Estreno de Cine

‘Los hijos de otros’, una mirada a la maternidad que se aleja de los “mundos fálicos” del cine

Javier Zurro

3 de febrero de 2023 22:25 h

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Nunca antes se habían contado tantas historias sobre la maternidad en el cine. No es casualidad. Las mujeres comienzan a encontrar su sitio para narrar desde sus puntos de vista, y eso ha cambiado todo radicalmente (a mejor). Se acabaron esos partos idealizados donde no hay sangre y los niños son tan grandes que parece que van a salir corriendo en cualquier momento. Es en esa honestidad y sinceridad donde radica el éxito de películas como Cinco lobitos, uno de los fenómenos del cine español del año pasado, que ha emocionado por hablar de forma realista de la maternidad de una madre primeriza y precaria.

Todavía quedan muchas historias y puntos de vista que contar, y eso es lo que hace la directora Rebecca Zlotowski en Los hijos de otros, en donde afronta la maternidad desde el personaje que interpreta de forma excelente Virginie Efira, una mujer a la que le llega la menopausia antes de lo que esperaba, justo cuando está en una relación estable con un hombre que ya tiene una hija de otro matrimonio. Se replantea si todavía queda un último cartucho para un instinto maternal que aparece de repente y que crece al relacionarse con la niña. 

Zlotowski presenta una mujer moderna, que desea, que tiene sexo, que es inteligente, compleja, contradictoria. Una mujer que tiene mucho de la propia directora, que no tiene miedo de confesar que es una película que tiene algo de autobiográfica. Ella fue profesora, como la protagonista, tiene 40 años, no tiene hijos, y estuvo con una pareja donde se presentó el mismo dilema. Para seguir con el juego de espejos, es su padre real quien interpreta al padre de la actriz, y cuando van a rezar a la tumba de la madre, es la tumba de la madre de Zolotowski la que aparece, pero deja claro que no es algo “fetichista” en torno a la biografía. Simplemente, le interesaba contar una historia de algo que conoce muy bien. “A veces me enfrento a otras películas, a territorios desconocidos, extranjeros, exógenos, y que me exigen investigar como periodista. En esta no me hacía falta”, cuenta.

Se dio cuenta de que estas historias no se habían contado. Cuando comenzó a pensar en el guion, buscó todo lo que se había hecho en cine sobre este tema y no encontró nada. Por eso decidió hacerla, porque cree que es “parte de la responsabilidad de los cineastas renovar el cliché, renovar el estereotipo, inventar otros estereotipos, inventar otros arquetipos”. “Siempre se nos dice que ya se han contado todas las historias, pero esto no es cierto. Sentí la responsabilidad de presentar personajes de amantes, de hombres, de mujeres o de amigos de una forma que no veía en el cine. Me dijeron que mujeres y hombres teníamos que ser rivales, que teníamos que ser competitivos, que los hombres y las mujeres tenían que luchar, ser conflictivos. Y yo eso no lo viví. ¿Dónde estaban esos personajes en el cine? Así que los escribí”, opina.

En Los hijos de otros ella reivindica una figura a la que el cine no suele prestar atención: la madrastra. Una palabra que ya de por sí tiene una connotación negativa. La directora recuerda que hay alguna excepción como en All that jazz, pero es un papel secundario. La madrastra nunca está en el foco. No se presta atención a qué siente, qué piensa, y ella rompe ese tópico, dándole “el papel de la heroína”.

Las mujeres miran

Desde el comienzo, el cine lo han hecho los hombres, y ha sido su mirada la que se ha perpetuado. Una mirada que, cuando es hacia la mujer, reproduce una sexualización que se ha repetido y asumido como algo normal. Una male gaze, como la definió Laura Mulvey, que ha sido derribada por mujeres como Jane Campion gracias a ejercicios estéticos y éticos. 

El punto de partida era hacer una deconstrucción sobre la virilidad. Esa escena de desnudo fue muy importante. Mostrarle a él como normalmente se hace con una mujer

Rebecca Zlotowski juega con esa mirada en Los hijos de otros, y pone la cámara en los ojos de ella. De hecho, en un momento la cámara se convierte en subjetiva y mira el cuerpo de su amante en la ducha como siempre se ha mostrado el de la mujer. De los pies a la cabeza, posándose en su trasero. Zlotowski confirma su voluntad de romper toda norma escrita, también eligiendo a Roschdy Zem como protagonista: “Nunca le dan papeles así. Es un hombre árabe, poderoso, muy viril, y siempre le dan papeles de matón o de policía. Así que había una especie de deconstrucción para él, y el punto de partida era hacer una deconstrucción sobre la virilidad. Esa escena de desnudo fue muy importante. Quería convertir esta figura tan arquetípica de la mujer en los baños, la mujer que se ducha con mucha gracia en la ducha, y mostrar, como normalmente se hace con una mujer, a un hombre. Lo enseñamos de su forma graciosa. Es gracioso, porque nos han dicho que una polla es menos bella que el cuerpo de una mujer, ¿quién nos dijo eso? Le dimos una vuelta a esos conceptos de la male gaze, y me interesa la female gaze, pero quiero tener una Rebecca gaze, encontrar mi propia visión como cineasta”.

Las escenas de sexo también rompen lo que normalmente se muestra. Ni hay una sexualización de la mujer ni una mirada pacata con elipsis a la mañana del día siguiente con unas sábanas tapando sus partes pudendas. Hay erotismo. Hay cuerpos que se tocan, se buscan y tienen sexo. Lo enseña de forma realista y usándolas de forma narrativa. Son “cuerpos de personas de 45 años”, una edad que no suele aparecer en pantalla en estas situaciones y en sus encuentros su relación avanza. Desde el uso del preservativo a la píldora, o cómo cambia la sexualidad de una mujer “en cada momento de su ciclo o si quiere tener un hijo o no”. 

El cambio en la mirada en el cine pasa por directoras como ella, quien además reconoce que también ha formado parte “del bloqueo” a historias feministas. “Antes que esta, he hecho cuatro películas y al principio hice películas que estaban en mundos muy fálicos. Mi primera película es sobre un circuito de motos. La segunda es en una central nuclear. La tercera es una carísima reconstrucción de un plató de cine de los años treinta. Me llevó mucho tiempo deconstruir la idea de que este tema podía ser interesante, de que lo que venía de lo femenino era interesante. Me estaba comprometiendo con una industria muy fálica y masculina, y tenía que demostrar que era una cineasta capaz de filmar la acción humana”, dice haciendo autocrítica.

Ahora quiere contar otras historias. “Tenemos historias de hombres ambiciosos, historias de guerra… el cine está lleno de estas historias, pero los temas que surgen en la consulta de un ginecólogo, en una pareja, en los momentos de ovulación, el erotismo entre mujeres que no son rivales ni competidoras… esos temas aún no se han contado. Ya es hora”, asegura. Lo siguiente en su agenda, escribir un remake de una película erótica como Emmanuelle y hacerlo desde un punto de vista feminista: “Me interesa mostrar el erotismo de una mujer. Me hace preguntarme cómo nos podemos reapropiar del erotismo femenino, y por eso estoy también trabajando en un thriller erótico”.