Hanna Schygulla habla de sí misma como una superviviente de un desastre natural. El desastre natural es Rainer Wender Fassbinder, y las declaraciones de su actriz fetiche al diario the Guardian no dejan títere con cabeza: abuso emocional, físico e intentos de suicidio eran moneda común en sus rodajes. Algo a lo que ella escapó con diligencia y, cuenta ahora, arrepentida de haber mirado hacia otro lado mientras sucedía.
No es la primera. En los últimos años reflotan historias sobre los más aclamados directores de cine, que ponen sobre la palestra la relación entre estos y los actores, algo que va mucho más allá del compromiso con un filme y que raya en lo escabroso.
Para muestra, el desenterrado caso de Bernardo Bertolucci y el trato poco ético -si es que no fue, directamente, un caso de abuso emocional y sexual- orquestado contra María Schneider durante El último tango en París, o las repetidas acusaciones de maltrato y acoso a lo largo de las décadas por parte de Tippi Hedren en los rodajes de Alfred Hitchcock, y que solamente ahora están obteniendo eco mediático, quizás porque hay mayor sensibilización social con el tema.
¿Se trata únicamente de directores con actrices? En absoluto. Las dinámicas que se relatan van más allá del género: Kirk Douglas alertaba en su biografía sobre el maltrato recibido por parte de King Vidor en La pradera sin ley, que, según su testimonio, hizo peligrar su vida solamente por un desmedido y vouyerístico amor a la violencia.
Howard Hughes fue responsable de la muerte de tres pilotos durante la filmación de Los ángeles del infierno por intentar grabar las batallas de la manera más realista posible. Stanley Kubrick fue descrito como una tortura en casi todas sus películas gracias su obsesión por el realismo, y que le hizo la vida especialmente difícil a Shelley Duval durante El resplandor.
Y la lista sigue, con una peculiaridad: todos los directores a los que se menciona han muerto ya, a excepción de Bertolucci. El debate en torno a cuán ético es revelar detalles sobre personas que no se pueden defender de las acusaciones se acompaña por las razones para que al final se produzcan las denuncias: la desprotección de los actores frente a la industria cinematográfica es tal que nadie quiere quedar pegado al sambenito de ser un profesional “difícil”, al menos mientras no se tiene ningún poder.
Eso ha hecho de dos casos en la actualidad verdaderas excepciones: las actrices de La vida de Adéle, que declararon a The Daily Beast que jamás volverían a trabajar con el director del film Abdellatif Kechiche, mientras rondaban las acusaciones de maltrato psicológico e incumplimiento de convenios laborales.
El otro caso flagrante es el del director y guionista David O. Russell, que agredió a un extra y llegó a las manos con George Clooney cuando este le recriminó su comportamiento. Además, se hizo viral un vídeo en el que insultaba a la actriz Lily Tomlin en el rodaje de Extrañas coincidencias.
El silenciado entorno español
La situación de vulnerabilidad en nuestro país es mucho mayor por el maltrecho estado del sector cinematográfico. La rumorología abunda, pero nadie quiere dar nombres. Quien firma esto ha podido hablar con numerosos trabajadores, pero nadie quiere citar ejemplos concretos con nombre y apellidos por miedo a represalias.
El secretario general de la Unión de Actores y Actrices, Iñaki Guevara, “no tiene constancia” de ningún hecho similar a los que cuentan en rodajes extranjeros. Juan José Herrera, miembro del sindicato de Artes Gráficas de la CNT, sección Figurantes, habla de los casos con respecto a extras y figurantes: “Los tratos son muchas veces vejatorios, porque en figuración somos el último mono”.
Herrera habla de “algún director prepotente y soberbio”, y puntualiza con respecto a que sea moneda común en el sector. “Se trata de un abuso de poder muy concreto, no algo del mundo cinematográfico. Porque si no, no se explica que algunos abusen de ese poder y otros no lo hagan”.
Muchos dan un nombre: el de Pilar Punzano, cuyo caso aún colea, ya que fue una de las pocas personas que denunció irregularidades en el trato -y el pago- con la productora de Cuéntame cómo pasó, Ganga Producciones, y que acusó al protagonista Imanol Arias de “tener la lengua tan larga como las manos”. Arias desmintió cualquier tipo de trato inapropiado. La denuncia de Punzano fue el detonante de la Operación City, en la que se acusó a Arias y a su compañera Ana Duato de defraudar 2,98 millones de euros.
También en la televisión, y en el lado de los acusados, emerge constantemente el de José Luis Moreno, cuya fama en impagos y malas formas le precede.
La directora teatral Pilar Almansa argumenta ante tanto silencio: “La fragilidad del sector de las artes escénicas y el cine habla por sí sola. Nadie quiere ser tachado de problemático en un entorno en el que el trabajo te llega, fundamentalmente, por tus relaciones personales”.