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Ruido y silencio

El botón de la paranoia

29 de enero de 2021 21:49 h

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En 1963, Phil Spector era un veinteañero precoz que roneaba a la moda de los años 60 con patillas, pantalones de campana y camisa morada de solapón. Lo cuenta Quincy Jones en sus memorias recién publicadas en castellano por Libros del Kultrum; uno de esos libros sabrosos donde música y mujeres se mezclan con nombres propios de la talla de Frank Sinatra, Michael Jackson, Tina Turner, Diana Ross o Tupac Sharku, cuya muerte le afectó a Quincy Jones en grado sumo. 

También cuenta la noche en la que coincidió con Phil Spector a la entrada del Carnegie Hall, donde actuaba Charles Aznavour. Se saludaron y Phil Spector le dijo a Quincy que acababa de grabar un “bombazo” con las Crystal, un conjunto femenino de su escudería que meses antes había alcanzado el millón de copias con el sencillo “There's No Other (Like My Baby)”. 

Spector iba a doblar el éxito con el nuevo sencillo, titulado “It´s My Party”, un tema que contaba la historia de una chica que en su fiesta de cumpleaños sufre la humillación de ver cómo su novio se va con otra. Las voces raciales de las Crystal, junto con la producción wagneriana de Spector, harían el resto. Así se lo hizo saber Spector a un Quincy Jones que calló como un zorro, y se dio la vuelta, y volvió disparado a meterse en los estudios de sonido de Bell Sounds, para cortar a toda prisa cien acetatos con ayuda del ingeniero de sonido Phil Macy. 

Eran los discos promocionales de la canción “It´s My Party” que Quincy Jones acababa de producir a Lesley Gore, una rubia de voz suave que quedaba muy lejos del empaste racial de las Crystal. Con esto podemos hacernos una idea del calibre, y también del temor que se tenía a cualquier disco que viniese producido por Spector. Su firma era éxito asegurado. 

De esta manera, Quincy Jones le madrugó a Spector, y el disco de Lesley Gore llegó a número uno. Cuando Phil Spector se enteró, apretó los dientes de rabia. Lo hizo a destiempo, pues tenía que haberlos apretado antes y haberse mordido la lengua cuando se encontró con el zorro de Quincy Jones a la entrada del Carnegie Hall. Ni con esas aprendería. Porque Phil Spector siempre fue un bocazas presumido.

Su sello personal era inconfundible. Se le llamó “Muro de Sonido” y consistía en ir superponiendo capas de música orquestal hasta conseguir una atmósfera densa, cuyo espesor superase las interferencias radiofónicas. Su trabajo con los Beatles, con Ike&Tina Turner o con los Ramones dan buena cuenta de ello. Pero si hay un disco destacable en la carrera de Spector, ese, sin duda, fue el de Leonard Cohen titulado  Death of Ladies' Man. Un trabajo publicado en 1977 y que supuso una decepción para la gente que esperaba al Cohen de siempre, el de la voz gastada a solas con la guitarra acústica. El minimalismo de Leonard Cohen desapareció tras el Muro de Sonido de Spector, un parapeto musical en el que se pueden escuchar las voces de Bob Dylan y del poeta Allen Ginsberg.

A Leonard Cohen, una vez grabada su voz, Spector le prohibió entrar a las mezclas, amenazándole con una pistola. Tal vez la misma pistola que una aciaga noche de febrero del año 2003 puso en la boca de la actriz Lana Clarkson para que besase su cañón. Phil Spector era de gatillo fácil. Una vez cometido el crimen llamó a su chófer y le confesó: “I think I killed somebody” o lo que es lo mismo: “Creo que he matado a alguien”. Phil Spector siempre fue un bocazas.