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'La monja', 'Expediente Warren' y el auge del terror contado en billetes verdes

'La monja' es una nueva exploración del universo fílmico de demonios y posesiones iniciado mediante 'Expediente Warren'

Ignasi Franch

Desde hace aproximadamente una década, el Hollywood más comercial vio El Dorado en el modelo de Marvel Studios: películas más o menos interconectadas a través de un diseño narrativo y avalados por una marca estilística concreta. La atracción por los taquillajes de cuatro dígitos de Los Vengadores y compañía ha generado diversos intentos de reproducción del modelo, desde el renqueante Universo DC de Batman v. Superman hasta el Dark Universe de los monstruos de Universal que se inauguró (y tal vez se clausuró) con La momia.

A falta de un mayor despliegue del MonsterVerse de Godzilla y King Kong: la isla Calavera, la mayor historia de éxito se ha escrito sobre la marcha y empleando un modelo de producción bastante alejado del blockbuster de presupuesto gigante y dosis masivas de acción e imágenes generadas por ordenador. Todo empezó con el gran éxito de Expediente Warren, que se ha convertido en un referente de tren de la bruja fílmico para el siglo XXI. Curiosamente, Warner ha encontrado un filón en producciones relativamente baratas, mientras invertía cantidades inmensas en las superheroicidades de Escuadrón suicida o Liga de la justicia.

Expediente Warren se inspiraba en las andanzas de una pareja real de exorcistas para fijar un modelo de cine de terror blanco y fácilmente mercantilizable por los grandes estudios. El filme trataba de la irrupción de otra dimensión (fantasmagórica o demoníaca) en casas familiares. No se incluía apenas sangre ni rastros de sexualidad, y lo religioso tenía un peso relevante.

La astucia narrativa y los oropeles visuales del realizador James Wan (Saw) y su entonces director de fotografía John R. Leonetti hacían el resto para optimizar una propuesta basada en clichés. El sugerente conjunto incluso resultaba apto para el emergente mercado de las christian movies en su versión menos cerrada (véase el terror apocalíptico de The remaining o la mezcla de evangelicalismo, coaching neoliberal eindie multiracial de La cabaña).

A la vez, Wan y compañía remitían al terror japonés internacionalizado mediante The ring. El filme llevaba al extremo, a la manera de la también nipona Dark water, una apuesta por la atmósfera y la anticipación del terror. Lo aterrador no es lo que sucede, sino lo que podría suceder.

Hasta ahora, los responsables de Expediente Warren han impulsado una secuela (la segunda está en camino), y tres derivaciones centradas en rivales sobrenaturales del dúo de exorcistas: Annabelle, Annabelle creation y La monja. Esta última trataría del demonio con aspecto de novicia que aparecía en Expediente Warren: el caso Enfield. El filme narra la investigación del suicidio de una monja en la Rumanía de 1952.

El terror como alternativa lucrativa a lo superheroíco

Los resultados comerciales de lo que informalmente se ha denominado WarrenVerso han sido, por ahora, espectaculares. Las cuatro películas estrenadas hasta el momento han tenido unos costes de producción totales de 81,5 millones de dólares, casi la mitad de ellos dedicados a la algo problemática Expediente Warren: el caso Enfield. Aunque hay que sumar a esa cantidad un importante gasto publicitario, el negocio parece redondo: la recaudación acumulada ronda los 1.200 millones, según la web Box Office Mojo.

Producida también por los estudios Warner, It presentaba un ligero matiz al modelo dominante. Quizá por miedo al agotamiento de la audiencia ante un cine basado en el susto y su anticipación, incluía pequeñas dosis de violencia gráfica que comenzaban a resultar inusuales en el cine de terror que alcanza los multisalas. Además, adaptaba una de las novelas de Stephen King más aptas para la estimulación de la nostalgia ochentera.

Con todo, It había costado 35 millones de dólares. Mucho más de lo habitual en otra pata del auge industrial del cine de terror: la productora Blumhouse, impulsora de las sagas Paranormal activity o The purge, y también de Whiplash o de un biopic firmado por Spike Lee: Infiltrado en el KKKlan. Las películas de esta empresa raramente superan los 10 millones de presupuesto, aunque a menudo se benefician de ambiciosas campañas de promoción y distribución derivadas de un acuerdo con Universal Pictures.

Blumhouse puede remitir al exploitation de Roger Corman (El péndulo de la muerte), el veterano y otrora hiperactivo realizador y productor de filmes de serie B. Eso sí, las producciones más comercialmente ambiciosas del sello se adaptan a algunas convenciones de los grandes estudios: no hay apenas sexo ni violencia gráfica. El productor Jason Blum aporta, a cambio, algunas provocaciones socio-políticas: como el Corman de la era hippie, ha mostrado su gusto por explotar temáticas que pueden resultar de actualidad. Déjame salir es un ejemplo evidente de ello.

Un presente de entusiasmo y escepticismo

En paralelo a los éxitos económicos del WarrenVerso o el sello Blumhouse, obras como It follows, La bruja o Hereditary ejemplifican un tercer tronco del auge industrial del cine de terror reciente: aproximaciones a la iconografía del cine de terror mediante las lentes del indie fílmico. Si bien estas apuestas no han sido tan rentables en el plano financiero, se han beneficiado de una recepción notablemente positiva. El imposible consenso crítico se ha resquebrajado más profundamente cuando que este terror indie estrenado en el Festival de Sundance se ha convertido en una especie de tendencia.

Toda esta coincidencia de inversiones enormente rentables unidas a una notable atención mediática y crítica ha llevado a hablar de una nueva edad de oro del cine de terror. El mismo concepto ha sido usado tanto por la revista Forbes como por críticos especializados en el campo fantástico como Desirée de Fez (Películas clave del cine de terror). El interés de unos grandes estudios encantados de haber encontrado lineas de producción de alta rentabilidad se entremezcla con el hype mediático y, a la vez, con el genuino entusiasmo de muchos comentaristas y aficionados.

Entre múltiples clones y derivaciones oportunistas, cada espectador seguirá encontrando sus propias gemas. Aún así, especialistas como Antonio José Navarro (El imperio del miedo) advierten de la pérdida de potencial subversivo del género. Ciertamente, los sustos cinematográficos de Wan y compañía se alejan de la exploración de los ángulos oscuros de la psique humana, y ofrecen conflictos dualistas entre bondades humanas y maldades sobrenaturales. Sus esquemas narrativos hacen propaganda, voluntaria o involuntaria, de las bondades de la familia nuclear convencional: en Expediente Warren: el caso Enfield, Insidious: parte III, Exorcismo en el Vaticano o la española Verónica, la ausencia de un progenitor supone una debilidad, una puerta de entrada para entes diabólicos.

A este talante conservador, en lo ideológico y a menudo en lo estético, se suma la dificultad de cineastas más incómodos para conseguir financiación para sus proyectos. Un caso paradigmático sería el de Rob Zombie (Los renegados del diablo, Lords of Salem). Como suele suceder, la lluvia de billetes verdes que genera esta presunta edad de oro del cine de terror se reparte de manera desigual, aunque haya propiciado algunas rehabilitaciones cortesía de Blumhouse.

El sello de Jason Blum ha producido La visita, Múltiple o la futura Cristal a M. Night Shyamalan (El bosque). Y ha involucrado en la nueva La noche de Halloween, como compositor de la música original y supervisor creativo, a un ilustre exiliado de la industria del cine como John Carpenter (Están vivos, La cosa).

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