyo legado está bien reivindicar -y escuchar- siempre.
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