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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

La primera y última película de Hu Bo, la joven promesa del cine de culto que se suicidó antes de terminarla

Cuentan que una vez, a las afueras de la ciudad de Manzhouli, un elefante de circo decidió escapar de la sumisión y el maltrato al que le tenían sometido. Huyó de sus captores y se sentó en un pequeño prado al lado de una calzada rural. Y permaneció allí, sin mover un músculo, durante días y semanas. Muy pronto, la gente empezó a visitarle, lanzarle comida y pedirle deseos. Pero el paquidermo se quedó allí impasible, ajeno a los problemas del mundo.

Los cuatro protagonistas de An Elephant Sitting Still quieren ver con sus propios ojos ese extraño fenómeno. El mito les une. Todos ellos viven en una gran ciudad postindustrial al norte de China, una urbe gris que parece sumida en una niebla o una nube de contaminación perpetua. Todos se enfrentan a una serie de violencias sistemáticas que les atan a su entorno a la vez que les condenan a una precariedad existencial. La esperanza de cambio es lo único que les queda.

En octubre 2017, el realizador y novelista chino Hu Bo decidió acabar con su vida. Se suicidó y dejó su primer largometraje sin terminar, pues llevaba tiempo lidiando con un montaje cuya duración parecía insostenible. An Elephant Sitting Still adaptaba una de las historias de su propia novela Huge Crack, publicada también en 2017. Ahora llega a nuestras pantallas de forma casi milagrosa y con una duración de 234 minutos. El resultado es, a todas luces, una brillante, dolorosa y sorprendente ópera prima.

Bienvenida y despedida de un cineasta único

Una joven quiere escapar de su hogar debido a un maltrato psicológico contra el que ya no puede luchar. Un adolescente necesita esconderse de todo el mundo por haber cometido un delito. Un hombre mayor se ve desahuciado de su casa por su propia familia. Un joven maleante se enfrenta a sus demonios tras asistir a como la pareja de su amante se suicidaba. Cuando un hecho tan fortuito como una pelea de instituto cruce sus caminos, todos ellos verán su vida alterada de distintas formas.

Negro sobre blanco, una sinopsis de An Elephant Sitting Still parece condensar mucho drama para todos los públicos. Puede que sus pilares argumentales cuenten con demasiados traumas para sobrevivir en la era del escapismo. Pero también puede que, manejados con sensibilidad, no sean más que reflejos de la vida en una sociedad derrotada y brutalmente capitalista. Y que, justamente por eso, no nos guste verlos. Como no nos gusta vernos en el espejo después de una jornada laboral eterna.

Hu Bo plantea con An Elephant Sitting Still un drama social actual con ecos de realismo dickensiano. No solo por su duración, también por su altura de miras, su compleja red de tramas y su inteligente construcción de un discurso crítico con la realidad china retratada. Pero lejos de la ironía presente en muchas de las novelas del de Portsmouth, aquí manda un sorprendente manejo de la tensión, que se acerca a las vidas de sus personajes como si estas fueran un thriller. Uno sin culpables pero con víctimas.

Todo, describe el crítico cinematográfico Ramón Rey en Cine Maldito, “para crear un retrato de seres definidos por sus elecciones [...], esclavos de las consecuencias y las decisiones de otros, de unas circunstancias que ahogan cualquier posibilidad de desviarse de un camino preestablecido”.

Heredera, en cierto modo, de la mirada de Béla Tarr, esta película sustituye lo que fuesen granjeros en Sátántangó por el proletariado de una sociedad moderna. Personajes atrapados en una urbe como moscas en una telaraña. Y suma a su apuesta discursiva clasicista, una violencia más propia del cine de Jia Zhang Ke, para desvelarse como un viaje inmersivo a una China desoladora.

Por eso, An Elephant Sitting Still supone un doble revés: no es solo una grandísima película, es también un inesperado e involuntario testamento fílmico.

Nacido en China en 1988, Hu Bo estudió dirección cinematográfica en la Academia de Cine de Pekín, dónde se graduó en 2014. Antes ya había realizado sus asaltos al audiovisual: su cortometraje Distant Father, se hizo con el premio al mejor director en el Golden Koala Chinese Film Festival, y ese mismo año Night Runner fue nominado al premio al mejor cortometraje en los Golden Horse de Taipéi.

En 2017, participó en un taller bajo la supervisión de Béla Tarr, del que surgió su tercer cortometraje A Man in the Well. Ese mismo año, también publicó la novela Bullfrog y el libro de relatos Huge Crack, del que surgiría su primera y última película. Se encontraba en la postproducción de ésta cuando se suicidó. Tenía 29 años.

La similitud con el célebre realizador húngaro no es coincidencia. El propio Tarr escribió una carta abierta tras su suicidio. “Recibo un sinfín de candidaturas de aprendices de cineasta chinos que desean participar en el taller que dirijo. Pero cuando lo conocí, de inmediato supe que tenía algo”, explicaba. “Su mirada revelaba una fuerte personalidad poco común. En el trabajo, era una persona muy reflexiva y amable. Escuchaba a todos y prestaba suma atención a los detalles. Era un hombre impaciente, con una perpetua urgencia. Tal vez sabía que le quedaba poco tiempo...”.

Las razones que le llevaron a quitarse la vida son pura especulación, como en todos y cada uno de los numerosos suicidios que, mal que nos pese, pueblan la historia del cine. Se sabe que tuvo problemas con los productores de An Elephant Sitting Still debido al montaje de la película. Pero aventurar que eso tuvo algo que ver con su deceso resulta demasiado osado. Tarr terminaba su carta con unas palabras cargadas de la única certeza posible: “No aceptaba el mundo y el mundo no lo aceptaba a él. Hemos perdido a un cineasta de gran talento, pero su película permanecerá con nosotros para siempre”.

An Elephant Sitting Still, su primer largometraje, se estrenó mundialmente en la Berlinale de 2018, donde consiguió la mención especial a la mejor ópera prima y se llevó el premio FIPRESCI -el de la crítica-. En los meses siguientes, la obra recorrió festival tras festival de forma impecable, creando un consenso escasamente visto en el circuito internacional, y haciéndose con numerosos premios del público en diferentes certámenes. La película que llega ahora a nuestras pantallas es, como afirma el crítico cinematográfico Daniel de Partearroyo en Cinemanía, “una obra maestra generacional como película emblema de una forma de habitar en sociedad en un momento concreto del tiempo”.

Otra forma de narrar es posible

La ópera prima de Hu Bo resulta fascinante por muchos motivos. Algunos de ellos ya los hemos señalado. Otros, sin embargo, resultan reveladores más allá del propio film y, con todo, significativos para los tiempos en los que vivimos.

An Elephant Sitting Still es, a su pesar, un reto para cualquier espectador. Sumidos en la era de la economía de la atención, el auge de la ficción seriada rima con los tempos de un capitalismo al que le conviene, como decía el filósofo surcoreano Byung-Chul Han, que “el ocio solo sirva para descansar del trabajo”.

Un drama social arduo, tenso y turbio de casi cuatro horas de duración, lleno de planos secuencia de más de 10 minutos en los que el silencio es más elocuente que cualquier línea de guion, es prácticamente un milagro habitando una sala de cine. Y lo es a pesar de la predisposición del espectador más avezado a adentrarse en filmografías alejadas del mainstream, y a pesar de las salas de cine que siguen defendiendo el cine de autor.

No hablamos tanto de duración como de narración. Al fin y al cabo, una película de tres horas como Vengadores: Endgame va camino de convertirse en una de las más taquilleras de la historia. Pero no es casualidad que se trate, en el fondo, de una traducción del lenguaje seriado a la pantalla del cine, culminación de 22 largometrajes anteriores.

Como tampoco es casualidad que los últimos episodios de Juego de Tronos, otra de los productos culturales más vistos de occidente, tengan ya duración de largometraje. Los formatos de la antiguamente conocida como pequeña y gran pantalla se funden hoy en una homogeneización de las formas de narrar. Pues de esto va todo: de contar historias.

“El tiempo de trabajo se funde con el tiempo de consumo y de ocio, en mundos que producen valor capitalista constantemente, como las redes sociales”, nos decía la filósofa catalana Marina Garcés, y buena prueba de ello son los Trending Topic que colonizan Twitter tras la emisión de cada nuevo episodio de la serie fantástica de HBO. La autora de Nueva ilustración radical nos animaba, sin embargo, a “apostar radicalmente por hacer que en nuestros tiempos podamos estar compartiendo las preguntas importantes. [...] Poder percibir en cada caso qué está pasando con nosotros, con nuestras vidas, con nuestras relaciones. [...] Poder convertir nuestras herramientas culturales en herramientas de vida y de transformación”.

An Elephant Sitting Still es justamente eso: una epopeya visual y narrativa sobre el vivir en una sociedad depredadora de nuestro tiempo y nuestras esperanzas. Y por eso se significa, mediante su dispositivo formal y su tensa pero calma forma de construir el relato, como una poderosa herramienta de construcción de sentido.

Pero sus extensas conversaciones, propias del Nuri Bilge Ceylan de Sueño de invierno, así como sus inteligentísimas construcciones de personajes deudoras del Ryusuke Hamaguchi de Happy Hour, resultan más rupturistas de lo esperable en nuestra cartelera.

An Elephant Sitting Still es otra forma de ver y pensar el cine, para bien y para mal. Lo bueno es que ahora podemos no elegir entre propuestas culturales: es sano disfrutar por igual de las mallas y de los garrotazos emocionales anticapitalistas. Lo malo es que la de Hu Bo la podremos ver en muy pocos cines y durante escaso tiempo. Y lo que es más triste, tampoco tendremos oportunidad de ver otra película suya.