Hay entrevistas que cambian el curso de la historia. Parece exagerado, pero no tendríamos el mismo concepto de Nixon si Frost no le hubiera entrevistado y no le hubiera preguntado de forma directa, en la primera cuestión, aquel histórico, “¿por qué no quemó usted las cintas?”. Nixon había salido de la Casa Blanca sin admitir ninguna culpa en el Watergate, y cuatro años después, en aquella entrevista, acabó lanzando una disculpa que muchos entendieron como un mea culpa. “Decepcioné a mis amigos, decepcioné al país. Desilusioné nuestro sistema de Gobierno y los sueños de todos esos jóvenes que querían formar parte de él, pero que piensan que todo está demasiado corrupto”, terminó diciendo ante los ataques en forma de preguntas del periodista británico.
No hace falta irse tan lejos. En España vivimos nuestro particular Frost contra Nixon en 1995, cuando Iñaki Gabilondo entrevistó a Felipe González en una campaña electoral que acabaría con la victoria de José María Aznar en 1996. González se encontraba en medio del huracán informativo por el terrorismo de los GAL y no esperaba que Gabilondo comenzara aquella entrevista con la pregunta más directa. “¿Organizó, autorizó o toleró usted la guerra sucia del GAL?”, le lanzó el periodista casi sin parpadear.
Ejemplos de la importancia del periodismo para poner al poder contra las cuerdas, para pedir cuentas y cambiar las cosas. Aunque a algunos les moleste y amenacen con triturar medios, la labor de los periodistas es, quizás, más importante que nunca en un momento de fake news y bulos que viajaban por las redes sociales y el WhatsApp a una velocidad incontrolable. El cine y el teatro han servido también para dar a conocer a nuevas generaciones los ejemplos de grandes trabajos periodísticos.
La entrevista de Frost a Nixon dio lugar a una excelente película Frost contra Nixon, dirigida por Ron Howard; y la de Gabilondo a Felipe González fue la base de una gran obra de teatro como Las guerras correctas. No han sido los únicos ejemplos. La investigación del Boston Globe para descubrir los abusos de la Iglesia se contó de forma sobria (y ganó el Oscar) en Spotlight; y el caso Weinstein y las periodistas que lo destaparon fueron las protagonistas de la interesante She Said.
Ahora llega a Netflix un nuevo ejemplo de la unión de cine y periodismo en La gran exclusiva, la película que ha escrito el dramaturgo Peter Moffat y dirigido Phillip Martin, curtido en la serie The Crown, algo que tiene todo el sentido, ya que esta película aborda la entrevista que tambaleó, de alguna manera, la solida percepción de los británicos de su Casa Real. Fue la que concedió el príncipe Andrés a la BBC en noviembre de 2019. Concretamente al programa Newsnight. Lo hizo en pleno terremoto de su imagen pública al haberse revelado su amistad con Jeffrey Epstein y la acusación de Virginia Giuffre de haber abusado de ella al menos en tres ocasiones cuando tenía 17 años dentro de la red de pederastia controlada por Epstein.
El príncipe Andrés compareció ante los televisores de millones de personas y lanzó como argumento definitivo para negar su relación con Giuffre que por un problema genético no sudaba, como aseguraba la víctima, y que en la fecha de la agresión estaba con su hija en un Pizza Express (la cadena más popular de pizzas de Londres), provocando una cantidad de comentarios y memes en redes sociales que cuestionaban la fiabilidad de su testimonio. Pero, quizás, lo que más daño hizo fue su resistencia a condenar su amistad con Epstein, llegando a decir en varias ocasiones que no se arrepentía. El resultado es que la Casa Real le retiró sus títulos honoríficos y fue condenado al ostracismo dentro de la monarquía británica, que sufrió una de sus mayores crisis reputacionales.
La pregunta que todo el mundo se hizo en aquel momento fue cómo era posible que el príncipe Andrés hubiera accedido a dar aquella entrevista. La respuesta principal es que él pensaba que iba a salir reforzado porque sentía que tenía la impunidad de poder hacer y decir lo que quisiera y que un par de excusas valían para salir del paso. Sin embargo, detrás de aquella entrevista está la historia de un equipo de mujeres que trabajó incansablemente para lograrla. También es la historia de la jefa de prensa del príncipe, amiga de toda la vida y que creía que iba a poder mostrar su inocencia en aquel formato.
Son tres mujeres las que protagonizan La gran exclusiva. La primera, la productora tras las sombras, Sam McAlister. Ella no fue quien realizó la entrevista, pero fue quien picó piedra para que se realizara, la que convenció al equipo de la casa real para aceptar y la que dio el consejo clave para que Andrés cayera… dejarle hablar. En vez de cortarle y repreguntarle, el príncipe fue cayendo en su propia trampa al tener todo el tiempo en sus respuestas. McAlister, interpretado en la ficción por Billie Piper, introduce otra capa interesante a la película, la cuestión de clase. Ella, obrera, era mirada por encima del hombro por todos sus compañeros de la cadena pública británica. Era una chav. Una mujer de barrio con grandes aros de oro que nadie pensaba que pudiera lograr aquel hito. Todo en un país donde son los más privilegiados los que terminan logrando su plaza en la BBC.
La segunda es Emily Maitlis, la gran estrella del programa, la diva de la televisión. Fue ella quien tuvo la misión de realizar la entrevista. Es Gillian Anderson, ya experta en interpretar a personajes reales tras su Margaret Thatcher en The Crown, quien compone una figura con cierta altivez, pero que termina por dar su espacio a su compañera para que la entrevista salga a la perfección. La tercera es la directora del programa, Esme Wren (interpretado por Romola Garai), quien decide ir adelante. Hay un momento, sutil y casi imperceptible, en La gran exclusiva que muestra uno de los grandes problemas del periodismo, su dependencia de los poderes del Estado. Cuando les confirman la entrevista alguien pregunta qué ocurriría si la Casa Real llamara. “Bueno, somos la BBC y es la Casa Real…”, dice un personaje dejando entrever que se corría el riesgo de que nunca fuera publicada si había una llamada de la reina. Finalmente lo fue, y demostró una vez más que el periodismo sirve y que jamás podrá ser destruido, le pese a quien le pese.