Ellen DeGeneres vuelve al humor para mostrar su verdad: “Me dijeron que nadie vería a una lesbiana durante el día”

¿Puede alguien considerarse cercano al gran público ganando 87 millones de dólares al año? ¿Siendo la decimoquinta celebridad mejor pagada del planeta? Un amigo de Ellen DeGeneres (Nueva Orleans, 1958) le hizo esta incómoda pregunta justo después de que firmase un contrato de 20 millones con Netflix por un monólogo de una hora.

No en vano, hacía quince años que no pisaba un stand-up y por ello la plataforma le ofreció el cheque más generoso de todas las mujeres que han participado en sus especiales de humor. Solo de ellas, porque su cifra aún está lejos de los 40 millones que Netflix pagó a Ricky Gervais, los 60 de Dave Chapelle y los 100 de Jerry Seinfeld.

DeGeneres regresa al terreno que la impulsó al estrellato hace cuatro décadas con Relatable (Cercana), desde este martes disponible por streaming. Aunque no llega al nivel de desgarro emocional del monólogo menos gracioso de Hannah Gadsby, Ellen también salpica algunas de las referencias más duras de su vida entre los chistes. La peor de todas: salir del armario en 1997 frente a 42 millones de personas.

Hoy, DeGeneres ha sido proclamada como la persona LGTB más influyente (junto al CEO de Apple Tim Cook) por la prestigiosa revista Out, mantiene amistad con lo más granado de Hollywood, ha presentado las galas más mediáticas de Estados Unidos y sus programas de televisión están avalados por decenas de premios y una audiencia millonaria. Pero, cuando tenía veinte años, apenas era una sombra de lo que es a los sesenta.

Procedente de una familia de descendencia europea, DeGeneres fue criada en el seno de la Ciencia Cristiana. “Por si no la conocéis, es una religión que no confía ni en los doctores ni en la medicina. Creen que somos seres espirituales en un cuerpo material y en un mundo material, y su mantra es Conoce la verdad”, explica la humorista. En su adolescencia, DeGeneres renegó de la fe pero recicló la filosofía de la verdad para su vida personal, sobre todo en lo referente a su sexualidad.

“No pensé que fuese a ser famosa. No tenía ningún talento especial, no tocaba ningún instrumento, no cantaba, no estudiaba teatro, no actuaba, no era la payasa de clase. Era una chica normal y corriente”, confiesa enumerando su paso como vendedora de aspiradoras, limpiadora, camarera e incluso pintora.

Escribió su primer monólogo a los 21 años a partir de una vivencia trágica. Cuando el otro famoso mantra de “reírse de la propia desgracia” se lleva al máximo exponente, puede esconder cosas inimaginables para el que aplaude desde la grada. A esa edad, DeGeneres perdió a su primera novia en un accidente de coche. Tuvo que abandonar la casa que compartían porque no se podía permitir pagar la renta sola y se mudó a un sótano plagado de pulgas.

“Quería hablar con Dios, no solo rezar, me hubiese encantado llamarle por teléfono y que me respondiese a cosas. Me preguntaba cómo era posible que esa chica preciosa y joven ya no estuviese conmigo y las pulgas sí. Así que escribí cómo sería tener una conversación de teléfono con Dios”, cuenta en Relatable. Al terminarlo, se prometió una cosa: “Iba a ser la primera mujer en la historia del show de Johnny Carson a la que llamasen para charlar con él”. Seis años después, DeGeneres se sentó en el sofá de The Tonight Show y actuó en su plató.

El episodio del cachorro

Como le advertía su amigo, Ellen DeGeneres hace mucho tiempo que no hace chistes sobre las pulgas, el colchón en el suelo y el único dólar que podía invertir en gasolina porque no tenía dinero para más. Ahora, es más probable que creamos que “Batu el mayordomo” le prepara un baño para inspirarse en su nuevo monólogo y que baja a escribir por las escaleras mecánicas de su mansión “después de que Lupita me vista y me peine”.

Estuviese exagerando o no, el star system aleja a los cómicos del humor cotidiano y terapéutico que el gran público quiere para aliviar sus penas durante una hora. Pero hay algo que ni la cuenta bancaria más bollante le puede arrebatar a DeGeneres, y es el valor de haber arriesgado su carrera por ser un referente gay cuando nadie estaba dispuesto a serlo.

En 1997, una encuesta descubrió que el 68% de los estadounidenses no creía que el matrimonio homosexual debiese ser legal, y en ese mismo año DeGeneres anunció a los productores de su serie Ellen que quería salir del armario en antena. Nunca un personaje tan querido como Ellen Morgan, apodada “la mujer de América”, se había declarado no heterosexual en prime time.

Al final, Disney presionó a su afiliada, la cadena ABC, para permitir a la actriz dar un golpe en las mentes homófobas del país en El episodio del cachorro. Después de que Ellen alcanzase el triple de audiencia y que su protagonista encabezase una de las portadas más míticas de la revista Time (“Sí, soy gay”), llegaron las cartas de odio y las amenazas de muerte.

“Me quitaron la serie cuando salí del armario. Y mira que me lo advirtieron. Todos los que sacaban tajada de mí me dijeron que no lo hiciese. La misma gente que me adoraba, me odiaba de repente. Entré en depresión, la gente se reía de mí”, confiesa la actriz. Cuando intentaron vender su talk show tres años después, nadie lo quería comprar. “El director de una cadena dijo, y lo dijo literalmente, que nadie quiere ver a una lesbiana durante el día”, cuenta.

Pero, “aunque sabía que iba a ser difícil, era más importante para mí estar orgullosa de mí y vivir mi verdad que estar preocupada de los que otros pensasen. Después de salir del armario fue una de las peores etapas de mi vida. Pero fue la mejor parte de mi viaje, porque aprendí lo fuerte que era, aprendí sobre la compasión. Aprendí que la verdad siempre gana”.

Gracias a El episodio del cachorro, su compañera de reparto y Sarah Kate Ellis, actual presidenta de la imprescindible asociación GLAAD, se atrevieron a salir de la jaula de cristal en la que estaban recluidas. Y como ellas, muchas otras. Ellen DeGeneres es millonaria, influyente y famosa, pero siempre seguirá siendo “cercana” gracias a ese sacrificio.