'La doncella', la película más seductora del año
En 1929, Edogawa Rampo, el padre de la literatura criminal japonesa, escribió un relato titulado La oruga (Imomushi). Era sobre una mujer que torturaba, mediante el sexo, a su marido mutilado por la guerra. Aunque su producción era bien retorcida, resulta que este fue el único relato de toda su obra que llegó a ser prohibido en el país. La censura militar veía en la narración demasiados elementos escabrosos, además de un poso antibelicista.
Es en este conflicto bélico -la ocupación japonesa de Corea- que se enmarca la última película del surcoreano Park Chan-wook. La doncella narra la historia de una criada coreana contratada por una rica mujer japonesa que vive recluida en una mansión oscura y llena de secretos. Entre las paredes de ese extraño lugar se esconden historias entre las que La oruga bien podría haber encajado a la perfección.
La presencia de la literatura ero-guro que Rampo supo manejar como nadie cae suavemente sobre cada uno de los planos de la última película de Chan-wook. Ahora, más de ochenta años después, la etiqueta de narrador magistral de lo macabro ha cambiado de amo, de nacionalidad e incluso de arte. La doncella es, posiblemente, una de las mejores películas de este año y también una de las más turbadoras.
Sexo, poder y otros demonios
Se le atribuye a Oscar Wilde una frase que muchos escuchamos por primera vez en boca de Kevin Spacey, y que decía aquello de que en la vida “todo trata de sexo, excepto el sexo. El sexo trata de poder”. El mensaje, simple pero efectivo, cala en la trama de esta película hasta lo más hondo. La doncella es un filme en el que ambos conceptos se encuentran y se fusionan de manera indisoluble. De hecho, Park Chan-wook ha basado gran parte de su carrera en historias que reflexionan sobre ellos.
En la Trilogía de la venganza, de la que Oldboy es su más célebre episodio pero no necesariamente el mejor, subyacía siempre una reflexión que partía del mismo hecho: haber sido víctima de un abuso de poder. La respuesta era tomarse la justicia por cuenta propia de la manera más maquiavélica posible. Si el sexo era parte de la ecuación, tanto mejor.
En Thirst, la sotana de sacerdote del protagonista era una prisión sin la cual los dos conceptos de los que hablamos cogían fuerza para hacer caer al espectador en un huracán de exceso. Y en Stoker, la primera película norteamericana del realizador, las extrañas relaciones incestuosas se daban por injerencia de la atracción y la autoridad.
En este nuevo relato están todas sus manías pero mejor ensambladas que nunca. La venganza forma parte de una trama mayor que se llena de giros propios del thriller moderno. El amor, con un punto perverso, es la pasta sobre la que se fundamenta una trama que se burla del romanticismo palaciego a la vez lo reivindica.
El poder se nos presenta en sus más variadas formas políticas y sociales. En la cinta, Japón lo ejerce sobre Corea, la nobleza lo ejerce sobre los sirvientes, y el hombre lo ejerce sobre la mujer. Es aquí cuando surge el sexo, que en esta película lo es todo: desde el arma más sofisticada hasta la última redención.
Para el director surcoreano si el poder corrompe, el sexo también. Pero a diferencia de lo que argumentan propuestas reaccionarias como Cincuenta sombras de Grey, aquí las relaciones sexuales y afectivas pueden ser empoderadoras. Pueden ser un camino hacia la liberación, una revolución íntima dentro de un sistema que lo banaliza y lo convierte en mercancía con la que traficar. Con la que explotar. Algo contra lo que sus dos protagonistas se rebelarán, se interponga lo que se interponga en su camino.
Narrar es seducir
Todo esto, como viene siendo habitual en Chan-wook, se filma con un cuidado estético que encuentra su personalidad en el detalle con un tono bello pero maníaco. Un dominio de la puesta en escena que funciona como hechizo para ambientar magistralmente este cuento erótico-siniestro.
En 2003, el director rodó una de las escenas más perturbadoras del cine reciente: El protagonista de Oldboy, se encontraba sentado en un restaurante delante de una de las primeras mujeres que veía tras quince años de confinamiento absoluto. Enfadado, cogía un pulpo vivo y se lo comía con un ansia desmedida. Josep Lapidario reflexionaba hace un tiempo sobre la carga sexual de esta escena y sobre cómo la presencia de cefalópodos es una constante en la literatura erótica nipona de finales del periodo Edo.
La mejor recreación de esta particular filia la dibujó Katsuhisha Hokusai en una ilustración erótica que aparece, nada casualmente, en esta película. Se titulaba El sueño de la mujer del pescador y mostraba a dos pulpos teniendo relaciones con una mujer. Una fantasía repulsiva mediante la cual el realizador vehicula todo un discurso sobre la utlización del sexo como mercadería y herramienta de explotación. Cuanto más indecible es el secreto, mejor pagado está.
Tanto la escena de Oldboy como el dibujo de Hokusai tenían en común un elemento que Park Chan-wook ha terminado por interiorizar: por horripilante que nos pareciese aquello que estábamos viendo, no podíamos apartar la mirada de la imagen.
En su última película es difícil mantenerse impasible ante demostraciones de erotismo puro que, muchas veces, se realizan con los elementos mínimos. No le hace falta más que un dedal para crear una tensión lésbica que pondría rojo de envidia al Abdellatif Kechiche de La vida de Adèle. La suma de todos los hallazgos del surcoreano, ha encontrado su mejor expresión en esta película.
Si en su anterior filme, Stoker, era capaz de mostrar a dos personas tocando el piano de tal manera que parecía que estaban haciendo el amor sobre las teclas del instrumento, solo tendríamos que imaginar que en lugar de durar dos minutos durase dos horas. Eso es La doncella. Solo tienes que dejarte seducir.