Christopher Nolan nunca ha escondido la carga ideológica y sentimental que quería transmitir en Dunkerque. El abuelo del director fue uno de los soldados británicos que murieron en aquellas playas y su película es una forma de honrar la valentía de los que se sacrificaron por la patria.
Pero Dunkerque no es un monumento conmemorativo, es cine en su sentido más amplio: poderío visual, vaivenes temporales y ficción, mucha ficción. A pesar de eso, Nolan no ha sorteado los muchos peligros que tiene representar la historia reciente sobre la gran pantalla. Sobre todo con un episodio que aún escama la memoria de naciones enteras como es la Segunda Guerra Mundial.
En un test de fiabilidad, la película aprobaría con nota. El problema es que no se ha pillado los dedos con lo que cuenta, sino con lo que obvia y olvida. Basado en hechos reales es un subtítulo peliagudo que se toma con devoción, y hay quienes critican a Nolan por no ofrecer lo que promete. Los franceses, los primeros. No encajaron del todo bien que el director eliminase de un plumazo a los 40.000 soldados galos para defender la retirada de las tropas de Churchill.
Al menos ellos aparecen brevemente al comienzo de la película. Menos suerte han corrido las mujeres y los soldados de otras razas que también se encontraban en la costa francesa y no han recibido ni un minuto de metraje. Especialmente sangrante es, según algunos historiadores, el olvido del Ejército Indio Británico. Las consecuencias de que no aparezca ni un solo extra de piel oscura en la cinta las explicó muy claras la india Sunny Singh en The Guardian.
“¿Qué habría cambiado si los hombres valientes que lucharon en Dunkerque llevasen turbante en vez de casco? ¿O si algunos de los soldados rezasen el Namaz antes de levantarse y enfrentarse al enemigo una última vez?”, se pregunta la escritora. Dos millones y medio de personas fueron reclutadas en el sur de Asia para combatir en la Segunda Guerra Mundial por el Imperio británico, y su ayuda fue crucial en el devenir de la victoria del Reino Unido.
Tampoco aparecen en Dunkerque los hombres de Marruecos, Argelia y Túnez que lucharon con el Ejército francés, pero ese olvido es consciente. En cambio, Nolan quería centrarse en el heroísmo de las fuerzas británicas y este no se entiende sin la colaboración de los extranjeros. Aunque no lo veamos en la gran pantalla, también había cuatro compañías del Real Cuerpo de Servicio del Ejército de la India en esas playas.
Quizá no sea una falta evidente para los que no hemos crecido con los libros de historia británica, pero es una práctica demasiado común en Occidente. Erradicar la contribución de los países del Imperio en el cine y la cultura, importa. Primero, porque refuerza una idea errónea de la patria y, segundo, porque maquilla el hecho de que muchos jóvenes de Asia y África se unían a la guerra por coacción. Es más, para los descendientes de indios que viven hoy en Reino Unido, significa aliarse con el sentimiento de anti-inmigración que está azotando a Europa en la actualidad.
“En una Gran Bretaña profundamente dividida y temerosa, las elecciones de Nolan triunfan como fantasía del Brexit, pero fracasan al contar la verdadera historia de la Operación Dinamo, de la guerra y de Gran Bretaña”, afirma Singh. ¿Cómo llegaron a combatir tantos millones indios junto a la potencia británica? ¿Y de qué forma marcaron la diferencia entre la victoria y la derrota?
La desmemoria británica
Reino Unido tiene muy presente su pasado bélico, en especial el de su papel en la Segunda Guerra Mundial. Ya sea vendiendo souvenirs con el eslogan Keep Calm and Carry On, exponiendo sus aviones Spitfire o llenando de amapolas rojas la Torre de Londres - en el caso de la Gran Guerra-, los británicos practican el arte de la conmemoración. Todavía perdura un sentimiento de orgullo por ser la isla que se mantuvo firme durante dos guerras mundiales.
Sin embargo, Reino Unido también ha demostrado tener memoria selectiva a la hora de recordar su propia historia. La tendencia cambió hace algunos años, en los que se empezó a asumir que no estuvieron solos y que la ayuda de las colonias fue algo más que un complemento. Cinco millones de hombres procedentes de la India, el Sudeste Asiático, África y el Caribe se unieron a los servicios militares. “Reino Unido no luchó en la Segunda Guerra Mundial, lo hizo el Imperio británico”, reza el libro de Yasmin Khan La guerra del Raj.
Esta historiadora de Oxford y de raíces indias se especializó y persiguió la aportación del Ejército del Raj en la guerra contra el nazismo. “Generaciones de escolares británicos, incluida yo, estudiamos lecciones de historia sobre la Segunda Guerra Mundial y nunca escuchamos hablar de la conexión con Asia”, escribe en The New York Times.
El gran interés de Reino Unido al borrar esta parte es eliminar así la dimensión imperial de la guerra. Esto no solo desencadenó bajas entre los soldados asiáticos, sino también hambrunas en la India, de las que Churchill era muy consciente, y una fuerte represión a las iniciativas nacionalistas de este país. De hecho, muchos se inscribieron como voluntarios solo para tener algo que llevarse a la boca. En contra, los hombres indios que lucharon por el Imperio resultaron ser unos soldados hábiles y disciplinados.
Los que fueron enviados a las playas de Dunkerque eran en su mayoría musulmanes de áreas de la India británica que más tarde se convertiría en Pakistán. Según India Times, el Raj contribuyó con 1.800 soldados que navegaron desde Bombay hasta Marsella y llevaron consigo más de 2.000 mulas debido a la escasez de medios de transporte en el frente francés. Gracias a ellos, las tropas varadas en la orilla del Canal de la Mancha recibieron municiones y provisiones.
Christopher Nolan otorga gran importancia a los civiles que acudieron a salvar a los soldados cuando los grandes buques no podían acceder a la playa. Sin embargo, a partir de 1938, uno de cada cuatro barcos mercantes británicos estaban tripulados por los lascars -marineros procedentes de la India-, que por tanto jugaron un papel importante en la evacuación.
Tres de las cuatro compañías indias que se encontraban en Dunkerque lograron salir en la Operación Dinamo, pero hubo muchos hombres que fueron tomados como rehenes por los alemanes. Casi todos murieron en los campos de concentración nazis para prisioneros de guerra. Según Khan, este olvido “refuerza la idea de que Reino Unido estaba solo. Es una herramienta política en manos de quienes separan la historia británica de la historia europea y quieren reforzar los mitos que sustentan Brexit”.
Más allá de las implicaciones políticas y la intención de pasar la brocha gorda por las peores prácticas del Imperio británico, la omisión de Nolan perpetúa una mala costumbre. Conscientemente o no, el director ha seguido las huellas de otros tantos que decidieron blanquear la historia. Y la ficción, si bien no sustituye a los libros ni a los documentales, accede con más facilidad a la opinión pública.
Dunkerque no tenía la obligación de honrar la memoria de todos los que lucharon en la Segunda Guerra Mundial. Era solo una decisión más. Y Nolan podría haber decidido marcar la diferencia en una cultura tendente a la memoria selectiva.