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ENTREVISTA | James Franco

“En Hollywood no debes burlarte de los que están marginados”

James Franco recogiendo su Concha de Oro en el festival de San Sebastián

Mónica Zas Marcos

San Sebastián —

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Esta pregunta sobrevuela a menudo el patio de butacas de un festival de cine, donde pueden desfilar tantas obras maestras como proyectos inverosímiles. Es fácil despellejar una película por sus actuaciones y su guion, clamar al cielo porque nadie parase el despropósito a tiempo o reírse a carcajada limpia en su presentación. Lo difícil es lo contrario, y en eso James Franco nos ha dado una cura de humildad.

The disaster artist es una parodia en apariencia y un dulce homenaje en realidad. Una historia triste con final feliz disfrazada de comedia. La única que ha descifrado la pregunta del principio sobre “la película más mala de la historia” sin ridiculizar a su artífice y haciendo estallar de alegría al público en San Sebastián. Por todo ello, John Malkovich y los suyos han premiado a Franco este fin de semana con la Concha de Oro del festival donostiarra.

Muchos repetían por la noche lo insólito de que hubiese ganado una comedia, pero decir eso es quedarse en el envoltorio, como defendió el propio Franco en una entrevista previa a conocer su victoria. “De hecho, nuestro punto de vista es bastante dramático. Ellos son unos outsiders y lucharon mucho por su proyecto. Si formas parte del sistema de Hollywood no debes burlarte de los que están marginados”, razona el director sobre su respeto por el equipo de The Room.

Franco tuvo la gran idea gracias al libro The disaster artist de Greg Sestero, donde el actor secundario de The Room y mejor amigo de su creador revelaba los detalles de aquel rodaje. Él interpreta a Tommy Wiseau, el hombre que decidió llevar a cabo su propia película en 2003 tras ser rechazado a diario en los cástings de Los Ángeles. “Todos hemos sido actores mediocres al principio y hemos pensado en tirar la toalla. Tommy no lo hizo y por eso lo admiro”, cuenta sobre lo brutales que pueden ser los inicios, donde él mismo empezó preparando hamburguesas en el McDonald's.

Eso tampoco significa que Franco haya dulcificado su retrato de Wiseau. Poco se sabe de él aparte de su apariencia vampírica, su extraño acento de “Nueva Orleans” y su misteriosa cuenta bancaria sin fondo con la que financió esta película de culto. Sin embargo, una de las cosas que sí reseñaba el libro de Sestero era el trato vejatorio al que a veces sometía a los actores. Como dice el que se ha metido en su piel, “el estilo de dirigir de Tommy, desgraciadamente, era una extensión de su personalidad”.

“De una forma absurda, él nunca tuvo que aprender la lección porque por ser así The Room se convirtió en un éxito”, reflexiona. El actor considera que es un milagro que una película con unas actuaciones espantosas y una trama ridícula siga despertando el interés de la gente quince años después de su estreno. “Ha habido otras muchas películas horribles, como Sharknado, de las que nadie va a hablar. Pero Tommy ha conseguido que la suya no envejezca”, aplaude Franco.

A pesar de sus peculiaridades, el espectador empatiza con los sueños del personaje y sufre cuando el público humilla a carcajadas su cinta en la premiere; pero lo mejor llega al final, cuando Tommy se da cuenta de que, sea como sea, ha provocado algo en el patio de butacas. “Le costó mucho más tiempo del que mostramos en la película asimilar ese recibimento, por eso pagó para estar dos semanas más en cartelera y que pudiese llegar a los Oscar. Creía de verdad que podía aspirar al de mejor actor”, cuenta Franco sobre ese extraño concepto de sí mismo que posee el creador de The Room.

Wiseau supo abrazar la reacción del público y darle la vuelta para convertirse en un fenómeno de masas. La primera y única semana que estuvo en las salas recaudó solo 12.500 dólares y ahora, gracias a convenciones de serie B y su proyección en la sesión golfa, lleva más de 10 millones. “Yo también he hecho películas malas, pero nunca se han reído tanto que terminan siendo buenas. La mayoría desaparecen”, compara el actor de 127 horas y un centenar de títulos más.

La magia del peor guion de la historia

James Franco lleva intentando llevar a cabo un buen largometraje desde hace cuatro años, pero muy pocas veces ha recibido el aplauso de la crítica. Sus ansias por abarcarlo todo, desde la interpretación a la dirección, el documental, la poesía o las exposiciones de arte, dieron lugar a un currículum amplio y demasiado pomposo.

Ha adaptado a la gran pantalla a Cormac McCarthy, Faulkner y Sternberg, pero ha sido el peor guion de la historia lo que le ha dado una nueva carta de confianza. “Me fascina el proceso creativo y este es uno de los motivos por los que me interesó The disaster artist. Su personaje es tan loco y tan salvaje que creo que no se ha visto una historia de Hollywood igual. Pero, además, era increíblemente universal”, revela el director.

Igual que no tolera que reduzcan su película a una comedia, tampoco le gusta que se vea a Tommy Wiseau solo como un perdedor. “Puso toda su alma y su corazón en esta película y eso es lo que define a un artista. Sí, es un tipo chiflado e hizo un montón de cosas absurdas, pero también queríamos asegurarnos de mantener ese mensaje subyacente de que todos tenemos un poco de Tommy. Todo el mundo tiene un sueño e intenta hacer algo”, resume quien lleva 17 cintas a sus espaldas, incluida una de porno gay.

La muestra de que no pretendía hacer mofa y befa del creador de The Room es que contó en todo momento con él, antes y después del rodaje. Si alguien no ha visto la original puede caer en el error de creer que Franco sobreactúa su personaje. Sus gestos, el raro acento y la inquietante risa son parte del verdadero Tommy Wiseau, y el actor californiano simplemente lo calca.

El equipo le invitó a la presentación de The disaster artist en Los Ángeles, y todo el mundo estaba nervioso, pendiente de su reacción. “Acabada la proyección, recibió una enorme ovación. Después quise saber qué le había parecido. Me respondió que le había gustado al 99%. Le pregunté preocupado y me soltó: 'Está fatal la iluminación en la primera parte'”, ríe al recordarlo.

Porque, por muy excéntrico que sea y muchas etiquetas que le hayan colgado, Tommy sabe que los límites entre drama y comedia son menos prolijos de lo que pensamos. Que se puede hacer un homenaje que haga reír al público, si es que el público sabe discernir que no solo está viendo una caricatura. Y, como decíamos, es ahí donde Franco, pero también Wiseau, nos han dado una valiosa lección de humildad.

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