Ya lo advirtió Tarana Burke el año pasado. La activista que acuñó el me too hace más de una década temía que Hollywood terminase devorando la esencia de un movimiento que traspasa la sierra de Santa Mónica. Para los medios internacionales, esta mujer negra y anónima era la imagen perfecta de la aguafiestas. Mientras que la actriz de turno era interrogada por un posible pasado de abuso sexual para el titular, Burke repartía verdades como puños que solo unos pocos estaban dispuestos a escuchar.
Hace exactamente un año, Hollywood abrió la caja de Pandora del acoso y el abuso sexual en el sector del entretenimiento de EEUU, y el movimiento no pudo encontrar un altavoz mejor. Más de veinte mujeres se unieron para acusar a Harvey Weinstein, por entonces un desconocido entre el gran público, de décadas de delitos sexuales.
El productor quizá no fuese una celebridad, pero sus víctimas sí, y gracias a eso miles de mujeres en todo el mundo se sintieron reflejadas y apoyadas para denunciar a sus agresores, aunque fuese mediante una etiqueta en Twitter. Hollywood se quiso alzar entonces como baluarte de la “tolerancia cero”, dando escarmientos a los principales acusados y remendando una larga trayectoria de conchabanza con ellos. Pero pronto le crecieron los enanos.
Para la industria fue muy fácil crear el binomio héroe (en este caso heroína) y villano. Abrazó a Weinstein como su antagonista y anunció medidas irreversibles contra él. Sin embargo, las semanas pasaron y el volumen de acusaciones y denuncias resultó demasiado incómodo como para posicionarse ante todas. Kevin Spacey, Mel Gibson, James Toback, Dustin Hoffman, Steven Seagal, Louis C.K y decenas más, alcanzando incluso a intocables como Morgan Freeman.
Se habló de una “caza de brujas” y un “ajuste de cuentas”. Muchos fueron despedidos y otros apartados de sus proyectos aunque en la sombra se mantuviesen en nómina. Hollywood se convirtió en un espejo en el que mirarse y los medios de otros países comenzaron a apretar las tuercas a sus actrices para destapar un caso parecido. Y a contrarreloj, que el cronómetro del me too no dura para siempre y menos para ellas.
Mientras que en la calle se vivía una “insurrección” contra las violencias de género y las actrices más poderosas aprovecharon para exigir -en términos monetarios- lo que tanto tiempo se les ha arrebatado, los acusados esperaban pacientes en un banquillo a la espera del momento de regresar. Parece que ese momento ha llegado y que gran parte de la industria les espera con los brazos abiertos.
“Los meses son como años de perro para los hombres, por lo que cuatro meses al margen para un hombre es definitivamente lo mismo que décadas de ir a tientas para una mujer”, escribió la columnista de The Guardian Hadley Freeman cuando se cumplieron seis meses del me too. “¿Cuán pronto van a regresar estos muchachos?”, se preguntaba.
Quizá el caso más señalado por los medios estadounidenses sea el de Louis C.K, el cómico que confesó haberse masturbado delante de cinco mujeres y que regresó a la faena hace unas semanas con un stand sorpresa en el Comedy Cellar de Nueva York. También el director James Toback, acusado por un centenar de mujeres de abusos sexuales, ha visto una de sus películas seleccionadas en un festival amparándose en el beneficio de su actriz protagonista: Sienna Miller.
El precedente más peligroso fue el que sentó Mel Gibson, que aunque reconoció en unas grabaciones haber pegado a su mujer mientras sostenía a su hija en brazos, ha seguido amasando millones con sus proyectos año tras año. Así le ha pasado a James Franco, a quien le salió caro pasearse con un pin de Time's Up en los Globos de Oro y tras lo que fue señalado por cinco de sus estudiantes de interpretación. Pero todo lo cura el tiempo y el actor ya tiene confirmada su aparición en la segunda temporada de The Deuce de Netflix y más de 13 proyectos programados para el año que viene.
Kevin Spacey y John Lasseter siguen recibiendo un sueldo millonario de la empresa que les despidió (Netflix por House of Cards en el caso del primero y Pixar, en el del exdirector creativo de la compañía). Incluso tras el caso de Morgan Freeman, por el que Visa y otras productoras cortaron lazos, el ganador del Oscar continuó rodando sin problemas una nueva película y mantuvo sus colaboraciones con Disney y National Geographic.
Muchos de estos casos se mueven en una zona gris entre lo inaceptable y lo criminal, pero lo que evidencian es que el compromiso de la industria con el me too ha ido en descrecendo. Los hombres acusados han sufrido consecuencias laborales, pero tantas o menos que las mujeres que los acusan, como demostró un estudio de la Academia Nacional de Ciencia, Ingeniería y Medicina.
Una pequeña muestra de esto es la nueva investigación sobre el pasado de la actriz Asia Argento. La autoproclamada cabecilla de la causa me too en Hollywood ha recibido un contraataque por parte de un artista que la acusa de haberle violado cuando tenía 17 años. Aunque los detalles de aquella relación sexual aún son confusos, detractores y abogados han encontrado un talón de Aquiles al movimiento.
Una prueba más de la banalización y la simplicidad con la que Hollywood trata el drama endémico de las violencias sexuales. Y, sobre todo, de su obsesión por nombrar a un personaje villano (tenga el sexo que tenga).
Ya lo vaticinó con elegancia (y sin señalar a nadie) Tarana Burke en The Telegraph: “Esto ocurre cuando alguien se proclama líder absoluto de un movimiento común y la gente recurre a esa persona como ejemplo”. Se refiriese a Argento o no, la ideóloga real del me too siempre ha temido que su iniciativa quedase eclipsada por mujeres blancas y de clase alta.
En Hollywood, Time's Up ha sido la catarsis del movimiento para las poderosas y las que exigían con razón un pedazo de tarta tan grande como el de sus compañeros. Sin embargo, las maquilladoras, estudiantes de interpretación, ayudantes, productoras y secretarias que han sido víctimas de algunos tótems de la industria aún no tienen su plataforma ni su justicia prometida.
Por eso, un año después del tsunami, Hollywood no puede ser el reflejo de nada. La esperanza está en las calles, donde quizá estas mujeres encuentren un refuerzo fuera de los focos sin caducidad ni cronómetros.