Año 1973, algo se mueve en el cine español. Franco no ha muerto todavía en su cama, pero una generación de directores se revuelve. Lo hace de distintas formas, pero siempre desde lo personal. Un cine político lleno de curiosidad por las vanguardias, por otras formas de dirigir y de contar. Ahí estaba Carlos Saura, clavando su bisturí en la burguesía franquista, o las obras de Basilio Martín Patino. Aquel año se unió al grupo un director que hasta entonces solo había realizado un mediometraje, que era su proyecto fin de carrera, y de uno de los tres episodios que conformaban Los desafíos, que ganó la Concha de Plata en San Sebastián.
El nombre de Víctor Erice ya sonaba en los círculos cinematográficos madrileños. De hecho, los tres realizadores de Los desafíos –Erice, Claudio Guerin y José Luis Egea– habían sido elegidos personalmente por Elías Querejeta como los más prometedores de la Escuela de Cine. Ahí entra en juego una unión que definiría la historia del cine español posterior, la del productor por antonomasia, Querejeta, y el cineasta que daba sus primeros pasos y ya demostraba una personalidad que no existía en las películas de la época.
Algo tenía Elías Querejeta que olía el talento. Lo supo en cuanto vio a Carlos Saura y lo supo cuando conoció a Erice. Él fue quien creyó en aquel guion escrito junto a Ángel Fernández Santos que hablaba de la memoria histórica desde la poesía llamado El espíritu de la colmena. Desde los ojos de una niña que descubre el cine y el horror a la vez. Los ojos profundos de una Ana Torrent que traspasaron al espectador. Dicen que nadie confiaba en aquella obra. Que nadie sabía qué es lo que hacía Erice en el rodaje. El resultado fue una de las más hipnóticas películas de nuestra historia que logró la Concha de Oro en el Festival de Cine de San Sebastián.
Han pasado 50 años desde el rodaje de El espíritu de la colmena, y en septiembre hará medio siglo desde su exitosa puesta de largo. Su aniversario coincide con el regreso de Erice, de 82 años, a la dirección tras 30 sin dirigir un largo –Cerrar los ojos se presentará en Cannes– y el mismo curso en el que se ha convertido en el único título presente en la prestigiosa lista de las 100 mejores películas de la historia elaborada por el Instituto Británico de Cine en su revista Sight & Sound.
Una película que directores como Guillermo del Toro han calificado como fundamental en su obra. “El espíritu de la colmena es una película que transformó mi vida. Haga lo que haga en la vida dos sombras se proyectan sobre la mía: una es el Frankenstein de James Whale y la otra es El espíritu de la colmena de Víctor Erice, y ambas son lo mismo”, dijo el mexicano cuando la eligió como una de sus películas favoritas en el canal de Criterion. Otros cineastas como Paul Schrader también la han señalado siempre como obra capital de la historia del cine.
El particular estilo de Erice
La leyenda urbana sobre la poca confianza en el proyecto la confirma el director Jaime Chávarri. Él trabajó como director de arte y encargado de vestuario en la película. Ya había coincidido con Erice en Los desafíos, y le volvieron a llamar para un proyecto “con muy bajo presupuesto y un equipo mínimo”. Chávarri, que poco después dirigiría otra de las obras maestras del cine español, El desencanto, confiesa que Erice “no daba una explicación”. “Nadie entendía lo que estaba haciendo. La gente no sabía por qué no maquillaba a Teresa Gimpera, que estaba indignada y luego está más guapa que en ninguna película. Todo el mundo estaba refunfuñando todo el día. Yo estaba un poco refunfuñando también, porque la verdad es que yo no tenía experiencia para hacerme cargo de la dirección artística y del vestuario, pero bueno, lo hacía”, recuerda desde su casa en Madrid, rodeado de películas y libros.
Un día llego al rodaje y me encuentro al maqui muerto, tumbado enfrente de la pantalla de cine. Ahí me di cuenta de la película que estaba haciendo Víctor. Me dio un respeto tremendo
Las anécdotas llegaron desde antes del rodaje, cuando preparaban el estilo visual del filme. Chávarri y el director de fotografía, Luis Cuadrado, se reunieron con Víctor Erice, que sacó un libro de Vermeer y le dijo a Cuadrado: “Quiero una fotografía así”. El director de fotografía echó una ojeada al libro y le dijo a Jaime Chávarri: “Pon cristales amarillos”. Cuadrado buscó una solución acorde a su bajo presupuesto y firmó una fotografía excelente que se sigue alabando y que sigue sorprendiendo cuando se ve el filme décadas después. Chávarri eligió el pueblo de Segovia en el que iban a rodar. Su madre tenía una casa a 50 kilómetros de allí y conocía la zona. Cogió sus propias cosas para la película: “Traje ropa de mi madre para Teresa Gimpera. Casi toda la ropa es auténtica ropa de mi madre, una señora que pasaba la mitad de su vida en el campo y era un equivalente para el personaje”.
Su relación con Erice fue buena, aunque en el resto del equipo hubiera un “pequeño resentimiento” porque no hablara con ellos. “Como yo había buscado la casa y el pueblo le había gustado, desde el primer momento hubo un buen entendimiento y para mí no fue nada difícil trabajar con él. Hubo mucho trabajo, porque yo había dibujado los vestidos de las niñas, los había llevado a [la casa de costura] Peris y Teresa, de Peris, me ayudó muchísimo porque me dijo incluso qué tela había que usar. Yo había sacado unos figurines de unas revistas antiguas, pero no tenía ni idea de qué tela era”.
Ya en el rodaje, su mente revive dos momentos. Una con el mítico monstruo de Frankenstein, que tiene una importancia fundamental en el filme. “Estábamos trabajando con el monstruo, y cuando estuvo maquillado tenía que llevarle al bar donde estaba todo el equipo cenando para que le viera Víctor. Así que cogí al actor, que se llamaba José, y empezamos a ir hacia el bar. De repente me di cuenta de que iba andando por un pueblo de Castilla, a las diez de la noche, con una bombilla encendida cada cuatro calles y viendo ventanas y puertas que se cerraban a nuestro paso, porque estaban viendo a un loco que iba con un monstruo de Frankenstein por las calles de su pueblo. Cuando llegamos al bar se repitió lo mismo que pasa en la película, Ana se quedó aterrada al verle y la otra niña no se reía nada, miraba como diciendo, ‘¿me estás tomando el pelo?’”, dice riéndose mientras recuerda la historia.
Aunque a los técnicos no les diera órdenes, Jaime Chávarri subraya cómo el director se volcó con Ana Torrent e Isabel Tellería, las niñas del filme. “Víctor solo hablaba con ellas. La única relación era con las niñas, eran un mundo aparte y ellas tenían confianza ciega en él y le adoraban”. A pesar de aquel guion extraño, de los pocos medios y del sentimiento de los técnicos, Jaime Chávarri tiene claro el momento en el que se dio cuenta de qué Víctor Erice estaba haciendo una obra maestra: “Un día llegué al rodaje y me encuentro al maqui muerto, tumbado enfrente de la pantalla de cine. Ahí me di cuenta de la película que estaba haciendo Víctor y me dio un respeto tremendo. Fue una lección inolvidable. Luego él se retrasó bastante en el montaje, pero se estrenó y fue un exitazo en todo el mundo, el premio en San Sebastián… Fue un privilegio trabajar en esa película”, añade.
Los ojos del cine español
“Se me pasan muchas cosas por la cabeza…”. Eso es lo primero que dice Ana Torrent cuando se menciona El espíritu de la colmena. Era su primera vez en el cine, tenía apenas siete años y sus ojos pararon todo. Aquella niña, que se llamaba como ella para facilitar el rodaje, descubría el cine, la vida y la muerte. Descubría la historia de su país, y nosotros con ella. “Era muy pequeña, y yo no había decidido ser actriz en un principio. Me metí accidentalmente. De hecho, siempre he estado bastante convencida, y lo tengo bastante claro, de que si no hubiera sido porque Víctor Erice fue a ese colegio, me vio y me eligió, no me hubiera dedicado a la interpretación”, cuenta Ana Torrent por teléfono desde Nueva York.
Siempre he estado bastante convencida de que si no hubiera sido porque Víctor Erice fue a ese colegio, me vio y me eligió, no me hubiera dedicado a la interpretación
A ella nunca le ha gustado “la exposición”, y es una parte del trabajo que no tiene nada que ver con ella. “Mi forma de ser, ya como niña, era completamente opuesta. No era la típica niña que sabe que quiere ser actriz, que quiere estar en las obras de teatro del colegio, que juega a eso. Yo era tremendamente tímida. Muy, muy tímida. Muy reservada, y creo que jamás se me hubiera pasado por la cabeza. Tampoco en mi familia había nadie que tuviera absolutamente nada que ver con ese mundo. Entonces, cuando me hablan de El espíritu de la colmena… pues fue todo como una película. Una cosa con mucha magia, con mucho misterio y mucho encanto. Un mundo muy fascinante en el que me metieron de pronto, como quien entra en El mago de Oz. Un mundo imaginario. Mis recuerdos son como entrar en un mundo mágico”.
La sensibilidad especial de Víctor Erice la notó desde el rodaje. Su mirada “particular del mundo y de las situaciones” se palpaba en cada escena. “Puede llegar al rodaje y decidir algo según la luz del momento. Está creando según lo que está recibiendo, por lo que está notando y sintiendo. Es de una gran sensibilidad y de una gran precisión, porque luego tiene muy claro todos los detalles, cada composición, cada escena. Los objetos tienen todos una importancia o un significado, es muy detallista en ese sentido. Todo eso le da mucha riqueza al trabajo con él”, añade.
A ese recuerdo casi borroso, de mundo mágico, se ha unido uno más empírico. Ana Torrent es una de las protagonistas de Cerrar los ojos, el regreso de Erice a la dirección. 50 años después vuelven a estar juntos, y cuando pasó el primer día del rodaje fue “como estar en una nube”. “Fue una sensación tan rara, tan bonita… Yo le miraba, y él me hablaba y me dirigía, y yo estaba como viviendo un sueño. Es como si de pronto algo cobrara sentido. No lo sé. Como si se cerrara algo. Ha tenido mucho impacto en mí. Para mi ha sido muy importante. Ha sido una muestra de cariño, de amor, de muchas cosas”, dice emocionada y añade algo que muestra lo importante que es el director para ella: “Yo solo quiero que él esté feliz. Y esa era mi misión en esta película, que él haga la película deseada”.
En aquel rodaje se forjó una amistad que se ha alargado durante décadas y hasta la actualidad. Dos personalidades que son ajenas a los flashes y el glamour de la profesión. Una parte que Ana Torrent respeta pero para la que cree que no sirve. “Es verdad que por nuestra forma de ser, yo desde luego, y tampoco quiero hablar en boca de Víctor, pero sospecho que también por cómo es él, no nos hemos sentido a lo mejor tan cómodos en ese ambiente. Socialmente no se me da tan bien, y él tiene eso también. Nosotros nos hemos ido viendo a lo largo de los años, hemos tenido una amistad muy bonita. Hemos comido y charlado de cine y de la vida, porque esa era la parte que nos unía. No lo otro”
Me parece una injusticia que un director como él no haya tenido un productor para volver a rodar. Uno no puede creer que haya pasado tanto tiempo sin hacer una película
Los ojos de Ana Torrent también se quedaron clavados en Juan Margallo, que daba vida a aquel maqui que Ana encontraba en una casa abandonada en el campo. “Me acuerdo de la carita de Ana Torrent. No he visto otra cara más encantadora. Es muy buena actriz, pero es que de pequeña tenía una cosa muy especial. Recuerdo esa cara que me miraba mientras yo le hacía un juego de manos en aquella casa. Es de lo que más me acuerdo”, cuenta Margallo.
Con el actor también se ha producido una cuadratura del círculo. Durante estas cinco décadas se ha ido encontrando con El espíritu de la colmena de forma casi casual. En 1984, mientras representaba una obra de teatro en Venezuela, escuchó en la radio que el filme de Erice era elegido como uno de los mejores de la historia y le dio mucho orgullo. Después se encontró con el director en el metro. Se saludaron y charlaron un rato.
50 años después, Víctor Erice también le llamaba para participar en su nueva película. Una llamada que le produjo “mucha impresión”. “No había vuelto a hablar con él, más allá de aquel encuentro en el metro, hasta este rodaje. Cuando me llamaron fue una alegría enorme, aunque fuera para una sesión. Volver a trabajar juntos otra vez… y además con los antecedentes de que solo había hecho cuatro películas. Estoy deseando poder verla. Por mí, pero sobre todo porque me parece una injusticia que un director como él no haya tenido un productor para volver a rodar. Un productor que le dijera, 'pide lo que quieras'. Uno no puede creer que haya pasado tanto tiempo sin rodar una película”.
La pesada sombra de la colmena
La sombra de una obra maestra también puede ser pesada. Es lo que le ocurrió a Isabel Tellería, la otra niña del filme de Víctor Erice. La compañera de travesuras de Ana Torrent, la que azuzaba la imaginación de la pequeña con sus teorías e historias y otro acierto de casting del director. A Tellería le ha costado reconciliarse con El espíritu de la colmena, pero finalmente lo ha hecho y abraza su legado con los brazos abiertos. A día de hoy lo recuerda “como unas vacaciones superdivertidas”. Si se le hubiera preguntado lo mismo hace 20 años su respuesta hubiera sido muy diferente. Era el primer contacto que tenía con el cine, y no era consciente de lo que ocurría en aquel rodaje.
Trabajar en aquel filme también fue “un peso”. “Aunque tuviera 30 años seguía siendo la niña de El espíritu de la colmena, y yo decía 'Hombre, no sé lo que he hecho en esta vida, pero estoy convencida de que algo más he hecho'. Era ese comentario de la gente, ‘esta es la niña de El espíritu de la colmena’, y eso no era lo que más me gustase”, explica. Su relación con el filme cambió con el 30 aniversario de la película. El Festival de San Sebastián organizó un reencuentro con los protagonistas. “No me preguntes por qué, pero se me pasó todo”, recuerda.
Hasta entonces, no había vuelto a ver la película, y en ese momento se produjo una reconciliación instantánea con ella. De ese reencuentro tiene una de las anécdotas más hermosas que vincula con el filme. Antes de la proyección, tuvieron que posar para los fotógrafos de los medios nacionales, y ella no tenía ni idea de qué hacer, de cómo colocarse. Nunca se había dedicado al cine y la exposición le pillaba por sorpresa. En ese momento, los ojos de Ana Torrent salieron a su encuentro: “Me agarró por detrás y me dijo: ahora te cuido yo como cuando éramos pequeñas y me cuidaste tú”.