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Ser un fantasma asesino empieza a ser cosa de mujeres

Nunca apagues la luz es el primer largometraje del sueco David F. Sandberg y la última producción de James Wan, el rey Midas del cine de fantasmas y demonios gracias a la saga Saw y filmes como Expediente Warren e Insidious. Como se intuye por el título, la propuesta explota a conciencia el miedo a la oscuridad, convirtiéndolo en la trama: los miembros de una familia se enfrenta a un espectro que sólo es visible y sólo puede atacarles en zonas sin luz.

Obras previas como Darkness o En la oscuridad habían trabajado puntos de partida parecidos. En esta ocasión, Sandberg opta por un enfoque bastante convencional pero potencialmente efectivo, aunque carece de los llamativos movimientos de cámara que caracteriza la obra de Wan.

La propuesta dedica bastante tiempo a las relaciones entre personajes. La protagonista, Rebecca, es una joven independiente que se resiste a comprometerse con su amante. Cuando descubre que su hermanastro tiene problemas de convivencia con su madre, afectada por trastornos psiquiátricos, vuelve a acercarse al entorno familiar que había dejado atrás. Allí le espera Diana, un fantasma extremadamente celoso, con uñas larguísimas que realzan su salvajismo y una evidente aversión por la luz. Las cosas se complican.

Ellas se vengan desde el más allá

Los grandes asesinos en serie del cine de terror estadounidense, sobrenaturales o no, han sido históricamente masculinos, reflejando así la estadística real. Los thrillers de justiciero también acostumbran a contar con hombres como protagonistas. Aunque hay historias de venganzas femeninas (como Angel, La extraña que hay en ti, Confessions o Kill Bill, por poner algunos ejemplos), su número palidece en comparación con la interminable lista de películas de este tipo protagonizadas por actores como Charles Bronson o Chuck Norris.

En los filmes más recientes sobre revanchas sobrenaturales, en cambio, la proporción ha cambiado. Por ejemplo, algunas obras del mismo Wan: los demonios principales de la saga Expediente Warren toman formas femeninas. Y en las dos primeras partes de la saga Insidious, llama la atención una aparente novia enlutada, variante travestida del estereotipo de mujer enloquecida por el duelo. Y en el díptico La mujer de negro está La Llorona, una mujer que venga la muerte de su hijo desde la tumba.

Más ejemplos: lo femenino monstruoso también aparece en Ouija, a través de los espectros de una madre y de una niña con los labios cosidos. Eliminado trata de la revancha sobrenatural de una víctima de ciberacoso.

Obviamente, persisten otro tipo de antagonistas, como las pandillas de fantasmas en Poltergeist o un dios perverso de aspecto masculino de Sinister. En la serie B abundan ejemplos y contraejemplos. Pero en los terrores fantasmagóricos más taquilleros de los últimos cinco años se produce como tendencia la feminización del ente maligno y violento.

La conexión japonesa

El fenómeno invita a debates sobre la tradición misógina del cine de terror, o incluso sobre el miedo a las mujeres en un contexto de independencia y popularización de los movimientos feministas. Esta conexión ya la advirtieron académicos como Bram Dijkstra en Ídolos de perversidad (1994) o Erika Bornay en Las hijas de Lilith (1990).

Aquellos trabajos trataban sobre la profusión de gorgonas, sirenas, esfinges y vampiras en el movimiento simbolista, parejo a la primera incorporación de la mujer a las fábricas y, por lo tanto, al mercado laboral. Pero esta última vuelta de tuerca podría haberse generado  en el terror japonés de finales del siglo XX, que revitalizó el terror de fantasmas con largo pelo y largos dedos de uñas afiladas.

La cinta emblemática de esa época, The Ring de Nakata Hideo, coincide con La maldición y Llamada perdida en su reiteración de mujeres y niñas que se vengan, o que asesinan sin motivo alguno, siempre después de muertas. El esquema se ha difundido y repetido a través de múltiples secuelas, precuelas y también remakes estadounidenses. Estas tramas conectan con el folklore nipón y sus ajustes de cuentas cometidos por esposas asesinadas o también por madres muertas cuyos hijos perecieron por inanición.

Algunos leyeron en The Ring o Dark Water una muestra de inquietud ante el desgaste de la familia tradicional y de la figura paterna en el Japón contemporáneo. Pero las historias de las películas y sus connotaciones son variadas. La maldición remite a la violencia machista, porque aborda la muerte de una familia asesinada por un marido celoso. Dark Water trata de una niña muerta por abandono materno.

Una abertura tímida

La antagonista de Nunca apagues la luz es una mujer celosa y malvada, pero no se puede catalogar de misógina. Insidious o Expediente Warren asumían roles y valores muy tradicionales, con historias de familias clásicas amenazadas, ubicadas en un mundo donde no existe un camino vital satisfactorio que no pase por la procreación. El filme de Sanborn abre pequeñas fisuras en este planteamiento.

La Rebecca de Nunca apagues la luz sigue condenada a aceptar aquello que rechaza: la vida familiar y una relación de pareja exclusiva, basada en la convivencia y en el compromiso explícito. El acoso de un fantasma sirve para que la protagonista asuma los deseos y responsabilidades que negaba. Y, de paso, para sucumbir a la presión social. Pero esa es otra historia de terror, menos sobrenatural y más cotidiana.