El cine es un vehículo de emociones que no siempre son positivas. La mansión del diablo, un corto dirigido por Georges Méliès en 1896, es el reflejo de cómo lo espeluznante y lo desagradable han sido atributos impregnados en el celuloide prácticamente desde su nacimiento. Porque, aunque parezca contradictorio, aquel fue el pistoletazo de salida para un género que hoy tiene muchas caras, a cada cuál más espantosa: el terror.
La montaña rusa del pánico llega cada domingo al Centro de Arte Dos de Mayo de Madrid y, lejos de evitarla, los allí presentes se suben sin dudarlo. Responsable de ello es el ciclo Lecturas del terror: la función catártica del monstruo, que comenzó el 4 de marzo y finaliza el 22 de abril.
En una sala oscura, solo iluminada por el proyector del fondo, varias personas se sientan aguardando a que comience el espectáculo. Esta vez la elegida es La angustia del miedo (1983), de Gerald Kargl, una cinta austriaca no apta para estómagos blandos. Tras una breve introducción, Elisa Puerto, guionista y comisaria de este ciclo de cine, presiona el play no sin antes lanzar una advertencia: “Disfrutad. En la medida de lo posible, claro”.
La iniciativa gira alrededor de una incógnita: ¿qué hay detrás del monstruo que tanto nos fascina? Aun así, responderla no es fácil. “El cine de terror parece apasionante, porque de alguna manera es un espejo de los miedos que hemos padecido como sociedad”, indica Puerto a eldiario.es, que tras la finalización del ciclo continuará organizando proyectos en La Cabina.
“Lo que quise en este ciclo es plantear dónde están los límites del terror”, matiza la comisaria. Para encontrarlos es necesario ir más allá de lo que plantea Hollywood y el cine comercial en general. No basta con quedarse en Saw o American Phsyco, hay que salirse de las narrativas tradicionales para ver tras la máscara de un monstruo que, en ocasiones, incluso podemos llegar ser a nosotros mismos.
La angustia del miedo es una película que indaga en las pesadillas más profundas del ser humano, aquellas que no pueden ser explicadas mediante la lógica y el sentido común. En la cinta no hay salvadores ni armarios donde las víctimas se esconden, ni siquiera un argumento claro a lo largo de todo el filme. Tan solo vemos a un asesino en serie con ganas de satisfacer una voz interior, una que le lleva a matar por el mero placer de hacerlo.
“El asesino mata para que cuando la gente lo vea sienta simplemente miedo, para que sean capaces de quedarse anonadados, una palabra que por cierto procede del término nada”, menciona Juan Manuel Romero, profesor de filosofía invitado a la charla coloquio tras la sesión.
De hecho, el largometraje deja clara su intención desde el mismo título original, Angst. “En alemán hay dos palabras para referirse al miedo: Schrecklich, que sería el pánico sobre un objeto determinado; y Angst, que no es el miedo sobre nada en concreto”, mantiene el docente. Ese objeto determinado al que se refiere puede ser Alien, Tiburón, o Jason Voorhees, un protagonista concreto al que hay que combatir. Sin embargo, en la película de Gerald Kargl todo es diferente.
“Se supone que Halloween (1978) es una de las primeras películas en ponernos desde el punto de vista subjetivo del asesino, pero aun así siempre hay un relato para humanizar al héroe”, aclara Romero, también considerado especialista en un tipo de terror poco habitual en el cine de masas: el ontológico. “Es aquel te aleja del exceso de significatividad, de juicios, de teoría y te deja a ti solo contigo mismo, con tu propio ser”, explica el experto.
El filme de Kargl, según Elisa Puerto, marca un punto diferenciador del que más tarde beberían otras obras como Funny Games de Michael Haneke. El enemigo no siempre tiene que ser un esperpento oculto en las sombras, como ocurría en Drácula. “En el cine comercial el malo siempre es el otro. Sin embargo, en esta película se plantea que el mal no tiene que definirse necesariamente y que lo mismo está dentro de ti”, matiza la comisaria.
No hay lugar para lo hospitalario
En Hollywood, por el contrario, se realiza un terror considerado “edificante”. Es decir, Ellen Ripley, la protagonista de Alien: el octavo pasajero, se enfrenta a un problema del que vuelve más fuerte y preparada. “Se trata de una narrativa del héroe, que bebe del humanismo clásico. Muestra cómo los protagonistas utilizan su propia voluntad para sobrevivir a un monstruo o hasta 'humanizarlo'”, matiza el docente.
En el cine de masas siempre hay una catarsis para purificar las emociones tras contemplar el horror, una vuelta a lo hospitalario después de pasar por lo inhóspito. En Angst, para Romero, “no hay una vuelta a lo humano”, ni tampoco “esa catarsis para sentirse bien y regresar a casa, donde las cosas vuelven a tener su esencia”. Si La angustia del miedo tuviera que catalogarse dentro de una corriente, según el docente, esa sería el Nihilismo.
Precisamente, por tratar sobre ese “vacío”, Angst es una película mucho más incómoda que otras también agrupadas bajo la etiqueta de “terror”. En ella no hay lugar para que el asesino se convierta en un producto de marketing, como Freddy Krueger, porque el trauma es constante y no aparece ni un ápice de misericordia. Según Romero, “uno puede entender que en las tiendas frikis haya muñequitos de Alien o de Michael Myers”, algo imposible con el protagonista de Angst porque “a nadie le iba a gustar”.
Pero, si el largometraje de Gerald Kargl resulta tan complicado de digerir, entonces, ¿qué puede aportar su visionado? “Sirve para poner coto al exceso de sentido del mundo. Este es un tipo de terror que nos hace estar a solas con nosotros mismos e invita a la reflexión”, destaca Romero.
Con Angst se escapa de toda imposición política o científica y lo único que queda es el vacío. Según el profesor de filosofía, “para lo que nos puede servir esta suspensión de juicio, esa epojé que diría Husserl, es para quitar esas teorías, desterrarlas y hundirlas en la nada, porque desnaturalizan y reducen excesivamente el mundo”. A pesar de ello, el propio docente reconoce también ser fan de directores como John Carpenter porque, aunque sus obras sea productos “capturados por el marketing para hacer dinero”, en ellas también se pueden encontrar cosas “muy interesantes”.
“No olvidemos que el cine al fin y al cabo es muy caro y se tiene que pagar de alguna manera, por lo que no puede ser del todo desinteresado”, manifiesta Romero. Aun así, aunque el terror de Angst no suele tener cabida en grandes salas de cine, ciclos como el de Elisa Puerto son una llamada para aquellos valientes dispuestos a enfrentarse a lo poco convencional.